sábado, 5 de diciembre de 2020

¿Donde estaban (escondidos) los intelectuales cristianos en el siglo I?

  Los primeros catorce intelectuales cristianos estaban tan escondidos que ni ellos mismos se conocían y se habrían reído si alguien los hubiera llamado «intelectuales». Algunos de ellos se dedicaban al pésimo negocio de la pesca en Galilea. Uno —con más ojo para los negocios— se había hecho recaudador de impuestos. Otro -Iudas mercator pesimus- era un ladrón que acabó ahorcándose. Mi preferido, san Matías, ganó el título y el carisma de «intelectual cristiano» en una suerte de lotería. Hubo uno —el último de todos— que dedicó no pocas de sus energías a intentar acabar con los demás hasta que una especie de luz lo dejó ciego. Sabemos poco de ellos y, hoy en día, la muerte de un futbolista genera más comentarios entre los intelectuales que, por ejemplo, la fiesta de de San Pedro y san Pablo. 

San Pedro, el primero de los catorce primeros intelectuales cristianos —a quien se suele suele presentar como a un cateto— fue quien dejó escrito para edificación y guía de los intelectuales de todos los tiempos: «estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza». 

San Pablo, el útimo de los catorce primeros intelectuales cristianos, ganó en Atenas una batalla de la que salió personalmente maltrecho. En su discurso hizo notar a los griegos que la piedad griega, tan razonable, había erigido un templo «al Dios desconocido» y que esa razonable piedad los había hecho merecedores de conocer a Cristo. 

Ahora no hay intelectual que no se precie de dar razón de su desesperanza y de proponer, como remedio para todos los males, quemar todos los templos que no estén dedicados al Dios desconocido. 

El día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, todos los intelectuales cristianos del mundo saldrán de las profundas cavernas del sentido que estaba oscuro y ciego para alabar a la Señora de los silencios, serena y agitada, desgarrada y enterísima que es la rosa de la memoria y del olvido. 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Jesucristo, Rey del Universo

 Hoy celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo y el próximo domingo comienza el Adviento: las cuatro semanas que preceden a la Navidad. 

Decimos en el Credo que Jesús, el mismo que pasó entre los hombres haciendo el bien, el mismo que murió en la Cruz por nosotros y que resucitó volverá un día a juzgar a los vivos y a los muertos y traerá un reino de paz que no tendrá fin. 

¿Habéis visto alguna vez una oveja? ¿Y una cabra? ¿Sabríais distinguirlas? Por cierto. Vamos a hacer un Belén entre todos. Con casas de cartón o de madera y con figuras de plastilina. Ya lo hicimos un año y quedó muy chulo. Si cada uno de vosotros trae una oveja y una cabra de plastilina nos va a salir un rebaño fenomenal. 

En el evangelio Jesús habla de esos pastores que, por la mañana, sacaban juntas a las ovejas y a las cabras y, al llegar la noche, las separaban en cabañas distintas. Y dice que, como los pastores separan a las ovejas de las cabras, así Él mismo vendrá un día a separar a los buenos de los malos. 

Y si Jesús va a separar a los buenos de los malos quiere decir que ahora estamos todos juntos: buenos y malos. 

Los buenos y los malos estamos, todos, juntos en este mundo. Uno puede pensar que todos los buenos están en San Miguel de Salinas y que los malos son los de Los Montesinos, pero eso no es verdad. En San Miguel de Salinas como en Los Montesinos hay buenos y malos. Otro puede pensar que todos los buenos están en la calle y que todos los malos estamos aquí reunidos en la iglesia. Pero eso tampoco es verdad. Y otro puede pensar que todos los malos son los que están en la cárcel y que los buenos somos los que estamos libres. Pero tampoco eso es verdad. Dentro y fuera de la cárcel también estamos juntos los buenos y los malos. 

Entonces. Si en todas partes, en los bares, en las iglesias, en los pueblos y en los países andamos juntos los buenos y los malos ¿cómo se puede saber quién es bueno y quien es malo? Pues, sencillamente, no se puede saber. Quiero decir que ni vosotros, ni yo ni los más sabios del mundo pueden saber quién es bueno y quien es malo. Solamente Dios puede juzgar y es Él quien va a juzgar. 

Podemos saber lo que está bien y lo que está mal. Robar está mal. Cuidar de un enfermo está bien. Pero no podemos saber quién es bueno y quien es malo. Eso solamente lo sabe Dios. Porque el que ha robado ha hecho una cosa mala, pero a lo mejor ha hecho muchas cosas buenas. Y el que cuida de un enfermo hace una cosa buena pero, a lo mejor, ha hecho muchas cosas malas. 

Y hay más aún. Yo mismo, cada día, hago cosas buenas y cosas malas. ¿Soy bueno o soy malo? Pues no lo sé. Y no soy yo solo: todos nosotros, cada día, hacemos, decimos y pensamos cosas buenas y cosas malas. ¿Somos buenos o somos malos? Solo Dios lo sabe. 

Por eso no debemos juzgar a los demás diciendo que uno es bueno porque ha hecho cosas buenas y otro es malo porque ha hecho cosas malas. Que sea Dios, que sabe, quien nos juzgue a todos. Nosotros hoy nos alegramos al pensar que, al final de nuestra vida, no nos va a juzgar un enemigo sino Jesús, que ha dado su vida por nosotros. 

Nos alegramos al pensar que podemos distinguir entre el bien y el mal para dar gracias a Dios cuando hacemos el bien y para pedir perdón cuando obramos mal. 

Y nos alegramos al pensar que, cuando Jesús venga a juzgarnos y el demonio le recuerde todas las cosas malas que hemos hecho en la vida, la Virgen María será nuestra defensora y no olvidará que, al final de cada Misa, la mirábamos con cariño diciendo: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

sábado, 14 de noviembre de 2020

La parábola de los talentos

                Si eres la más lista del cole o del pueblo ¡felicidades! 

     Si eres la segunda más lista ¡felicidades!

Si eres el último de la clase o del pueblo ¡felicidades!


Pero si eres la más lista del cole o del pueblo no te pongas tonta pensando «je, je, qué lista que soy». Porque si, siendo la más lista, te pones tonta pensando que eres muy lista te vuelves tonta por tu culpa. ¿Eres la más lista del cole? Demuéstralo ayudando al último. 

Y si eres la segunda más lista no te pongas tonta envidiando a la primera y despreciando al último. ¿Eres la segunda más lista? Demuéstralo aplaudiendo a la primera de la clase y ayudando al último de la clase. 

Y si eres el último no te pongas tonto pensando que eres tonto y lloriqueando por eso. Porque si, además de ser el último de la clase, te pones a lloriquear, te volverás tonto de remate. ¿Eres el último de la clase? No seas tonto. No te pongas a lloriquear. Aplaude a los que son más listos que tú, hazte amigo de ellos y deja que te ayuden. 

Todos nosotros, los que estamos hoy en Misa somos los últimos de la clase. 

El primero, el mejor de este colegio, es Jesús. Pegada a Él está la segunda, la Virgen María. Todos los demás —incluido el Papa— somos los últimos de la clase. 

¿Qué hace Jesús? ¿Se pone delante de nosotros diciendo «je, je, ¡qué listo que soy»? No. El primero de la clase, Jesús, está crucificado por nosotros. 

¿Qué hace la Virgen María? Pues la Virgen María acompaña a Jesús al pie de la Cruz y le regala su aplauso y cuida de nosotros. 

Y nosotros, los últimos de la clase, ¿qué hacemos? Pues estamos aquí  aplaudiendo a Jesús y a María y dejándonos cuidar por ellos. No venimos a Misa para lloriquear. Venimos a Misa para que nos cuiden Jesús, María y san José. 

Venimos a Misa para aplaudir a Jesús, a María y a san José. Los primeros de la clase. Los que, de verdad, cuidan de nosotros. Los que están empeñados en llevarnos al Cielo. 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Las vírgenes prudentes y la necias

    «¿Qué es una lámpara de aceite?» pregunta el cura a los niños que están en Misa con los ojos muy abiertos y deseando aprender algo práctico. Y añade: «Pues una lámpara de aceite es como estas velas que están sobre el altar. Vemos las llamas pero no vemos el aceite que las alimenta».  

Ved al cura mostrando a los niños una lámpara de aceite (o de parafina) y oídle decir:

«Lo que vemos, la llama, ilumina. Pero lo que no vemos, el aceite, es lo que alimenta la llama. Si se acaba el aceite se apaga la llama». 

Ahora los niños han aprendido algo práctico: esas velas que están sobre el altar no arden por arte de birlibirloque. Ahora los niños empiezan a sospechar que lo que no se ve puede explicar lo que se ve. 

Ahora los niños están tan preparados como el Papa y como santo Tomás de Aquino para entender la parábola de las vírgenes prudentes y las necias y el cura sigue:

«Las diez muchachas de las que nos habla Jesús en la parábola tenían sus lámparas de aceite encendidas. Pero cinco de ellas eran muy listas y pensaban en el aceite que no se ve y llevaron aceite de repuesto y las otras cinco eran un poco atolondradas y solamente pensaban en la llama que se ve y se olvidaron del aceite que no se ve». 

Los niños asienten y el cura sigue: 

«A mí me parece que Jesús llama necios a los que nos olvidamos de lo que no se ve: a los que nos olvidamos de Dios que es el aceite. Y me parece que Jesús nos está diciendo que, si nos olvidamos de Dios, nos apagaremos como esas velas que ya no tienen aceite».


«Os han dicho que hay que compartir».

Esto lo dice el cura mirando a los niños como si fueran adultos. 

Racapacita y sigue:

«Suponed que Teresa, vuestra catequista, nos da un chocolate a cada uno. Yo me lo zampo enterito y luego voy a cada uno de vosotros y os digo que hay que compartir. Me he comido el mío sin compartirlo y ahora os digo que tenéis que compartir el vuestro. Os estoy engañando porque, al final, os habré quitado medio chocolate a cada uno de vosotros y yo me habré atiborrado de chocolates». 

Ved a los niños mondándose de risa en señal de que han  entendido al cura. Y el cura añade:

«Los necios hablamos de compartir cuando se nos apaga la lámpara. Hemos pasado la vida olvidando a Dios y, cuando se nos apaga la lámpara de la vida (que no arde sin Dios) queremos que los santos nos regalen sus oraciones y sacrificios. ¡Hay que compartir! ¡Dadnos un poco de vuestro aceite! Pero, entonces, los santos nos dirán que no pueden compartir sus méritos con nosotros porque ni sus méritos son suyos ni nunca hemos compartido con ellos los sufrimientos de Cristo. Pero nos dirán algo más. Nos dirán que vayamos a la  tienda del encuentro con Dios que es el sacramento de la Penitencia para que Dios, cuando venga a visitarnos, nos encuentre con las lámparas encendidas». 



Santa María, Virgen prudentísima, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte para que vivamos y muramos llenos de ese amor de Dios que ilumina y da calor. 

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Relato épico de las elecciones en los EEUU: la batalla de Florida.

Esta es la traducción del texto épico de Itxu Díaz:


Las palomitas de maíz se han agotado en todo el mundo libre. ¡Qué emoción! Pegado a la pantalla del televisor, varias veces he apagado el cigarrillo en mi bebida y, varias veces, he intentado beber del mechero. No recuerdo una noche tan electrizante desde aquella en que mordisqueé los cables de un enchufe. Para empezar, se me ocurre que deberíamos premiar a los encuestadores y editorialistas de la mayoría de los medios de comunicación de la sociedad occidental vacunándolos contra el coronavirus de Putin.

La batalla de Florida fue épica. Imaginé a Trump como salido de una vieja novela romántica de caballería, caminando —mientras disfrutaba de la gloria celestial— sobre los restos del socialismo encubierto de Biden hacia el final de la  carrera. No fue una apuesta fácil. Pero si huyes de Cuba o Venezuela —porque el socialismo ha arruinado tu país— y te instalas en los Estados Unidos para respirar libremente, lo último que te apetece es dar tu voto a la extrema izquierda de Kamala Harris y fantasear con la remota posibilidad de que, a lo mejor, esta vez el socialismo será diferente y hará las cosas bien, por primera vez en la Historia. Que Obama pueda bailar salsa no es una razón lo suficientemente convincente para que Florida se rinda a los encantos de Joe Biden quien, por otro lado -y como el monstruo del lago Ness- aún no han aparecido. 

Los demócratas lanzaron este lema en la campaña electoral: «Batalla por el alma de la nación». Viniendo de Biden y Harris, más que una oportunidad para la liberación americana, parecía una amenaza de posesión diabólica. Y ya no hay duda de que Trump habría ganado cómodamente si no fuera por el brote del coronavirus, un virus de origen comunista que asuela el mundo mientras los traficantes de la propaganda del régimen chino se jactan de que en todas las discotecas de Wuhan están danzando la lambada (*).

Pero no será fácil olvidar que los votantes de las grandes ciudades han tenido que acudir a sus colegios electorales en un ambiente tenso de preguerra, tapiando los escaparates por miedo a una reacción violenta ante una hipotética victoria republicana. La izquierda tiene dos caras: la sonrisa de oso cariñoso de Joe Biden y las ciudades en llamas de los anntifa. Por desgracia, son dos caras de la misma moneda. Y, en el caso de Biden, con su programa de eliminar impuestos a las clases medias, lo más seguro es que te hayan metido la mano en el bolsillo. 

La primera victoria electoral de Trump es no haber perdido. Leyendo la prensa europea —y gran parte de la prensa americana—  se diría que nadie podía votar a Trump sin estar alienado. Bien, algunos han votado a Trump. Los analistas habían estado convenciéndose mutuamente de que sus deseos coincidían con la realidad. ¡Más disparos de Putin aquí, por favor!

Pero la victoria de Trump va más allá de estas elecciones. Su triunfo ha sido construir un muro de contención contra la hegemonía de las ideas progresistas y contra la superioridad moral de sus líderes, retratarlos y abrir debates que hasta ahora estaban prohibidos. Y lo ha hecho contra todo y contra todos. Como un héroe americano de antaño. Como el llanero solitario. 

Cuando mis antepasados españoles iniciaron la reconquista para expulsar a los invasores musulmanes, parecía una batalla imposible. Eran pocos, estaban lejos unos de otros y ocupaban un pequeño rincón de  un país tomado por el enemigo. De algún modo, Trump ha encarnado ese coraje de antaño y se ha lanzado a una empresa loca y aparentemente imposible. Se ha convertido así en un ganador antes de ganar. Ha vencido el miedo y, gracias a él, todo el mundo libre puede respirar mejor y deshacerse de las mordazas ideológicas que nos impone el marxismo cultural. ¡Al diablo con la ideología criminal que defiende la izquierda! Recuerda: ¡el socialismo solo ha traído consigo hambre, miseria, división y ruina! Después del acto heroico de Trump, todos podemos gritar estas cosas en las calles sin miedo, sin tener que bebernos primero tres botellas de güisqui. Sin miedo.

Sea de ello lo que fuere, queda demostrado que las elites, los medios de comunicación y las grandes corporaciones podrían  gobernar el mundo. Pero las elites son una minoría: de ahí su nombre. Y mientras haya democracia, su voto, aunque ruidoso, vale lo mismo que el de cualquier otra persona. El voto histérico de Kamala, el voto fanfarrón de Obama con sus millonarios de Hollywood y el voto de un pacífico y humilde granjero valen lo mismo. ¡Espera hasta que se enteren los de la  CNN!


El original, aquí.


Nota del traductor:

(*) La palabra «lambada» no aparece en el DLE. La palabra «vals» sí que aparece. 

sábado, 31 de octubre de 2020

III DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR

 III

DECIR LOS PECADOS AL CONFESOR


En esto, precisamente, consiste la confesión. 

Al que confiesa sus pecados lo llamamos «penitente» porque, después de un diligente examen de conciencia ha descubierto con dolor —más o menos perfecto— que es un pecador y desea enmendarse y alcanzar el perdón por medio de la más perfecta penitencia que es la confesión. 

Al confesor que escucha los pecados del penitente lo llamamos «ministro» porque actúa en el Nombre y en la Persona de Cristo. Con otras palabras: el que va a escuchar y a absolver nuestros pecados no es don Fulano —ese tipo más o menos simpático— sino Cristo. Y eso independientemente de que don Fulano huela más o menos a oveja o de que el olor a oveja nos inspire más o menos confianza. 

Como no quiero perderme en eso del pastor que huele a oveja diré, de pasada, que en el confesonario donde me siento para escuchar las confesiones de los penitentes uso un ambientador fabricado en París en honor a la sede de la penitencia pero, sobre todo, para ofrecer al Buen Jesús lo que María de Magdala le ofreció.

Hemos llegado a eso tan enojoso que es la confesión. Será un asunto enojoso hasta el día en que adquiramos esa perfecta humildad de quien se reconoce ante Dios tal como es. 

Seamos sinceros. Ni siquiera el diablo se cree perfecto e, incluso él, solamente se aguanta a sí mismo comparando lo mejor de sí mismo con lo peor de los hombres, las más perfectas de las criaturas después de los ángeles y las más encumbradas desde que Dios se hizo Hombre y no ángel. 

Pero una cosa es reconocer que uno no es perfecto y otra, muy distinta, es confesar los propios pecados según su número y especie

Lo primero, reconocer que uno no es perfecto, es fácil y puede ser  interesante si no se queda ahí. Lo segundo, decir el número y la especie de los pecados que uno ha cometido, es no quedarse ahí. Es concretar, es confesar los pecados. 

Muy bien: hay qué decir los pecados al confesor del único modo objetivo: número y especie

El examen de conciencia y el arrepentimiento dependían en gran parte de Dios que es quien ilumina la concencia y la llena de amor. Pero decir los pecados al confesor es el compromiso del penitente.

Uno tiende a contar su vida al confesor —don Fulano— como si don Fulano fuera un juez humano a quien hay que explicarle las cosas.  

No hay que explicarle nada a don Fulano ni hay que contarle la vida de uno porque el que está ahí no es don Fulano sino Cristo. 

Entonces, ¿que debo hacer para confesar mis pecados?

Siendo esta una cuestión tan sensible, Nuestro Señor Jesucristo ha puesto un gran empeño en hacernos fácil la confesión. Nos ha dicho que, para hablar con Dios, no hay que usar muchas palabras. Si se trata de hablar de nuestros pecados basta con decir el número y la especie de tal modo y manera que lo entienda uno de aquellos a quienes Él dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados les serán perdonados». 

Siendo esta una cuestión tan sensible, lo que tenemos que hacer es buscar a un sacerdote para confesar nuestros pecados según su número y especie con pocas palabras. 

Los ministros de la confesión son sacerdotes. Que sean  sacerdotes no quiere decir que sean santos sino, solamente, que pueden perdonar los pecados a quienes los confiesan según su número y especie

A quien finge confesarlos ocultando su número o disimulando su especie no podemos llamarlo «penitente» sino «simulador». Y la simulación ni hace bien al penitente ni es verdadera confesión.

Como todo esto puede resultar, además de enojoso, confuso, tenemos un Ritual de la Penitencia que ayuda mucho al penitente y  al sacerdote. 

El sacerdote —si es párroco— debe garantizar que el penitente pueda confesar sus pecados amparado tras la rejilla de un confesonario para salvaguardar su anonimato. 

Al penitente le bastará con decir: «¡Ave María Purísima!» para escuchar esta respuesta del sacerdote: «Sin pecado concebida». Es como el santo y seña. Un penitente y un ministro de la reconciliación se encuetran así: reconociendo a la Inmaculada como Madre.

Inmediatamente el sacerdote bendice al penitente así: «Que el Señor esté en tu corazón para que te puedas arrepentir y confesar humildemente tus pecados». 

En materia tan sensible como es la confesión dos seres humanos, un penitente y un ministro de Dios, o se atienen al ritual aprobado por la Iglesia Católica o no se entienden con Dios. 

Luego el penitente dice sus pecados al confesor según su número y especie. Y ya está. El penitente ha renacido. Está en gracia de Dios y el sacerdote lo celebrará con él y, después de darle la bienvenida y de imponerle una penitencia saludable le dirá exactamente las palabras que según el Ritual de la Penitencia ha de decir para absolver: «YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS, EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO».

martes, 27 de octubre de 2020

II Dolor de los pecados y propósito de la enmienda

 II

DOLOR DE LOS PECADOS Y PROPÓSITO DE LA ENMIENDA


También se llama arrepentimiento. 

Cuando es perfecto se llama contrición y es, sin más, un acto de amor de Dios que  aniquila el pecado. A san Pedro y a la Magdalena los llevó a llorar mucho, razón por la cual ambos se hicieron dignos de la bienaventuranza del consuelo prometido a los que lloran. 

Para que la confesión sea válida basta con ese arrepentimiento imperfecto que se llama atrición. En la parábola del hijo pródigo se nos cuenta que el manirroto razonaba así en su ruina: «En la casa de mi padre se come estupendamente y yo aquí me estoy muriendo de hambre. Me pondré en camino, volveré a mi Padre y le diré: he pecado contra el cielo y contra ti. No espero que me recibas como a un hijo y me basta con que me aceptes entre tus criados». No parece un arrepentimiento muy perfecto el que solamente considera el pecado como un mal negocio pero algo es algo y, si nos mueve a reconocer que hemos obrado mal y a volver a Dios, Él mismo se encargará de prepararnos una fiesta de reconciliación que provocará la envidia de los que nunca han roto un plato en su vida. 

Sea perfecto o imperfecto salta a la vista que el arrepentimiento es un acto noble y muy humano. 

Lo contrario del arrepentimiento es el endurecimiento del corazón que nos lleva a justificar el pecado y a decir: «no me arrepiento de nada». Esto también es muy humano pero no tiene nada de noble y es la característica de los demonios y de los que han sido arrastrados por ellos al infierno. Simplemente no quieren reconocer lo que reconoció el buen ladrón: que él estaba en la Cruz por sus crímenes mientras que Jesús era inocente. 

No conviene dejar el arrepentimiento para el último momento. Por eso es aconsejable examinar la propia conciencia muchas veces al día y estar, como aconseja Jesús, en vela. Pero el ejemplo del buen ladrón se nos ha dado para que comprendamos que una vida que ha ido muy mal puede acabar muy bien. Si nuestro último aliento se convierte en una bendición de Dios, entonces nuestra vida, por mala que haya sido, será un canto a la misericordia de Dios. 

Es tal el poder liberador del arrepentimiento que el Padre de la Mentira ha inspirado abundante literatura —y no de mala calidad— para convencer a los espíritus refinados de que arrepentirse en el último momento es una debilidad mientras que autoafirmarse —sostenella y no enmedalla— hasta el final contra Dios es el colmo de la elegancia. 

«Un corazón contrito y humillado, Tú, Señor, no lo desprecias». 



Pero. ¿Qué pasa si, después de examinar diligentemente mi conciencia como el justo Job, no hallo en ella nada que me acuse? 

Pues pueden pasar dos cosas. Una mala y otra buena. 

La mala es la que le pasó al fariseo de la parábola que decía: «te doy gracias, Señor, porque yo no soy ladrón y adúltero como la gentuza o como ese publicano que está ahí dándose golpes de pecho. Yo soy bueno». 

Jesús contó esa parábola para advertirnos de  que nuestro examen de conciencia puede ser muy deficiente. Siempre lo es cuando confronta nuestro Yo mejor con lo peor de los demás

Suele decir un hermano mío muy simpático: «Cuando me miro me doy asco, pero cuando me comparo con los demás me encanto». Esto es lo malo. No de mi hermano que es bromista y juega con la ironía, sino de mí y de ti, amable lector. Que podemos examinar nuestra conciencia comparándonos con los demás y concluir que somos mejores que ellos. 

De todas formas  también puede ocurrir —aunque es muy raro— que después de un diligente examen, alguien concluya que no tiene nada de lo que arrepentirse, no porque se considere mejor que los demás comparándose con ellos sino porque su alimento ha sido siempre hacer la Voluntad del Padre. Ese tal será alguien tan excepcional como Job. Sufrirá con paciencia todos los males que le sobrevengan y, aunque su sufrimiento lo lleve a maldecir el día en que su madre lo arrojó al mundo, bendecirá a Dios con palabras inmortales: «Yo sé que mi Redentor vive».

Amable lector: tú puedes ser un Job —imagen de Cristo— que sufre por causa de la justicia. Si todos tus sufrimientos —como los de Cristo— manifiestan la gloria de Dios no necesitas confesar tus pecados porque toda tu vida es alabanza de Dios. Reza por mí que tiendo a examinar mi conciencia comparándome con lo que juzgo peor de los demás y no me atrevo a mirar a Jesús en la Cruz.

Nosotros, los espíritus exquisitos nos hacemos la ilusión  de que somos como Antonio Machado y ya ni podemos ni queremos cantar al feísimo Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar. Hemos leído tantas poesías sobre Cristo que ya no podemos ni queremos cantarle una saeta a la Cruz y nos pasamos la vida re-citando las poesías de otros como si fueran nuestras. 


«Un corazón contrito y humillado, Tú, Señor, no lo desprecias».

CINCO MINICHARLAS SOBRE LA CONFESIÓN: (I ) EL EXAMEN DE CONCIENCIA

 CINCO MINICHARLAS SOBRE LA CONFESIÓN


I

EL EXAMEN DE CONCIENCIA


Código de derecho canónico (canon 901): «El que después del Bautismo ha cometido pecados mortales que por las llaves de la Iglesia no han sido aún directamente perdonados, debe confesar todos aquellos de los cuales tuviere conciencia después de un diligente examen de sí mismo y explicar en la confesión las circunstancias que cambian la especie del pecado».

Si el Código dice «después de un diligente examen de sí mismo» es porque el examen de sí mismo va primero. Hasta aquí la lógica tonta. 

Que a ese examen de sí mismo se lo suele llamar “examen de conciencia” es de sobra sabido. 

Por eso la primera minicharla se titula “examen de conciencia”.


En realidad la conciencia —si no está endurecida por el hábito del pecado o cegada por la ignorancia— nos manda mensajes continuamente sin necesidad de que la examinemos. A veces son mensajes muy positivos: «¡Bien hecho!», nos dice. Y entonces experimentamos la satisfacción del deber cumplido y nos induce a dormir a pierna suelta, digan lo que digan los demás, porque nuestra conciencia nos ha alabado y no hay nada más reconfortante que la alabanza de la propia conciencia. Otras veces son reprobatorios: «¡Sinvergüenza!», apostilla con el tono de una madre enfurecida porque —una vez más— la hemos engañado. «Eso no ha estado bien», susurra justo cuando estamos a punto de dormirnos. «¿No crees que habría que estudiar eso un poco más?», sugiere cuando estamos a punto de tomar una decisión a la ligera. 

Si no hay nada más placentero que la alabanza de la propia conciencia tampoco hay nada más intimidatorio que la reprobación —«¡sinvergüenza!»— de la conciencia que aparece como una madre blandiendo una zapatilla. Y nada que nos desvele y nos inquiete y nos quite el sueño como ese juez interior y amigo que nos dice: «Eso no ha estado bien». Ni hay nada que nos invite con más eficacia a evitar la superficialidad que esa advertencia cordial: «¿Lo has pensado bien? No deberías estudiar un poco más el caso antes de tomar una decisión?». 

La conciencia es la voz de Dios en el corazón. Cuando se hizo Carne le impusieron por nombre Jesús. La Iglesia Católica —la que Jesús fundó sobre Pedro por nuestros pecados— es el eco de esa voz contra la que no prevalecerán los poderes de las tinieblas. 

Nótese que la promesa no es para la conciencia individual que puede ser domesticada y acallada fácilmente. No se dice que el poder de las tinieblas no prevalecerá sobre la conciencia de uno —sobre la mía, por ejemplo, o sobre la del buen Judas o sobre la tuya, amable lector— o sobre lo que llaman «libre examen». Sobre todo eso puede prevalecer, y prevalece a menudo, el poder de las tinieblas. Lo que se dice es que el poder de las tinieblas no prevalecerá sobre Cristo, voz de Dios hecho Carne, ni sobre el eco de esa voz que es la Iglesia. 


¿Entonces? 

Pues, entonces, amable lector, no sé qué más decirte. Aunque tu conciencia no estuviera deformada por el pecado y anque fuera tan transparente como la de la Virgen María o la de san José, para alcanzar el Cielo necesitarás que Jesús la ilumine como iluminó la de esas dos criaturas perfectísimas: María y José. 

Si tu conciencia fuera como la de la Virgen María —cosa imposible a menos que hayas sido concebido sin pecado original— no necesitarías examinarla porque estaría iluminada indefectiblemente por Cristo. Si tu conciencia fuera como la de san José —cosa imposible a menos que seas san José— cuando estuvieses a punto de cometer un error por amor de Dios, el mismo Dios te mandaría un ángel para decirte: «No cometas el error de repudiar a María porque lo que ha concebido en su seno es obra del Espíritu Santo». 

    Pero si tu conciencia anda un poco adormecida o, peor, como la mía, está entusiasmada un día con el misticismo de la New Age o del Dalái lama, otro con el hedonismo de la New Age y del Dalai lama y otro con el estoicismo de la New Age y del Dalai lama y ya no rezas el Padre Nuestro cada día porque aprendiste a rezar con los Beattles o con los raperos te aconsejo, con el Código de Derecho Canónico, que, antes de confesar tus pecados, hagas un diligente examen de conciencia contemplando con amor la Cruz de Cristo y rezando con humildad el Ave María. 



La conciencia —la mía, por supuesto, pero también la tuya, amable lector, y hasta la del Dalai lama o la del Papa o la de John Lennon— puede estar tan endurecida que ya no nos advierta contra el pecado. Entonces si no la examinamos  a la luz de Dios, su puesto lo ocupará el Padre de la Mentira que vendrá a decirte: «Tú reciclas las basuras. Tú pagas los impuestos. Tú no matas ni robas y, además, andas siempre muy indignado contra los otros, contra los que hacen lo que tú no haces, contra los malos. Si me crees serás como Dios». 

Pero las puertas del Infierno no prevalecerán contra Cristo ni contra la Iglesia que reza diciendo «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» y que empieza cada Misa invitando a todos a reconocer sus pecados para celebrar dignamente los sagrados misterios. 



Padre Nuestro que estás en Cielo… Dios te Salve, María, llena eres de Gracia… Y ahora el examen de conciencia a la luz de Dios. Y luego, con la gracia de Dios, la confesión. 



Esta minicharla ha salido un poco larga. Perdón. 

jueves, 15 de octubre de 2020

Santa Eduvigis y Roberto Grosseteste: universos paralelos

 viernes, 16 de octubre de 2020

Santa Eduvigis


Nació en Baviera en 1174 y, a los doce años, se casó con Enrique, heredero del duque de Silesia. Fue tía de Santa Isabel de Hungría, hija de su hermana Gertrudis. 

Eduvigis y su esposo fundaron varios monasterios y hospitales. Cuando murió Enrique, santa Eduvigis dispuso que lo enterraran en uno de esos monasterios, el de los cistercienses de Trzebnica, del que era abadesa una de sus hijas. Ella misma se retiró allí para pasar los últimos años de su vida y allí fue enterrada, junto a su esposo, en 1243.

Pedimos por intercesión de la Virgen María que también nosotros pongamos nuestras vidas al servicio del Reino de Dios. 


¿Y Roberto Grosseteste?

Pues Roberto Grosseteste (1175-1253) fue coetáneo de santa Eduvigis. 

Javier Yanes dedicó en 2014 dos entradas de su blog CIENCIAS M1XTAS a un estudio del físico Richard Bower que trataba de comprender mejor el pensamiento científico en el siglo XIII. 

    Bower encontró en Roberto Grosseteste —franciscano y obispo de Lincoln— una percepción del mundo natural «asombrosa incluso para un físico moderno». 

Con astucia periodística, Yanes tituló una de sus entradas así: «El obispo medieval que descubrió el Big Bang y los universos paralelos».

martes, 6 de octubre de 2020

San Bruno

 martes, 6 de octubre de 2020

San Bruno


Nació en Colonia en el siglo XI y estudió en la escuela catedralicia de Reims de la que llegó a ser director con solo veintiséis años. Entre sus discípulos estuvo Odón de Chatillon, el futuro Papa Urbano II.

Sintiendo la llamada a una vida de oración y retiro inició la búsqueda que lo llevó con otros seis compañeros hasta el desierto de la Chartreuse cerca de los Alpes donde fundó una comunidad eremítica conocida como la Cartuja. 

Urbano II, empeñado en la reforma de la Iglesia, lo llamó a Roma como consejero pero le permitió seguir llevando vida retirada. San Bruno fundó entonces en Calabria el segundo eremitorio. De sus hermanos escribió: «como centinelas divinos esperan la llegada del Señor para abrirle apenas llame». 

Allí murió el año 1101. 

Por intercesión de la Virgen del Rosario pedimos a Dios que nos conceda la gracia de servirle con un corazón libre del apego a las cosas terrenas. 



Tuesday, October 6th, 2020

Saint Bruno


He was born in Cologne in the 11th century and studied at the Reims cathedral school, of which he became director when he was only twenty-six years old. Among his disciples was Odo de Chatillon, the future Pope Urban II.

Feeling the call to a life of prayer and retreat, he began the search that led him with six other companions to the desert of the Chartreuse near the Alps where he founded a hermitage community known as the Charterhouse.

Urban II, committed to the reform of the Church, called him to Rome as a counselor but allowed him to continue leading a retired life. Saint Bruno then founded the second hermitage in Calabria. Of his brothers he wrote: "as divine sentinels they await the arrival of the Lord to open to Him as soon as He knocks.

There he died in 1101.

Through the intercession of Our Lady of the Rosary, we ask God to grant us the grace to serve him with a heart free from attachment to earthly things.

domingo, 4 de octubre de 2020

La parábola de los viñadores homicidas

domingo, 4 de octubre de 2020

Domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario


El cántico de la viña y la parábola de los viñadores homicidas nos hablan del amor de Dios que, despreciado por los hombres una y otra vez, a pesar de todo vuelve a ofrecerse y se abre paso en la la historia.

Dios aparece allí como el amigo que planta una viña y la cuida con solicitud; como el propietario que confía su heredad a los labradores. 

La viña produce frutos amargos, los labradores se rebelan pero el amor de Dios vuelve a manifestarse en Cristo, su Hijo.

A quienes creen en Él les dice San Pablo que no dejen que nada los preocupe porque el Dios de la Paz estará siempre con ellos si ponen por obra lo que han aprendido.

Con esta confianza pedimos a Dios por intercesión de la Virgen del Rosario: danos la paz. 



Sunday, October 4th, 2020

Twenty-seventh Sunday in Ordinary Time


The Song of the Vineyard and the Parable of the Murderous Vinedressers speak to us of the love of God despised by men over and over again. But He returs to offer His Love.

God appears there as the friend who plants a vineyard and keep it carefully; like the owner who entrusts his inheritance to the farmers.

The vineyard produces bitter fruits, the farmers rebel, but God's Love manifests itself again in Christ, His Son.

To those who believe in Him, Saint Paul tells them not to let anything worry them because the God of Peace will always be with them if they put into practice what they have learned.

With this confidence we ask God through the intercession of Our Lady of the Rosary: give us peace.

sábado, 3 de octubre de 2020

San Francisco de Borja

 sábado, 3 de octubre de 2020

San Francisco de Borja


Francisco, bisnieto del Papa Alejandro VI y del rey de Aragón, Fernando el Católico, nació en Gandía en 1510. Se educó en la corte del emperador Carlos y se casó con Leonor de Castro, dama de la emperatriz, con la que tuvo ocho hijos. 

Nombrado Virrey de Cataluña, al morir su padre heredó el título de duque de Gandía y se retiró a su ciudad natal donde fundó la Universidad. Tenía treinta y seis años cuando quedó viudo y decidió entrar en la Compañía de Jesús. Diecinueve años después fue elegido General de la Orden y ejerció el cargo durante siete años, hasta su muerte en 1572. 

San Ignacio de Loyola envió una carta a Carlos de Borja, marqués de Lombay y primogénito de san Francisco. En ella le recordaba que, si había heredado de su padre títulos y riquezas, había recibido también de él un ejemplo de humildad y santidad y que esta herencia espiritual era más importante que la primera.

Pedimos por intercesión de la Virgen del Rosario que la herencia de los santos dé fruto en nosotros. 



Saturday, October 3rd, 2020

San Francisco de Borja


Francisco, great-grandson of Pope Alexander VI and the King of Aragon, Ferdinand the Catholic, was born in Gandía in 1510. He was educated in the court of Emperor Charles and married Leonor de Castro, lady of the Empress, with whom he had eight children .

Named Viceroy of Catalonia, when his father died he inherited the title of Duke of Gandía and retired to his hometown where he founded the University. He was thirty-six years old when he became a widower and decided to enter the Society of Jesus. Nineteen years later he was elected General of the Order and held the position for seven years, until his death in 1572.

Saint Ignatius of Loyola sent a letter to Carlos de Borja, Marquis of Lombay and first-born of Saint Francis. In the letter he reminded him that, if he had inherited titles and wealth from his father, he had also received from him an example of humility and holiness and that this spiritual inheritance was more important than the first.

Let us ask through the intercession of the Virgin of the Rosary that the inheritance of the saints bear fruit in our lives.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña

 domingo, 27 de septiembre de 2020

Domingo vigésimo sexto del Tiempo Ordinario


«Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña»

La parábola nos habla de la vocación cristiana como llamada a trabajar en la viña del Señor; una llamada que el mismo Dios dirige a sus hijos. El «hoy» se refiere a esta vida. 

En las respuestas de los hijos podemos reconocernos nosotros mismos. 

Hay un «sí» respetuoso pero que se queda en palabras. Es el «sí» que hemos podido dar alegremente en alguna vez en la vida y que ha quedado en nada en el momento de la verdad, en el momento del sacrificio personal. 

Hay un «no» rebelde que, sin embargo, deja paso a la reflexión y al arrepentimiento. El «no» que hemos dado a veces, quizá por miedo al compromiso, hasta que hemos recapacitado.

Cada época de la vida tiene sus tentaciones. Hay una rebeldía propia del joven, del que empieza a caminar por sí solo y ve en la vocación una amenaza para su libertad, para sus propios planes y sus sueños. Pero hay también una rebeldía propia del hombre maduro o, incluso, del anciano que ya ha recorrido un largo trecho y, en el medio del camino de la vida, o al final, piensa que ya ha hecho bastante de modo que, aunque empezó dando un «sí» generoso a Dios, ahora deja de atender a su llamada.

Frente a esas rebeldías está el ejemplo de Jesús cuyo paso por este mundo resume y canta San Pablo como una vida de perfecta obediencia al Padre. El «sí» de Jesús se mantiene desde el principio hasta la muerte de Cruz. Él puede decir que su alimento es hacer la Voluntad del Padre que lo ha enviado y no dirá «todo está cumplido» hasta el momento de la muerte. Solamente entonces, después de haber apurado el cáliz, añadirá con perfecto abandono: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». 

A nosotros nos viene bien rezar como el salmista: «No te acuerdes de los pecados de mi juventud». Aunque nunca hubiéramos pecado y fuéramos ya ancianos llenos de méritos, haríamos bien en en decir: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad». 

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. 


Sunday, September 27th, 2020

Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time


"Son, go to work in my vineyard today"

The parable tells us about the Christian vocation as a call to work in the Lord's vineyard, a call that God Himself addresses to His children. That "today" refers to this life.

In the children's responses we can recognize ourselves.

There is a respectful "yes" but it ends in empty words. It is the "yes" that we, perhaps, have given at some point in life and that has come to nothing at the moment of truth, at the moment of the personal sacrifice. 

There is a rebellious "no" that, however, gives way to reflection and repentance. The "no" that we have sometimes given, perhaps out of fear of commitment, until we have reconsidered.

Every season of life has its temptations. There is a rebellion of the young man, who begins to walk on his own and sees his vocation as a threat to his freedom, to his own plans and dreams. But there is also a rebellion typical of the mature man or, even, of the old man who has already come a long way and in the middle of the path of life, or at the end, decides that he has already done enough and, if he started by saying a generous «yes» to God, now stops responding to that call.

Faced with these rebellions is the example of Jesus whose Life Saint Paul summarizes and sings as a Life of perfect obedience to the Father. The "yes" of Jesus is maintained from the beginning until the death on the Cross. He can say that His Food is to do the Will of the Father who has sent Him and He will not say "everything is accomplished" until the moment of death. Only then, after having drained the chalice, will He add with perfect abandon: "Father, into your hands I entrust my spirit."

It would be good for us to pray like the psalmist: "Do not remember the sins of my youth." Even if we had never sinned and were already meritorious elders, we would do well to say: "Lord, teach me your ways, instruct me in your paths: make me walk with loyalty."

Holy Mary, Mother of God, pray for us sinners, now and at the hour of our death.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Nuestra Señora de la Merced

 jueves, 24 de septiembre de 2020

Nuestra Señora de la Merced


En 1212 los reinos cristianos de Castilla, Aragón, Navarra, León y Portugal se unieron para impulsar la Reconquista y lograron una victoria decisiva en la batalla de Las Navas de Tolosa. 

Seis años después, el 1 de agosto de 1218 la Virgen María se apareció al rey de Aragón —Jaime I— a san Pedro Nolasco —un comerciante que dedicaba sus riquezas a redimir a los cristianos cautivos de los musulmanes— y a su confesor, san Raimundo de Peñafort. 

Por inspiración de Nuestra Señora y con el apoyo del rey, san Pedro Nolasco fundó una Orden de religiosos y caballeros que se comprometían a redimir a los cautivos. Veneraban a la Virgen María con el título de La Merced.

Hoy la invocamos todos con ese nombre «María de las Mercedes» y la contemplamos junto al Cruz del Redentor en el momento en que se nos dio como Madre para que, libres de la esclavitud del pecado, vivamos con la libertad de los hijos de Dios.



Thursday, September 24th, 2020

Our Lady of Mercy


In 1212 the Christian kingdoms of Castile, Aragon, Navarra, León and Portugal united to promote the Reconquest and achieved a decisive victory in the battle of Las Navas de Tolosa.

Six years later, on August 1, 1218, the Virgin Mary appeared to the King of Aragon - Jaime I - to Saint Pedro Nolasco - a merchant who dedicated his wealth to redeeming the captive Christians of the Muslims - and to his confessor, Saint Raimundo de Peñafort.

By inspiration of Our Lady and with the support of the king, Saint Pedro Nolasco founded an Order of religious and knights who undertook to redeem the captives. They venerated the Virgin Mary with the title of La Merced.

Today we all invoke her with that name "Maria de las Mercedes" and we contemplate Her next to the Cross of the Redeemer at the moment in which She was given to us as Mother so that, free from the slavery of sin, we may live with the freedom of the children of God.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

San Pío de Pietrelcina

 miércoles, 23 de septiembre de 2020

San Pío de Pietrelcina, presbítero


Nació en 1887 y fue bautizado con el nombre de Francisco. 

Hasta los dieciséis años vivió en su pueblo natal y, entonces, se trasladó a Beneveto para ingresar como en el convento de los capuchinos. Allí recibió el orden sacerdotal a la edad de veintitrés años. 

Sus problemas de salud aconsejaron a sus superiores mandarlo de regreso a Pietrelcina donde ejerció su ministerio durante seis años hasta que recibió la orden de volver a hacer vida en común y se trasladó al convento de los capuchinos de San Giovani Rotondo donde murió, habiendo cumplido los ochenta y un años, en 1968.

El Padre Pío recibió los estigmas de la Pasión de Cristo en 1918, el mismo año en que terminaba la Primera Guerra Mundial. 

Toda su vida procuró identificarse con Cristo Víctima en cuyas heridas encontramos la salvación. 

Hombre de oración y penitencia hizo de la Misa el centro de su vida y dedicaba muchas horas cada día a atender a las almas en el confesonario. Fundó más de setecientos grupos de oración y la casa hospital Alivio del Sufrimiento.

Entre los miles de peregrinos que acudieron a confesarse con él hubo un joven sacerdote llamado Carol Wojtyla. Siendo ya obispo, Wojtyla escribió al Padre Pío pidiendo la curación de una señora de cuarenta años, madre de cuatro hijos y enferma de cáncer. Ocho días después volvió a escribirle para anunciar que la señora se había curado instantáneamente antes de ser operada. 

Nuestra Señora lo favoreció con frecuentes apariciones y obró el milagro de su curación con ocasión de la vista de la imagen de la Virgen de Fátima a su convento. A ella encomendamos nuestro camino de fe.


Wednesday, September 23rd, 2020

Saint Pio of Pietrelcina, priest


He was born in 1887 and was baptized with the name of Francisco.

Until the age of sixteen he lived in his hometown and then he moved to Beneveto to enter as novice in the Capuchin convent. There he received the priestly order at the age of twenty-three.

His health problems caused his superiors to send him back to Pietrelcina where he exercised his ministry for six years until he received the order to return to life in common and he moved to the Capuchin convent of San Giovani Rotondo where he died, having reached eighty-one years old, in 1968.

Padre Pio received the stigmata of the Passion of Christ in 1918, the same year that the First World War ended.

All his life he tried to identify himself with Christ the Victim in whose wounds we find salvation.

A man of prayer and penance, he made Mass the center of his life and devoted many hours each day healing the souls in the confessional. He founded more than seven hundred prayer groups and the Suffering Relief Hospital home.

Among the thousands of pilgrims who came to confess to him was a young priest named Carol Wojtyla. Already a bishop, Wojtyla wrote to Padre Pio asking for the cure of a forty-year-old lady, mother of four children and suffering from cancer. Eight days later he wrote again to announce that the lady had been cured instantly before undergoing surgery.

Our Lady favored him with frequent appearances and worked the miracle of his healing on the occasion of the visit of the image of the Virgin of Fatima to his convent. To Her we entrust our journey of faith.