El AVE llegó a Madrid y yo estaba en la página 95 de la «Teoría de la libertad» donde escribió Rosales:
«Muchas personas, cuando se dicen así mismas (sic) que no tienen fuerza de voluntad para hacer lo que deben, se sienten plenamente justificadas».
¿Hacer lo que se debe hacer? ¡Qué escándalo! ¿Quién no ha leído «El crepúsculo del deber» de Lipovetsky? Cerré el libro apresuradamente porque me sentía retratado y porque había llegado a Madrid. Salí de la estación de Atocha y llamé a Cabify. El taxista me echó una bronca telefónica. Era una bronca plenamente justificada porque yo le había dicho que estaba en el Paseo del Prado y él estaba esperándome allí pero yo no estaba allí sino en la Carrera de San Jerónimo.
No soy un tipo sufrido. Puedo esperar un taxi pero no sufro fácilmente que el taxista me eche una bronca aunque sea un taxista de Cabify. Di al botón de «cancelar viaje» y los de Cabify me advirtieron que tendría que pagar cinco dólares por cancelar el viaje. Los di por bien pagados con tal de no seguir oyendo la bronca del taxista de Cabify pero las palabras de Rosales me tenían pensativo. ¿No habría sido mejor sufrir con paciencia cristiana la bronca telefónica, indicarle al taxista el lugar exacto en el que me encontraba, esperar un poco más, ahorrarme los cinco dólares y ofrecer al chófer un testimonio de mansedumbre y amistad hablándole de Rosales y de su «Teoría de la libertad? No, no me sentía plenamente justificado pero tomé el primer taxi que pasaba por la Carrera de San Jerónimo: «Al Real Monasterio de la Encarnación, por favor. Está en la Plaza de la Encarnación, cabe el Senado».
Mientras el amable taxista comentaba el tumulto y el tráfago de las calles de Madrid, hojeaba yo las páginas de la «Teoría de la libertad» buscando algo que ya había leído. Lo encontré en la página 52:
«En rigor, la mayoría de nuestros actos son anónimos e impersonales (vida inauténtica). Tan solo aquellos hechos que persisten sucediéndose en nosotros, como el agua de un río sigue siendo distinta pero igual todo a lo largo de sus orillas, puede decirse que nos sirven de fundamento propio».
Pero el amable lector se estará preguntando por el propósito de mi viaje a Madrid el viernes día 3, solemnidad de San Francisco Javier. Creo que ha llegado el momento de revelarlo. Fui a Madrid el viernes 3 con el propósito de comenzar, al día siguiente, una peregrinación. El hecho de que ese mismo día cayera en mis manos la «Teoría de la libertad» de Luis Rosales, prologada por don Rafael Calleja y publicada por don Álvaro Petit en su neonata editorial «Frontera», puede interpretarse como azar. Yo tengo motivos para pensar que fue providencial. El amable lector, si une a su amabilidad la paciencia, quizá pueda encontrarle a este fenómeno otra explicación. ¿Se siente capaz de seguir leyendo la narración de la peregrinación de este peregrino? Con Luis Rosales advierto al amable y paciente lector que no es lo mismo elegir que decidir. Si decide seguir leyendo habrá de acumular fuerzas para llevar su decisión hasta el final.
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