miércoles, 19 de mayo de 2021

Caridad: ¿Igualitarismo, solidarismo o solidaridad?

A don Pablo Iglesias,

con amor. 

Igualitarismo. 

David Hume se preguntaba qué pasaría si consiguiéramos repartir las riquezas de un modo igualitario entre todos y observaba que, siendo los hombres muy distintos por su arte, esmero y aplicación, no tardarían en aparecer las desigualdades económicas. Cabría, por supuesto, imponer de nuevo la igualdad por la fuerza pero —siempre según el ilustrado escocés— aparte de que esa cautela en vez de fomentar la creación de riqueza la desincentivaría, habría que crear una rigurosa inquisición y una severa jurisdicción para acabar, en cuanto apareciese, con cualquier desigualdad y esa autoridad no tardaría en ser tiránica y en ejercerse con graves favoritismos. 

No hay liberal que no cite a Hume ni contribuyente que no haya dudado alguna vez de la imparcialidad de los encargados de redistribuir las riquezas al ver cómo prosperan. 


Solidarismo.


Es, precisamente, aquello de lo que lo que dudaba Hume y que, a veces, hace dudar a los contribuyentes cuando el ministro de Hacienda de turno asegura —imitando a los curas que, para recaudar, dicen que «Iglesia somos todos» — que «Hacienda somos todos». 


Solidaridad.


En la doctrina social de la Iglesia hay un principio —el de solidaridad— que, sin embargo, no se define claramente en los documentos magisteriales. 

Don Gregorio Guitán, profesor de la Universidad de Navarra, intenta aclarar ese principio en su trabajo titulado Sobre la formulación del principio de solidaridad de la Doctrina Social de la Iglesia

Dado, dice el profesor Guitán, el influjo de las ciencias sociales en la formulación de la DSI (y yo añado, dado el influjo de las estadísticas de Tezanos), convendría depurar de ella algunos elementos opinables a la hora de presentar y explicar la solidaridad en cuanto principio para que esa doctrina —parte de la Teología Moral— no sea percibida como una ideología por los que critican con razón —liberales y comunistas—  no tanto sus principios cuanto algunos de sus juicios y propuestas de acción.

A don Pablo Iglesias, ahora que tiene tiempo para leer y disfrutar de su jubiación dorada, le recomendaría la lectura del artículo del profesor Guitán que se puede leer en un santiamén porque lo ha escrito un intelectual cristiano.

miércoles, 5 de mayo de 2021

Feria. Ana Iris Simón


    Publicado en 2020, va ya por la quinta edición. 

Un libro serio y bellísimo que hace sonreir a cada paso.

Ana Iris es de La Mancha, ese «océano de esparto». Mientras nos cuenta sus recuerdos de infancia nos introduce en el clan familiar y vamos entendiendo «que no hay nada más bello que el orgullo que se permiten los humildes, porque es el que emana de las cosas importantes». 

Ser de pueblo en España es convivir con la blasfemia más brutal y con la piedad más recia, sencilla y pura. Si se trata de un pueblo de la Mancha, ser de pueblo es convivir con Sanchos y aprender a mirar la vida y la muerte sin hacer aspavientos. Cuando arrancó el coche de la funeraria que llevaba a la abuela de Ana al cementerio «dos mariposas blancas quisieron unirse al cortejo fúnebre porque en Criptana se va de la iglesia al cementerio andando, salvo si eres mariposa blanca, que vas volando, y eso hicieron». 

Si el que es de pueblo y manchego tiene, además, vocación de escritor, durante la adolescencia habrá «escrito mucho sobre Madrid como escribimos sobre Madrid los chavales que vivimos en la periferia, como si Madrid fuera una especie de Macondo en el que no llueven ranas pero qué bien se está en Comendadoras cuando atardece». 

Pero la gran pregunta de este libro —que plantea muchas y muy grandes preguntas—, la más abrumadora, podría formularse asina: ¿cómo es posible que, de pronto, un niño recién nacido, o Dios, se convierta en el centro del universo de uno? 

Y, al parecer, a esta pregunta solamente puede hallarle uno mismo la respuesta. Y, al parecer, da igual que uno sea de Campo de Criptana o de Nueva York porque todos, cuando hallamos la respuesta, nos sorprendemos no poco y, si supiéramos escribir como Ana Iris Simón, llenaríamos el mundo de libros serios y desternillantes.

De Don Jorge Manrique quejándose del Dios de amor y cómo razonan el uno con el otro


L'amor che move il sole e l'altre stelle.



En el siglo XV el sentimiento del amor cortés —que inspiró a los trovadores provenzales trescientos años antes— seguía alentando a los poetas. Esta querella de Jorge Manrique con el dios de amor es prueba de ello. 

El poema empieza así de bien:


I


    ¡Oh, muy alto Dios de amor 

por quien mi vida se guía! 

¿Cómo sufres tú, señor, 

siendo justo juzgador, 

en tu ley tal herejía? 

  ¿Que se pierda el que sirvió, 

que se olvide lo servido, 

que viva quien engañó, 

que muera quien bien amó, 

que valga el amor fingido? 


El poeta no reclama nada a la mujer a la que ama. Eso sería de pésima educación. Sabe muy bien que, ante la dama, el enamorado no tiene derechos sino, únicamente, obligaciones. Si no se desespera es porque confía ciegamente en el dios de amor que puede tornar el corazón de piedra de la amada en corazón de carne. Porque confía en él, no puede entender que se pierda el que sirvió / que se olvide lo servido / que viva quien engañó / que muera quien bien amó / que valga el amor fingido y, en resumen, ni reclama nada a la dama ni pretende pelearse con el esposo de ella pero osa enfrentarse con el dios de amor. 

Pero ¿es que Manrique andaba enamorado de la mujer de otro? Puede que sí y puede que no. Nada indica que lo estuviera. Estamos hablando de amor cortés y de poesía o, si se quiere, de las revistas del corazón del siglo XV que tenían más mérito literario y no menos interés informativo que las de hoy. 

Lo que es seguro es que, en Marique, como en todos los poetas cristianos de la religión del amor cortés, había un sentimiento de desgarro o de contradicción por aquello de que nadie puede servir a dos señores y, aún menos, adorar a dos dioses. 

Todo el poema tiene la forma de una alegato contra el dios de amor o, por decirlo de otro de modo, de una protesta de amor contra el dios de amor que no solamente lo ha defraudado sino que, además, lo ha enemistado con Dios. 

El mismo dios de amor reconoce — en la estrofa VI— que hay otro Dios sobre él: otro Dios hay sobre mí /que te pueda remediar, / y a mí también castigar / si mala sentencia di.

Y, Manrique, atribulado, se pregunta cómo podrá apelar a Dios, al único Dios, cuando lo ha abandonado por seguir al dios del amor cortés. 


VIII


  En ti solo tuve fe 

después que te conocí; 

pues ¿cómo pareceré 

ante el Dios a quien erré 

quejando del que serví? 

  Que me dirá, con razón, 

que me valga cuyo so, 

y que pida el galardón 

a quien tuve el afición, 

que él nunca me conoció. 


El drama acaba bien porque ya Dante, doscientos años antes, había conciliado la religión del amor cortés con el Amor que mueve el sol y las otras estrellas. 


Aquí va el poema entero:


I


   ¡Oh, muy alto Dios de amor

por quien mi vida se guía!

¿Cómo sufres tú, señor,

siendo justo juzgador,

en tu ley tal herejía?

  ¿Que se pierda el que sirvió,

que se olvide lo servido,

que viva quien engañó,

que muera quien bien amó,

que valga el amor fingido?


II


   Pues que tales sinrazones

consientes pasar así,

suplícote que perdones

mi lengua, si con pasiones

dijere males de ti.


  Que no soy yo el que lo digo,

sino tú, que me hiciste

las obras como enemigo:

teniéndote por amigo

me trocaste y me vendiste.


III


   Si eres Dios de verdad,

¿por qué consientes mentiras?

Si tienen en ti bondad,

¿por qué sufres tal maldad?

¿O qué aprovechan tus iras,

  tus sañas tan espantosas

con que castigas y hieres?

Tus fuerzas tan poderosas

-pues comportas tales cosas-

di, ¿para cuándo las quieres?


IV


RESPONDE EL DIOS AMOR


  Amador: Sabe que Ausencia

te acusó y te condenó,

que si fuera en tu presencia,

no se diera la sentencia

   injusta como se dio;

   ni pienses que me ha placido

por haberte condenado,

porque bien he conocido

que perdí en lo perdido

y pierdo en lo que he ganado.



V


REPLICA EL AQUEJADO


¡Qué inicio tan bien dado,

qué justicia y qué dolor,

condenar al apartado,

nunca oído ni llamado

él ni su procurador!

  Así que por disculparte,

lo que pones por excusa,

lo que dices por salvarte

es para más condenarte

porque ello mismo te acusa.


VI


RESPONDE EL DIOS DE AMOR


   Amansa tu turbación,

recoge tu seso un poco,

no quieras dar ocasión

a tu gran alteración

que te pueda tornar loco;

que bien puedes apelar,

que otro Dios hay sobre mí

que te pueda remediar,

y a mí también castigar

si mala sentencia di.



VII


REPLICA EL AQUEJADO


  Ese Dios alto sin cuento,

bien sé yo que es el mayor;

mas, con mi gran desatiento,

le tengo muy descontento

por servir a ti, traidor,

  que con tu ley halaguera

me engañaste, y has traído

a dejar la verdadera,

y seguirte en la manera

que sabes que te he seguido.



VIII



  En ti solo tuve fe

después que te conocí;

pues ¿cómo pareceré

ante el Dios a quien erré

quejando del que serví?

  Que me dirá, con razón,

que me valga cuyo so,

y que pida el galardón

a quien tuve el afición,

que él nunca me conoció.


IX


  Mas, pues no fue justamente

esa tu sentencia dada


contra mí, por ser ausente,

ahora que estoy presente

revócala, pues fue errada,

  Y dame plazo y traslado

que diga de mi derecho;

y si no fuese culpado,

tú serás el condenado,

yo quedaré satisfecho.


X


RESPONDE EL DIOS DE AMOR


   Aunque mucho te agraviaste,

no sería Dios constante

si mi sentencia mudaste,

por eso cumple que pase

como va, y vaya delante.

  Y pues más no puede ser,

mira qué quieres en pago,

que cuanto pueda hacer,

haré por satisfacer

el agravio que te hago.


XI


REPLICA EL AQUEJADO


   Ni por tu gran señorío

nunca tal conseguiré,

ni tienes tal poderío

para quitarme lo mío

sin razón y sin porqué.


  Porque si bienes me diste,

sabes que los merecía;

mas el mal que me hiciste

sólo fue porque quisiste,

pero no por culpa mía.


XII


  Que aunque seas poderoso,

haslo de ser en lo justo;

pero no voluntarioso,

criminoso y achacoso,

haciendo lo que es injusto.

  Si guardares igualdad,

todos te obedeceremos;

si usares voluntad,

no nos pidas lealtad

porque no te la daremos.


XIII


RESPONDE EL DIOS DE AMOR


   No te puedo ya sufrir

porque mucho te me atreves;

sabes que habré de reñir

y aun podrá ser que herir,

pues no guardas lo que debes.

  Y pues eres mi vasallo,

no te hagas mi señor,

que no puedo comportallo;

ni presumas porque callo

que lo hago por temor.


XIV


REPLICA EL AQUEJADO


   No cures de amenazarme

ni estar mucho bravacando, (sic)

que tú no puedes dañarme

en nada más que en matarme,

pues esto yo lo demando:

  ni pienses que he de callar

por esto que babeaste,

ni me puedes amansar

si no me tornas a dar

lo mismo que me quitaste.


XV


RESPONDE EL DIOS DE AMOR


   Pues sabes que no lo habrás

de mí jamás en tu vida,

veamos qué me darás,

o qué cobro te harás

sin mí para tu herida;

  y bien sé que has de venir,

las rodillas por el suelo,

a suplicarme y pedir

que te quiera recibir

y poner algún consuelo.


XVI


REPLICA EL AQUEJADO


   Quiero moverte un partido,

escúchame sin enojos:

si me das lo que te pido,

de rodillas y aun rendido

te serviré, y aun de ojos;

  pero sin esto no entiendas

que yo me contentaré,

ni quiero sino contiendas:

porque todo el mundo en prendas

que me des, no tomaré.


XVII


RESPONDE EL DIOS DE AMOR

Y ACABA


   Por tu buen conocimiento

en te dar a quien te diste,

por tu firme pensamiento,

por las penas y tormento

que por amores sufriste,

  te torno y te restituyo

en lo que tanto deseas,

y te doy todo lo tuyo,

y por bendición concluyo

que jamás en tal te veas.

lunes, 3 de mayo de 2021

Permaneced en mí


No olvidéis que en la Iglesia hay muchos días de la Madre porque, desde el uno de enero, no hay mes sin una fiesta dedicada a la Virgen y este mes de mayo es todo para Ella. 

La vida de cada uno de nosotros ha comenzado en el seno de una madre. Allí pasamos unos nueve meses —yo pasé unos pocos menos— que no recordamos, aunque nuestras madres sí los recuerdan. Luego hay que salir de allí —y eso es nacer— y hay que aprender a andar, a hablar, a vestirse uno solo y a comer y todo eso. Eso es crecer: aprender a vivir sin que mamá tenga que llevarnos todo el día en los brazos. 

Para un cristiano, en cambio, crecer es lo contrario. Es vivir, cada vez, más unido a Cristo. 

Jesús lo explicó muy bien: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos». 

Jesús es la vid que tiene sus raíces en el cielo. Ha venido a la tierra para que, unidos a Él, el Espíritu Santo dé en nosotros sus frutos que son caridad, gozo, paz, paciencia y otros muchos y muy buenos que no podemos dar si nos separamos de Él. 

Hubo un santo español que lo entendió muy bien y escribió una oración  que empieza así: «Alma de Cristo, santifícame». Esa oración está en todos los misales porque expresa los deseos, las aspiraciones, de un corazón enamorado de Cristo: «No permitas que me aparte de ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti para que, con tus santos, te alabe por los siglos de los siglos».

Hoy también es el día de la Madre porque estamos en Pascua y en mayo. Sin salir de casa podemos ir en romería hasta esa imagen de Nuestra Señora que está en el comedor —o en la mesilla de noche— para darle un beso y decirle: «Reina del Cielo, alégrate. Porque el Señor, a quien mereciste llevar en tu seno, resucitó según su Palabra. Ruega a Dios por nosotros. ¡Aeluya!».

Lecturas (y películas) de abril


Lecturas:

1. Calixta. John Henry Newman. 

Una cita aquí. Otra aquí. otra aquí. Otra aquí. Otra aquí. Otra aquí.

Newman no llamó a esta deliciosa obra «novela» —aunque es una novela histórica— sino, humildemente, «retazos». Y advirtió con humildad que «son un intento de imaginar y expresar los sentimientos y las relaciones de cristianos y paganos en el periodo de que tratan». El periodo de que tratan es el siglo III, no muy distinto del XIX o del XXI en ciertos aspectos. También advierte, sin alarde de erudición, que esos retazos «han requerido más estudio del que parece a primera vista». 

Y es de agradecer que un erudito como él haya escrito para los que no somos eruditos unos retazos encabezados por el poema de un su amigo que acaba con estos versos:

Tú, en esta vida, ama a tu Dios

o vive mirándote el ombligo para siempre. 

Lo de «mirándote el ombligo» es de mi cosecha. Víctor García Ruiz, el traductor de Newman, lo ha traducido mucho mejor. 


2. Decálogo del buen ciudadano. Victor Lapuente.


3. Cinco meditaciones sobre la muerte. François Cheng. 

No esperes encontrar aquí doctrina. Poesía, sí. Y una poesía, por cierto, delicada. 


4. Ciego en Granada, Miguel D’Ors 1975. 

Más sobre la muerte: Uno se muere así


5. Un cinéfilo en el Vaticano. Román Gubern, 2020.

Fue miembro —el único laico— de la comisión de la Filmoteca Vaticana para conmemorar, en 1995, el centenario del cine.  


6. Las suplicantes. Esquilo. 



7. El huevo de la serpiente. Eugenio Xamar. 

Sesenta y tres crónicas breves enviadas por Xamar desde Alemania en 1923 y 1924 a los periódicos españoles de los que era corresponsal. 

Están escritas con un delicioso humor que deja ver la admiración del periodista por Alemania, su amor a Cataluña y su desprecio burlón de España. 


Películas:

De las que he visto en la tele la mejor, sin duda, Las aventuras de Jeremiah Johnson, de Sydney Pollack y, claro, Robert Redford que está genial. Muy buenas, también, El cielo sobre Berlín de Wim Wenders, Sound of Metal de Darius Marder y The Gentlemen. Una un poco loca: Al servicio de las damas de Gregory La Cava. Y, muy apropiada para Pascua, Ordet de C.T. Dreyer. 

Al cine solamente he ido a ver Nomadland.