domingo, 26 de marzo de 2023

Quintito domingo de Cuaresmas

Hoy estamos de fiesta em San Miguel porque hemos bautizado a tres niños.

En el bautismo recibimos un baño de agua, fuimos iluminados con la fe y se nos infundió una vida nueva: agua, luz y vida. 

Del agua nos hablaba el evangelio de la Samaritana.«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...»

De la luz nos hablaba el evangelio  del domingo pasado. Jesús encuentra a un ciego de nacimiento, pone barro en sus ojos y lo manda a lavarse en la piscina de Siloé. El ciego pasa de las tinieblas a la luz. 

Agua, luz. Pero el bautismo es también infusión de una vida nueva. Y de eso hablan las lecturas de hoy.

Mandan un mensaje a Jesús : «Tu amigo, Lázaro está enfermo». Jesús no acude para curarlo. 

Cuándo, pot fin, llega a Betania, Lázaro lleva ya cuatro días enterrado y sus hermanas le hacen un reproche: «Si hubieras estado aquí...».

Jesús, muy conmovido, llora con ellas. No llora como ellas ni como las plañideras que han ido a dar el pésame. Pero sus lágrimas hacen exclamar a todos:«¡Cuánto lo quería!»

Con todo, Jesús no llora por Lázaro sino por Marta y por María y por los que andan llorando a Lázaro tan apenados. 

Imaginemos (se nos ha propuesto muchas veces) que dos hermanos gemelos están a punto de nacer. Llevan nueve meses en el claustro materno que es todo su mundo. En el momento del parto nace el primero. El segundo aún no ha nacido. Si pudiera expresar sus sentimientos quizás diría:  «Madre, no me dejes solo. ¿Qué ha sido de mi hermano?». Y ella le diría: _No estás solo, vives en mí. Ten paciencia. Dentro de poco seguirás a tu hermano y volverás a encontrarlo. Abrirás los ojos y verás mi rostro y comprenderás que has nacido para ver y para sentir el abrazo de tu madre».

Solamente con imágenes y comparaciones podemos concebir el misterio de esa nueva vida que «ni ojo vio ni oído oyó»  pero que Jesús promete. 

Muy bien, vale. Pero, entre tanto, ¿qué decir de todo el dolor que hay en el mundo? 

Los que se ponen a decir cosas sobre el dolor que hay en el mundo no suelen arreglar gran cosa. 

Jesús no ha venido a decir cosas sobre el dolor que hay en el mundo ni a acabar con él sino a compartir ese dolor en silencio, con lágrimas, y a abrirnos, con su muerte, las puertas del Cielo. 

Decía San Pablo que los padecimientos de esta vida son nada si se comparan con la gloria para la que hemos sido creados.

Ya falta muy poco para la Pascua.