sábado, 5 de diciembre de 2020

¿Donde estaban (escondidos) los intelectuales cristianos en el siglo I?

  Los primeros catorce intelectuales cristianos estaban tan escondidos que ni ellos mismos se conocían y se habrían reído si alguien los hubiera llamado «intelectuales». Algunos de ellos se dedicaban al pésimo negocio de la pesca en Galilea. Uno —con más ojo para los negocios— se había hecho recaudador de impuestos. Otro -Iudas mercator pesimus- era un ladrón que acabó ahorcándose. Mi preferido, san Matías, ganó el título y el carisma de «intelectual cristiano» en una suerte de lotería. Hubo uno —el último de todos— que dedicó no pocas de sus energías a intentar acabar con los demás hasta que una especie de luz lo dejó ciego. Sabemos poco de ellos y, hoy en día, la muerte de un futbolista genera más comentarios entre los intelectuales que, por ejemplo, la fiesta de de San Pedro y san Pablo. 

San Pedro, el primero de los catorce primeros intelectuales cristianos —a quien se suele suele presentar como a un cateto— fue quien dejó escrito para edificación y guía de los intelectuales de todos los tiempos: «estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza». 

San Pablo, el útimo de los catorce primeros intelectuales cristianos, ganó en Atenas una batalla de la que salió personalmente maltrecho. En su discurso hizo notar a los griegos que la piedad griega, tan razonable, había erigido un templo «al Dios desconocido» y que esa razonable piedad los había hecho merecedores de conocer a Cristo. 

Ahora no hay intelectual que no se precie de dar razón de su desesperanza y de proponer, como remedio para todos los males, quemar todos los templos que no estén dedicados al Dios desconocido. 

El día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, todos los intelectuales cristianos del mundo saldrán de las profundas cavernas del sentido que estaba oscuro y ciego para alabar a la Señora de los silencios, serena y agitada, desgarrada y enterísima que es la rosa de la memoria y del olvido.