Flond
viernes, 23 de agosto 2024
6:25
Oficio de lectura y laudes.
Bajo a recepción. Me espera un taxi para llevarme a la Kirche St Anton y, oh sorpresa, el taxista es el mismo que nos llevó ayer. Me da su tarjeta para que lo llame después de misa.
7:00
También hoy está expuesto el Santísimo, pero no en la capilla, como ayer, sino en el altar mayor. Puedo hacer un rato de oración antes de la misa. Muy bien.
8:00
Concelebro en la capilla con dos de los tres sacerdotes negros que conocí ayer. El celebrante principal es el más bajito, color chocolate 100% cacao. El otro es muy alto y color capuchino.
Algunas cosas me sorprenden un poco. Por ejemplo, después del ofertorio, los fieles siguen sentados hasta el comiemzo del prefacio y los concelebrantes no se acercan al altar hasta después del Sanctus. Tengo que estudiar estos fenómenos.
En la catedral de Friburgo, el sacerdote no invitaba a los fieles a darse la paz. Aquí sí, pero tanto los sacerdotes como los fieles nos hacemos un civilizado saludo de paz inclinando la cabeza: las manos quietitas. Muy bien.
Después de misa rezamos vueltos hacia la imagen de la Virgen y el celebrante principal vuelve a exponer el Santísimo. ¡Qué bien!
En la sacristía charlo con el sacerdote color capuchino. Nos presentamos. Se llama Fr Tobechi, que significa praise God. Nos hacemos amigos. Intercambiamos números de teléfonos, direcciones, correos… Luego ambos —tan comedidos durante el rito de la paz— nos damos un fuerte abrazo y sacudimos nuestras manos. Entonces algo llama mi atención. Es una botella de vino de misa. Leo la etiqueta: «San Pedro. Moscatel d’Espagne». Es un vino de las bodegas Mamerto de la Vara, de Cheste, Valencia. Tomo nota para estudiar el fenómeno más adelante.
Fr Tobachi debe de ser un sabio porque es director del ASCO (sic): Assumpta Science Center Ofekata-Owerri, de Nigeria.
Tercia.
Llamo al taxista para que me lleve de vuelta al hotel. Nos hacemos amigos.
8:40
Voy al comedor del hotel. El encargado me comunica que lo que he pagado por la habitación no incluye el desayuno pero que, no obstante, estará encantado de franquearme el paso si bajo antes a recepción, pago catorce francos y vuelvo al comedor con un comprobante de pago.
En recepción me preguntan por mi nombre. Se lo doy y fruncen el ceño. Al parecer no estoy registrado porque mi habitación la reservó Armin. Les doy el nombre de Armin y sonríen. Muy bien.
Mando un mensaje a H&A para que sepan que voy a desayunar.
Después de desayunar voy a mi habitación y hago la maleta. No necesito revisar armarios y cajones porque no hay nada de eso en la habitación. Tampoco necesito mirar debajo de la cama porque he dormido encima.
Seguro de no haberme dejado nada, bajo a recepción con mi maleta para esperar a H&A.
10:00
Salimos del hotel con nuestras maletas y las dejamos en la consigna de la estación de tren para poder pasear cómodamente por Basilea. Visitamos la plaza del mercado, que está muy animada, y el ayuntamiento. Luego nos sentamos en una terraza. H&A piden agua con gas para ellos y una copa de vino rojo de Sicilia para mí.
Seguimos paseando y compramos galletitas en la mejor tienda de galletitas de Basilea.
A mediados del siglo XIV, un terremoto destruyó la ciudad. Uno tiene que ir a ver la única calle en la que quedaron en pie algunas casas. Muy bien, ya hemos ido. Son unas lindas casas pero me cuesta bastante creer que estuvieran allí en el siglo XIV. Estudiaré más atentamente el fenómeno.
Callejeando, callejeando, llegamos a una recóndita plazuela y oímos ua música dulce que parece salir de una iglesia. Entramos en la iglesia y sí: el organista está tocando el órgano. Nos sentamos para disfrutar del improvisado concierto.
Volvemos a nuestro paseo y anuncio a H&A que he olvidado el cargador del teléfono en la habitación del hotel. Sonríen. Por fortuna, hay una tienda de Apple a trescientos metros de donde estamos. Para colmo de dicha, estamos en la puerta del Brandli: Haute chocolaterie.
H&A se sientan en la terraza del Brandli y yo me acerco a la tienda de Apple. Se trata de un local enorme y atestado de clientes. Veo en una esquina los accesorios. Encuentro, a la primera, el cargador y el cable que necesito. Pregunto a un ser humano que dónde puedo pagar. El ser humano me lleva a la presencia de una muchacha muy amable que, al parecer se ocupa de cobrar. Me cobra y me ayuda a desempaquetar el cargador y el cable y se hace cargo de las cajas que yo no quiero.
Cuando vuelvo al Brandli, todavía no han servido los tres cafés con bola de helado y chorrito de Baileys que han pedido H&A.
Reanudamos el paseo y nuestros pasos nos llevan a la catedral usurpada. Allí fotografío una imagen que está en la fachada: san Jorge luchando contra el dragón. Dentro vuelvo a comprobar que los amables protestantes, pasada la primera fiebre iconoclasta, han ido recuperando —disimuladamente— la buena costumbre de de encender velitas ante las imágenes de la virgen y de los santos que, como por ensalmo, aparecen en los templos usurpados.
Todavía tenemos tiempo para asomarnos al Rin y para sentarnos a comtemplar las barcazas. Basilea es la última ciudad a la que pueden llegar los barcos que vienen de Alemania. Más arriba el Rin ya no es navegable.
Me pongo de pie, pido a H&A que sigan sentados, aclaro mi voz y pronuncio este breve discurso: «Queridos amigos: A partir de este viernes 23 de agosto, allá donde vaya podré decir, con verdad, que he visitado todas las fronteras de Suiza: la de Liechtestein, la de Austria, la de Italia, la de Francia y la de Alemania».
H&A me miran como con perplejidad pero, a un gesto mío, reaccionan y aplauden. Llevo mi mano derecha al pecho, por la zona del corazón, y me inclino humildemente ante ellos. Luego Heidi mira el reloj y dice que tenemos que volver a la estación.
22:30
Completas.
Me muero de sueño y no me siento capaz de seguir con esta página de mi diario. Habría que contar muchas cosas sobre la vuelta a Flond, y sobre la cena que nos ha preparado Heidi. Todo muy bien.
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