jueves, 30 de diciembre de 2021

¿Qué es poesía?


De las siete acepciones de la RAE quedémonos con dos: la primera y la sexta.


La primera: Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en prosa o en verso. Entonces la poesía es la acción y el efecto de la palabra que declara o descubre la belleza (quod visum placet). Las acepciones segunda, tercera, cuarta, quinta y séptima abundan en la acción o el efecto de la palabra.


Queda una acepción, la sexta: Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza manifiesta o no por medio del lenguaje. 

Entonces ya no es acción y efecto de la palabra sino cualidad de las cosas y de las palabras


Esta sexta acepción es la que tenía Gustavo Adolfo Becquer en su mente cuando escribió en su Rima IV: podrá no haber poetas pero habra poesía. Dice así. 


No digáis que, agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira;

podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.


Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!


Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dó camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!


Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!


Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

Conclusión:


La poesía es algo divino y humano; alado, leve y sagrado. Primero algo divino porque es la Palabra increada la que pronuncia y crea todas las cosas. Luego algo humano porque es el hombre quien, a tientas, pone nombre a las cosas y, a su modo, las inventa soñando. A la fin y a la postre algo humano y divino porque es Cristo quien revela el Rostro de Dios y el nombre exacto de las cosas. 


No lo niegues, Señor: eres poeta.

Tus obras te delatan. 

Nos hiciste a tu imagen.

Tú nos acostumbraste a la poesía. 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Peregrino ( y 5)

 El lunes 6 de diciembre, solemnidad de San Nicolás, salimos de Pamplona para Azpeitia. 

San Francisco Javier tuvo en París sus más y sus menos con san Ignacio. Al parecer mi santo patrono miraba con cierto desprecio a aquel a quien luego llamaría «padre Ignacio» que se ganó su amistad y su respeto por el sistema de tratarlo con caridad. 

Los Quince celebramos la Santa Misa en el oratorio de «La conversión». Está en la habitación de la casa solariega donde llegó, malherido, Íñigo de Loyola y donde decidió entregarse a Dios imitando el ejemplo de los santos. En cierto modo entró allí como un preso y la misma prisión fue el lugar donde encontró la libertad. Pensé esto recordando la frase de Quevedo que cita Luis Rosales en su «Teoría de la libertad»: «Mayor y más preciosa parte rescata la prisión que encarcela». En el caso de Íñigo, la prisión, en efecto, fue liberadora puesto que fue el lugar de su encuentro con Dios y consigo mismo. 

«Aun estando en prisión, nadie puede impedirme que renueve o confirme a diario el ser que soy, renovando mi elección absoluta (...). A esta renovación de la libertad damos el nombre de opción apropiadora (...) Dentro de un campo de concentración o siendo Presidente de los Ferrocarriles Unificados Europeos, puede (cualquier europeo de nuestro tiempo) llegar a ser un resentido, un malvado o un santo y tendrá todas las posibilidades necesarias para realizar una u otra elección». 

En la sacristía me llamó la atención una cartela con el nombre del obispo diocesano: José Ignacio Munilla. Me llamó tanto la atención que le saqué una foto para hacer algo parecido en la sacristía de San Miguel. No sabía ni podía saber que, al día siguiente, se anunciaría el nombramiento de don José Ignacio como obispo de Orihuela-Alicante. 

Después de Misa invité a los Catorce a una copa de vino español para celebrar mi sexagésimo primer cumpleaños. Ellos, por su parte, me entregaron quince -15- regalos materiales al tiempo que me daban vivas muestras de afecto. 

Por la tarde nos dirigimos hacia otra prisión de hombres libérrimos. Estaba nevando cuando llegamos a Leyre. Nevaba tanto que dos de los Quince decidieron regresar a Pamplona sin visitar el milenario monasterio benedictino. Los Trece que quedamos -Audaces Fortuna iuvat- vimos y vivimos ese lugar bendecido como pocos -excepto los monjes- lo han visto y vivido. Y valió la alegría.

«Nos convertimos, en cierto modo, en lo que amamos: nos convertimos también, y más humildemente, en lo que vemos. Dice Whitman: Había un niño que salía cada día / y lo primero que miraba, en eso se convertía, / y eso formaba parte de él por aquel día o parte de aquel día / o por muchos años y sucesivos ciclos de años. 

... 

Me dispongo a contar ahora algo que nunca he contado. Visité por primera vez el castillo de Javier, Loyola y Leyre con mis padres y dos de mis hermanos cuando era yo un mocoso. No fue una peregrinación para mí aunque quizá sí lo fuera para mis padres que, más que el trayecto, anhelaban el fin: visitar en Bilbao a un su hijo -Juan Manuel- sacerdote. Para mí era, simplemente, un viaje maravilloso. Hasta que llegué a Leyre y algo se conmovió en mi corazón. 

Me dispongo ahora a contar otra cosa que nunca he contado. Cuando, años después, el mismo mocoso dijo a sus padres que quería ser sacerdote y que deseaba sellar esa decisión peregrinando a Leyre él solo y en bicicleta, sus amables y santos padres no se opusieron a su vocación sacerdotal pero -sabiamente- le aconsejaron sellarla con sensatez: «Busca a un sacerdote santo que te aconseje». Estaba yo, con ellos, menos necesitado que ahora del consejo de un santo. Tenía yo, en ellos, dos amables y santos consejeros. No peregriné a Leyre en bicicleta. Encontré al sacerdote santo y sabio y paciente que necesitaba. 

...

Cuando volvimos a Pamplona tuvimos que secarnos los zapatos antes de bajar al comedor para la cena. La peregrinación había terminado. Al día siguiente, el martes 7 de diciembre, viajé de Pamplona a Madrid con un mi cuñado, con su amable esposa y con una de sus hijas -sobrina mía-. Ya en Madrid tomé el AVE que me trajo a Alicante. En el tren pude releer la «Teoría de la Libertad» de Luis Rosales prologada por don Ricardo Calleja y editada por don Álvaro Pettit en su neonata editorial «Frontera». Entonces reparé en esto:

«Conviene que abreviemos y no nos divirtamos al escribir. A mí me cuesta mucho trabajo sujetar la pluma: me divierto escribiendo. Mas cada día tiene su afán». 

 

 





sábado, 11 de diciembre de 2021

Peregrino (4)

 El 5 de diciembre, segundo domingo de Adviento, salimos de Pamplona para el castillo de Javier. 

...

Javier, el misionero, ilustra maravillosamente la idea que Rosales expresa en su Teoría de la libertad y que también he encontrando en Kandinsky. El pintor, en De lo espiritual en el arte, reivindica la libertad del artista como responsabilidad. La libertad es para el artista una necesidad interior. Él tiene algo que hacer, algo que decir, una misión. Rosales atribuye al cristianismo el descubrimiento de que la vida es responsabilidad nacida de una misión.

«En efecto, después del cristianismo, la vida auténtica implica el descubrimiento de su carácter de misión y la responsabilidad de dedicarla a algo que constituye su sentido. Quien no dedica su vida plenamente a una misión determinada, quien no dedica su vida a algo, no tiene vida propia. Se reduce a vivir. Prefiere no buscarse complicaciones y en el pecado lleva la penitencia. (...) Como les duele la falta de sentido de su vida, no se atreven a creer en la libertad». 

...

 Celebré la misa en la basílica neotodo. A los Quince se unieron otros peregrinos. Fue una celebración lenta, pausada y llena de silencios. Porque Dios guiará a Israel con alegría, a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia. Presidiéndolo todo, la imagen de san Francisco Javier a quien Pemán hace decir al despedirse de san Ignacio: 

Perdonadme, padre Ignacio

que no diga lo que siento,

pues vos me habéis enseñado

con la lección y el ejemplo

a ser corto en la expresión

cuando es más largo el afecto.  

Al terminar la Misa los Catorce me afearon la conducta: «Es domingo y no has predicado». Y yo balbuceando: «Ah, bueno, sí, claro, claro».  

viernes, 10 de diciembre de 2021

Peregrino (3)

 Sábado 4 de diciembre de 2021

Considera Rosales en Teoría de la libertad que no podemos conocernos sino eligiéndonos y que  esa elección de sí mismos es un acto de fe que presupone una llamada o vocación. Y añade:

«Es preciso conocer su lenguaje y haber estado en vela, noches y noches, ante la puerta de nuestro corazón, para poder oír. Pero nadie está en vela. Nos fue anunciada esta flaqueza por el Señor y no escuchamos sus palabras: ¿Piensas que cuando venga el Hijo de la Virgen hallará fe en la tierra? (...) Nunca estamos en vela. Nunca estamos inmediatos y disponibles para atender a la llamada de la verdad». 

¿Será esta peregrinación, que hoy comienza, el momento de entrever el camino? 

...

El sábado 4 de diciembre comenzó nuestra peregrinación. 

Éramos quince peregrinos, dos familias. Salíamos en distintos coches y de distintas partes de Madrid. Teníamos que encontrarnos en el santuario de Nuestra Señora de Arántzazu y allí nos encontramos, nos saludamos y nos dispersamos. 

La basílica de Sáez de Oíza tiene un exterior duro, rocoso, con sus torres grises y su almohadillado espinoso. Para entrar en ella, además, al contrario de lo que pasa con tantos templos a los que se accede subiendo una escalinata, hay que descender. Al cruzar las puertas de Chillida, el peregrino encuentra, maravilla, la imagen de la iglesia mística que es infinitamente mayor por dentro que por fuera. La maravilla de una luz que no hiere, sin artificio. 

Recorrí la iglesia despacito. Luego, mientras un mi hermano hacía fotos, me senté en silencio. Me sentía cómodo en aquel lugar, desierto y apacible, presidido por la figura, diminuta, y la presencia maternal de la Señora. 

Antes de dar por terminada nuestra visita, nos reunimos los Quince para cantar la Salve. Las nubes del cielo se removieron y la luz del sol entró por las vidrieras de fray Javier Álvarez de Eulate. 

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Peregrino (2)

El AVE llegó a Madrid y yo estaba en la página 95 de la «Teoría de la libertad» donde escribió Rosales: 

«Muchas personas, cuando se dicen así mismas (sic) que no tienen fuerza de voluntad para hacer lo que deben, se sienten plenamente justificadas». 

¿Hacer lo que se debe hacer? ¡Qué escándalo! ¿Quién no ha leído «El crepúsculo del deber» de Lipovetsky? Cerré el libro apresuradamente porque me sentía retratado y porque había llegado a Madrid. Salí de la estación de Atocha y llamé a Cabify. El taxista me echó una bronca telefónica. Era una bronca plenamente justificada porque yo le había dicho que estaba en el Paseo del Prado y él estaba esperándome allí pero yo no estaba allí sino en la Carrera de San Jerónimo. 

No soy un tipo sufrido. Puedo esperar un taxi pero no sufro fácilmente que el taxista me eche una bronca aunque sea un taxista de Cabify. Di al botón de «cancelar viaje» y los de Cabify me advirtieron que tendría que pagar cinco dólares por cancelar el viaje. Los di por bien pagados con tal de no seguir oyendo la bronca del taxista de Cabify pero las palabras de Rosales me tenían pensativo. ¿No habría sido mejor sufrir con paciencia cristiana la bronca telefónica, indicarle al taxista el lugar exacto en el que me encontraba, esperar un poco más, ahorrarme los cinco dólares y ofrecer al chófer un testimonio de mansedumbre y amistad hablándole de Rosales y de su «Teoría de la libertad? No, no me sentía plenamente justificado pero tomé el primer taxi que pasaba por la Carrera de San Jerónimo: «Al Real Monasterio de la Encarnación, por favor. Está en la Plaza de la Encarnación, cabe el Senado». 

Mientras el amable taxista comentaba el tumulto y el tráfago de las calles de Madrid, hojeaba yo las páginas de la «Teoría de la libertad» buscando algo que ya había leído. Lo encontré en la página 52:

«En rigor, la mayoría de nuestros actos son anónimos e impersonales (vida inauténtica). Tan solo aquellos hechos que persisten sucediéndose en nosotros, como el agua de un río sigue siendo distinta pero igual todo a lo largo de sus orillas, puede decirse que nos sirven de fundamento propio».

Pero el amable lector se estará preguntando por el propósito de mi viaje a Madrid el viernes día 3, solemnidad de San Francisco Javier. Creo que ha llegado el momento de revelarlo. Fui a Madrid el viernes 3 con el propósito de comenzar, al día siguiente, una peregrinación. El hecho de que ese mismo día cayera en mis manos la «Teoría de la libertad» de Luis Rosales, prologada por don Rafael Calleja y publicada por don Álvaro Petit en su neonata editorial «Frontera», puede interpretarse como azar. Yo tengo motivos para pensar que fue providencial. El amable lector, si une a su amabilidad la paciencia, quizá pueda encontrarle a este fenómeno otra explicación. ¿Se siente capaz de seguir leyendo la narración de la peregrinación de este peregrino? Con Luis Rosales advierto al amable y paciente lector que no es lo mismo elegir que decidir. Si decide seguir leyendo habrá de acumular fuerzas para llevar su decisión hasta el final. 

martes, 7 de diciembre de 2021

Peregrino (1)

 El viernes, día 3 de diciembre, solemnidad de san Francisco Javier, después de Misa, doña Nati me entregó un convoluto que había recibido en su casa para mí. Lo abrí y hallé un libro de Luis Rosales titulado «Teoría de la libertad», prologado por don Ricardo Calleja y editado por don Álvaro Pettit en su neonata editorial «Frontera». Salí pitando para Alicante porque a las 15:50 tenía que coger el AVE a Madrid. A la hora prevista el AVE y yo salimos para Madrid. Cuando llegamos a Cuenca yo iba por la página 81 donde dice Rosales: 

«Descansar para llorar, dicen allá en mi tierra. En efecto, al llegar a este punto notamos que se desmorona un poco la certidumbre que veníamos buscando. La realización de las posibles libertades no nos da la menor certidumbre de que vivamos desde la libertad». 

La estación de Cuenca lleva el nombre de Zóbel, que es muy querido para mí. 

Si usted, amable lector, arde en deseos de saber qué pasó luego a este peregrino, habrá de tener un poco de paciencia porque, de lo que pasó luego, dará cuenta mañana, si Dios quiere, este peregrino.