martes, 15 de febrero de 2022

Crónica de Orihuela (II)

sábado, 12 de febrero de 2022


Ha venido usted aquí para leer esta «Crónica de Orihuela II» porque arde usted en deseos de saber cómo acabó la gran fiesta. Muy, bien. 

        Pero antes debo contar cómo siguió. Y siguió así de bien. 

La catedral de El Salvador estaba limpísima, lindísima y abarrotada. Pero aún había más gente fuera, dispuesta a seguir la ceremonia desde unas pantallas que no eran gigantescas pero sí muy grandes. Yo encontré un sitio muy bueno en la girola, cabe la puerta de la capilla del Santísimo, detrás de la sede episcopal. 

Don José Ignacio llegó a la Puerta de Loreto y se oyó la voz del Nuncio Apostólico, don Bernardito Cleopas Auza: «Queridos hermanos: os presento al que, desde ahora (aunque, en esto, no fue exacto, como se verá) presidirá vuestras celebraciones en esta Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Orihuela-Alicante: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre». 

Y empezaron los aplausos que yo no apruebo en la iglesia aunque, como se verá, eso importa poco. 

Según la costumbre, don José Ignacio se dirigió a la capilla del Santísimo. Todos, menos yo, seguían aplaudiendo cuando el obispo pasó, bendiciéndonos a todos, justo por delante de mí. 

Los aplausos cesaron cuando don Jose Ignacio se arrodilló ante el Tabernáculo para orar. Fue lindo recordar que estábamos allí para orar. 

Los aplausos volvieron a sonar cuando el obispo salió de la capilla para ir a la sacristía. Una pena porque no se podía oír, con el alboroto, la hermosa y festiva y solemne música del órgano que valía mil veces más que los aplausos. 

Revestido para la Misa, el obispo fue, como de costumbre, en procesión hasta el altar mientras sonaba el canto de entrada. Pero ni fue a la sede ni dijo «En el nombre del Padre…» porque, en ese momento, la presidencia la tenía el Nuncio que fue quien ocupó la sede e inició la Misa como de costumbre. 

Palabras del Administrador Apóstolico. palabras del Nuncio Apostólico que terminan con un mandato: «¡Que se presenten las Letras Apostólicas al Colegio de Consultores!». 

El Presidente del Cabildo mostró las letras al Colegio y el Nuncio, recogiendo el ardiente deseo de todos los presentes, tronó: «¡Que se lean!». 

El Canciller, obediente, leyó las letras que empezamaba así de bien: «Francisco, obispo, siervo de los siervos de Dios, al Venerable hermano Jo´se Ignacio Munilla Aguirre». 

Y todos, conteniendo la respiración, escuchamos la lectura hasta el final: «Finalmente, Venerable hermano, con devoción te exhortamos con la intercesión de la Virgen María y de san José, su Esposo y tu celestial Patrono, a que, con ardiente (las Letras decían «flagrante») corazón emplees resueltamente todas tus fuerzas en la predicación del Evangelio a favor de la eterna salvación de los fieles encomendados a tu cuidado». 

Todos nos pusimos de pie como diciendo: «Muy bien dicho». Y todos menos yo, que no apruebo los aplausos en la iglesia, empezaron aplaudir mientras volteaban las campanas, sonaba el órgano con una música que valía mil veces más que los aplausos y el Nuncio le daba el báculo al obispo que se sentó en la sede. Entre tanto yo luchaba, íntimamente conmovido por las letras Apostólicas y por don José Ignacio, para contener las lágrimas de alegría.

La Misa siguió como de costumbre. El que quiera saber lo que pasó puede verlo en You Tube. 

¿Cómo terminó la fiesta? 

Para responder a esta pregunta harían falta mil cronistas. Yo diré cómo terminó para mí.

Salí pitando de la catedral después del «Podéis ir paz» sin despedirme de nadie porque no apruebo la cháchara ni el jaleo que suele seguir a esas palabras santas. 

De camino hacia el autobús que nos había traído, o llevado, a Orihuela, escuché un lamento detrás de mí. Me volví y vi a la más venerable, por anciana, de nuestras compañeras de peregrinación tumbada en la calle y lamentándose: «¡Ay! ¡Me he roto el brazo! ¡Me está bien empleado por haber venido! ¡No tendría que haber venido! ¡Me está bien empleado por haber dejado a mi marido!». 

Yo, que no soy médico ni nada, intuí que ni se le había roto el brazo ni su caída era una castigo por haber abandonado a su esposo. Acerté. Unos amables jóvenes que pasaban por allí la levantaron delicadísimamente y, caballerosísimamente, se ofrecieron a llevarla en su coche hasta el autobús. 

Así de bien acabó la fiesta. 

Cuando llegué a San Miguel me arrodillé ante el Sagrario. Luego apagué las luces de la iglesia. 

No suelo tener visiones pero, cuando me disponía a cerrar la iglesia, creí ver que la imagen del Sagrado Corazón de Jesús estaba un poco flagrante o algo así. 

sábado, 12 de febrero de 2022

Crónica de Orihuela

 sábado, 12 de febrero de 2022


Hemos llegado a Orihuela en dos autobuses del arciprestazgo de Torrevieja. A mí me ha tocado uno de esos muy viejos que aún llevan ceniceros y cartelitos de «prohibido escupir por las ventanas». 

El trayecto ha sido apacible. Mari Fina —sacristana de Los Montesinos— llevaba una pancarta que decía: «Los Montesinos siempre  con el..», y aquí un Corazón de Jesús pintado. Todos íbamos contentos. 

En la capital de la Vega Baja una multitud incontable (yo he contando hasta mil quinientos y luego lo he dejado por aburrimiento) se había congregado junto a la puerta de Santo Domingo (que no se llama así pero ahora no recuerdo su nombre) y en el camino de San Antón y en la calles, para recibir al nuevo obispo, don José Ignacio Munilla.

Don José Ignacio ha llegado puntualmente a lomos de una mula blanca que responde al nombre de «Bartola». Aplausos y vítores al obispo. Una niña que estaba detrás de mí, subida en los hombros de su padre, ha gritado con vocecilla casi inaudible: ¡Viva el Papa!». Solamente yo he respondido a su vítor y su padre, como para enviarle un refuerzo positivo, le da dicho cariñosamente: ¡Muy bien, Bea, muy bien!

Entonces se ha hecho el silencio porque hay que estar en silencio cuando el macero golpea la puerta de la ciudad: «Pum, pum, pum». Y hay que seguir en silencio cuando, desde dentro, un ser humano pregunta: «¿Quién va?». Y hay que seguir en silencio cuando el macero responde: «El obispo de Orihuela va entrar en la ciudad». Entonces llega lo más emocionante y hay que contener la respiración: ¿Abrirán las puertas al obispo de Orihuela, señor natural de la ciudad, o se amotinarán y tendremos que derribar las puertas y degollar a los amotinados? 

Estábamos todos conteniendo la respiración. He mirado a Fina que sostenía con una mano la pancarta y me ha parecido que, con la otra mano, sacaba de su bolso un puñal preparándose para lo peor. 

Estábamos todos conteniendo la respiración cuando las puertas de la capital de la Vega Baja se han abierto y, desde dentro de la ciudad, se ha oído un vítor. Fina ha guardado el puñal y ha murmurado algo así como «mejor para vosotros», y todos los demás hemos respirado y aplaudido. La banda de música: «Tachín, tachán». El pueblo, dentro y fuera de la ciudad, jubiloso. ¿Y don José Ignacio? 

Un tipo alto que estaba a mi lado ha dicho: ¡Está emocionado! Yo no he dicho nada pero he pensado para mí: «Daría cualquier cosa por ser tan alto como tú para ver la novedad de un vasco emocionado!». 

Don Paco Román —párroco de los Montesinos y jefe de la expedición— nos ha conducido por callejuelas atestadas de gente alegre y pacífica hasta la catedral. 

En el camino me han reconocido algunos enmascarados que me saludaban: «¿Se acuerda de mí?». Y yo, mintiendo a medias porque soy incapaz de saber quién está detrás de una máscara pero no desconfío de quien me saluda: «¿Cómo no? ¡Qué gran día!».

Entre los enmascarados he encontrado a uno a quien conocía: el doctor Poveda. Don Paco Román nos ha hecho una foto. Ha sido mi minuto de gloria. 

Don Paco Román ha dejado a Fina al mando de los laicos que tenían un sitio reservado en la plaza de la catedral. 

A mí, después de poner una amable excusa, me ha dejado en la estacada ante una puerta de la catedral custodiada por tres policías como tres torres y, lo más temible, un seminarista que no dejaba entrar a nadie sin credencial: yo no llevaba más credencial que mi alzacuellos y, en un maletín, mi alba-casulla con mi estola blanca. 

En descargo de don Paco Román he de decir que, antes de dejarme en la estacada, me ha dado una pista: «Pregúntale a esa chica. Ella te dirá por dónde pueden entrar los sacerdotes». 

La chica a la que don Paco señalaba era una chica policía más alta que la torre de la catedral. Obediente y triste, he obedecido. La torre-policía ha dicho «allí» señalando al palacio del obispo. 

En la puerta del palacio del obispo había un grupo de seminaristas revestidos con sotana y roquete que me han saludado con afecto fraternal. 

«¿Dónde puedo revestirme para Misa?» —he preguntado.

«¿Es usted obispo?» —ha repreguntado un seminarista que me ha parecido guasón aunque, como se verá luego, hablaba en serio. 

Yo, pensando que era momento de bromear: «Sí».

Él: «Pase por ahí».

Yo, obediente, he pasado y he empezado a revestirme hasta que una monja amabilísima que venía con una lista me ha preguntado: «¿Cómo se llama usted?».

Y yo: «Javier, Javier Vicens, Y Hualde por más señas».

Y ella: «No está usted en la lista de los obispos acreditados».

Y yo, dando testimonio de la verdad: «Cura  de pueblo soy. De San Miguel de Salinas por más señas».

Y la amable religiosa, reconduciédome hacia la puerta por la que pasé burlando a un seminarista: «Vaya usted al claustro de la catedral donde podrá revestirse con los demás presbíteros y no vuelva a intentar hacerse pasar por lo que ni es ni parece». 

¿Qué han venido ustedes a ver aquí? ¿Una caña movida por el viento?

Si quieren saber lo que pasó luego  —lo más interesante— pidan a Dios que dé larga vida a este cura de pueblo para que, mañana, pueda escribir la segunda parte de  esta «Crónica de Orihuela» que será la más interesante. 

sábado, 5 de febrero de 2022

Tradición


A menudo, cuando se habla de la admirable doctrina de la Iglesia, los amables protestantes se inquietan un poco y objetan, por ejemplo: «Vuestras doctrinas sobre María no tienen base en la Escritura».

Por lo que se refiere a la doctrina católica sobre la Bienaventurada y siempre Virgen María recomiendo mucho un libro que aún, creo, no se ha traducido del inglés pero que puede leer en el idioma original en el que ha sido escrito cualquiera que tenga unas nociones de ese lindo idioma: «Jesus and the Jewish Roots of Mary». Allí se demuestra que la doctrina católica tiene, en este y en los demás asuntos, una base escriturística más sólida de lo que pueden sospechar los protestantes y aún los católicos. 

Pero a lo que vamos es a la objeción de los amables protestantes. 

Esa objeción tendría sentido si los católicos creyésemos, como Lutero, que la verdad revelada por Dios se encuentra solamente en la Biblia. Pero los católicos no creemos eso. Los católicos veneramos la Revelación que conocemos por la Escritura y la Tradición. 

Y, para entender qué cosa es la Tradición, pongamos una comparación.

Supongamos que encuentro en el desván de mi casa un hermoso álbum de fotos familiares y me emociono no poco. 

Reconozco a algunas de las personas que están allí retratadas pero no a todas. ¿Quién es este señor gordo que está junto a mi tío Antonio? ¿Quién es esa niña flaca que va de la mano de mi madre?

Acudo a mi madre y ella me explica que el señor gordo es un hermano, a quien yo no recuerdo, de mi tío Antonio y que la niña flaca que va de su mano no es una niña flaca sino que soy yo mismo, hoy cura católico, a la edad de seis años. 

Me pasmo, claro. Me pregunto: ¿cómo he podido olvidar al gordísimo hermano de mi tío Antonio? ¿Cómo he llegado a confundir mi imagen con la de una niña flaca?

Pero mi madre me tranquiliza: «No te inquietes, pequeño saltamontes. nadie puede recordar, ni aún reconocerse, si no tiene madre». Y, luego, pacientemente, me va ilustrando sobre esa foto de un señor con barbas que parece un general, y sobre esa otra foto de una señora que lleva una rosa en la mano. Y así, poco a poco y gracias a la memoria de mi madre empiezo a entenderme un poco y a saberme el álbum de fotos. 

Claro que, el amable lector, me dirá. ¡Explicame la parábola! ¡No he entendido nada! 

Como los deseos del amable lector son órdenes para mí, digo: 

El álbum es la Escritura, la madre es la Iglesia Católica que, gracias a San Lucas y a los demás evangelistas pero, sobre todo, gracias a su prodigosa memoria, guarda en su corazón el sentido de cada gesto y palabra del Buen Jesús —la Tradición— porque lleva dos mil años meditándolo sin desfallecer en su Corazón.

Respuesta a los que, preguntan en Twitter: ¿en qué parte de la Biblia se encuentra tal o tal otra doctrina de la Iglesia católica?


Hace unos días, don @EugeniodOrs_ comentaba en su cuenta de Twitter que, en las iglesias, cada vez más a menudo, se ven largas colas para comulgar mientras que  a los confesonarios se acercan muy pocos. 

Este fenómeno solo tiene tres explicaciones:

1. Que ya no pecamos.

2. Que pecamos pero no nos damos cuenta porque hemos perdido el sentido del pecado. 

3. Que pecamos y lo sabemos pero ya no creemos en la doctrina de la Iglesia sobre la confesión y la eucaristía. 

Algunos amables comentaristas preguntaban sinceramente que cuál era la doctrina de la Iglesia en este asunto. Otros amables comentaristas respondían sabiamente: «nadie puede acercarse a comulgar sin haber confesado antes todos los pecados mortales, según su número y especie, de los que tenga conciencia después de un diligente examen». 

Algún comentarista menos amable acusaba infundadadmente a don @EugeniodOrs_ de andar juzgando a los demás. 

No pocos preguntaban: «¿en qué parte de la Biblia está escrito que haya que confesar todos los pecados mortales, según su número y especie, antes de  comulgar?».

Esto es bastante común. No es una pregunta tonta pero, claro, Twitter no es el lugar más adecuado para hacer estudios teológicos. 

A pesar de ello, los amables católicos tenemos que dar razón de nuestra esperanza a quien la pida. 

Me atrevo a sugerir un formulario de respuesta para este tipo de preguntas formularias. Podría ser este:

«La Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así la Escritura y la Tradición se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción. Si usted, amable comentarista, quiere profundizar en la doctrina hará bien en consultar el Catecismo de la Iglesia Católica». 

Este formulario cabe en un tuit. Es fácil copiarlo y pegarlo donde haga falta. 

De nada.