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domingo, 19 de abril de 2020

Domingo de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

domingo, 19 de abril de 2020
Domingo de la Octava de Pascua

Hoy, a las once, las campanas tocaban a difunto y rezábamos un responso.   
Después de esta celebración, el volteo de campanas anunciará la resurrección de Jesús en este domingo de la Octava que se conoce como de la Divina Misericordia. 
Y aquí estamos, ofreciendo la Misa por todos los que han muerto estos días y confiando, más que nunca en la Misericordia de Dios.

El evangelio empieza contando lo que pasó en la noche de la Pascua cuando los discípulos de Emaús volvieron a Jerusalén y contaron a los apóstoles su encuentro con Jesús en el camino. Por su parte los apóstoles confirmaron la resurrección co el testimonio de Pedro y de las mujeres. Jesús apareció en medio de ellos y, soplando sobre ellos como hizo Dios cuando modeló al primer hombre y le insufló aliento de vida, les dijo: «recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdonados». Tomás no estaba allí. 
El evangelio, entonces nos trae hasta este mismo domingo, ocho días después de la pascua cuando Jesús se aparece por segunda vez a los apóstoles reunidos, ahora sí con Tomás. 
Sin ningún rencor, con cariño, pone delante de Tomás y de los otros su incredulidad pasada porque han de ser ministros de la misericordia del Señor y por eso, cuando se encuentren con los pecadores, en vez de juzgarlos tendrán que recordar su propuia incredulidad pasada, sus dudas, su dureza corazón y la misericordia que Dios tuvo con ellos. 

Una leyenda cuenta cómo aprendió san Pedro esta lección. 
Cuenta que, años después, una comunidad cristiana se había reunido para juzgar a un hermano que, en medio de la persecución, no había tenido la valentía de confesar su fe en Cristo y lo había negado. Justo entonces llegó san Pedro. Todos se alegraron, lo saludaron y le contaron el motivo de su reunión. San Pedro se acercó al acusado y le preguntó: «¿Cuántas veces has negado a Jesús?». El otro, llorando, confesó: «Una vez». San Pedro lo abrazó y, llorando con él, le dijo: «Yo lo negué tres veces».

Vamos a pedir a Dios por intercesión de la Virgen, madre de misericordia, que la celebración de esta Pascua no dé también a nosotros un corazón misericordioso y que, cuando todo esto pase, nos acerquemos todos al sacramento de la penitencia para que también a nosotros nos alcance la misericordia entrañable de nuestro Dios. 

sábado, 18 de abril de 2020

Sábado de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

sábado, 18 de abril de 2020
Sábado de la Octava de Pascua

Esta mañana me he unido a la misa del Papa transmitida en directo por la televisión del Vaticano. Estábamos siguiendo esa misa unas dos mil quinientas personas. El Papa ha comentado el evangelio de san Marcos y ese mandato del Señor —«id al mundo entero y proclamad el evangelio»— que los apóstoles cumplieron con valentía. Luego he oído a otro sacerdote —el Padre Arnulfo Batavia— esta vez de desde América, el comentario a esas mismas lecturas. Y, por último, he oído una meditación maravillosa de don José Fernando Rey que me ha mandado don Alejandro y que me ha alegrado el día. 
Lo primero que pensaba yo era: «Mira qué bien. Hoy, sin salir de casa, ya he estado en Roma, en algún lugar de América y quién sabe si en Madrid oyendo el anuncio del evangelio que alegra el alma». 
¿Qué decía don Fernando Rey en su meditación maravillosa?                                      
Pues, resumidamente, decía con los Padres de la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado, es la semilla divina que ha caído en la tierra, que en su sepulcro la ha fecundado y que, de allí, ha salido victorioso y radiante como un esposo.
Y decía también que María Magdalena —de quien Jesús había expulsado siete demonios— fue una mística, una mujer enamorada de Dios a través de la humanidad de Cristo. Y que ese amor se manifestó en sus lágrimas junto al sepulcro pero, sobre todo, en la alegría contagiosa con la que fue corriendo a anunciar la resurrección a los apóstoles. 
Y decía, al final, que todos nosotros estamos llamados a esa intimidad con el Señor que, cuando comulgamos, nos transforma y habita en nosotros. 
Él lo decía mejor pero a mí me ha alegrado el día.
En la catequesis que los sacerdotes estamos leyendo estos días en en la liturgia de las horas se nos daba este consejo: «fortalece tu corazón comiendo este pan espiritual para que brille el rostro de tu alma». 
Por intercesión de la Virgen María pedimos a Dios que la comunión con Cristo nos transforme, como a María Magdalena, en apóstoles alegres.

viernes, 17 de abril de 2020

Viernes de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

Seguimos en la Octava de Pascua. Hasta hoy el evangelio nos llevaba a meditar en las cosas que pasaron el primer día de la semana, el día de la resurrección. Entonces todo eran rumores, carreras, sobresaltos. Los que veían al Señor resucitado quedaban tan impresionados por la sorpresa, el temor y la alegría que no acababan de creer.
Ahora ya creen y, como decía el Papa esta mañana en Santa Marta, se van familiarizando con Jesús resucitado.
Han vuelto a su vida normal de pescadores y allí, en la barca, en el Mar de Galilea, que también se llama lago de Tiberíades, desde la orilla,  Jesús les pregunta: «Muchachos, ¿teneís pescado?». «¡No!» gritan ellos desde la barca.
El evangelio no dice que gritasen pero dice que la barca estaba a doscientos codos de la orilla, unos cien metros. Y para que te oigan a cien metros tienes que gritar. Además, en el mar los pescadores estaban acostumbrados a gritar de un barco a otro y a oír los gritos del patrón dirigiendo la faenas.
«Echad la red a la derecha y encontraréis».
Jesús habla a sus apóstoles como un patrón. Los llama «muchachos» y dirige la pesca. Hoy en día, en vez de decir «Muchachos ¡a la derecha!», seguramente les habría dicho: «Muchachos, a estribor».
Juan lo reconoce en seguida: «Es el Señor». Y nadie se sobresalta. Al contrario: Pedro se ciñe la túnica y, mientras los otros arrastran la pesca hacia la orilla, él se echa al mar y recorre a nado los cien metros que lo separan de Jesús.
Luego almuerzan, todos juntos en la orilla con Jesús, y ese misterio tan sobrenatural que es la reunión alegre de Dios con los hombres parece la cosa más natural del mundo.
Comenta san Agustín que en la primera pesca milagrosa Jesús dijo a sus discíulos que echaran las redes pero no les dijo a la derecha o a la izquierda porque ahora, en la iglesia estamos reunidos buenos y malos. En cambio en la segunda pesca milagrosa les dice que echen las redes a la derecha porque, al final de los tiempos solamente los santos se sentarán a la mesa del Señor. Y concluye diciéndonos: por tanto, no imitéis a los malos cristianos.
Pedimos hoy por intercesión de la Virgen María que, los que participamos ahora de la Eucaristía podamos sentarnos con el Señor en la mesa del Cielo. 

jueves, 16 de abril de 2020

Jueves de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

Seguimos en la octava de Pascua y no salimos del primer día de la semana, cuando Jesús, muy de madrugada, resucitó y se apareció a María Magdalena. Por la tarde salió al encuentro de dos discípulos camino de Emaús. Estos volvieron corriendo a Jerusalén y mientras contaban lo que les acababa de pasar, Jesús apareció en medio de ellos. 
El Señor ha resucitado, pero no a esta vida que nosotros vivimos y que acabará un día, sino a la vida eterna que esperamos y que no acaba. 
El cuerpo de Jesús resucitado es el del Niño que se formó en las entrañas de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, el del niño nacido en Belén, el del Hombre muerto en la Cruz. Pero ya no es como los cuerpos que nosotros tenemos ahora sino como los cuerpos que tendremos en la vida eterna porque Dios transformará estos cuerpos nuestros, tan frágiles, en cuerpos gloriosos como el suyo.
Si Jesús aparece y desaparece durante la pascua, si come con sus discípulos y les muestra las heridas de la Pasión es para que crean que ha resucitado pero entendiendo, al mismo, tiempo que no ha resucitado como Lázaro a la misma vida anterior sino a la vida que esperamos.
Esas heridas que Jesús enseña a sus discípulos ya no le duelen. Dijo el profeta Isaías que esas heridas nos han curado. Y San Agustín maravillosamente explicaba que el Señor quiso conservar las heridas de su cuerpo para curar las heridas de nuestros corazones. 
Ahora lo tenemos glorioso en la Eucaristía y podemos decirle con el Ave Verum: Salve, cuerpo verdaero nacido de la Virgen y muerto en la Cruz por nosotros. Que podamos gustarte en el momento de la muerte antes de encontrarte en el Cielo, piadoso y dulce Jesús, Hijo de María. 

miércoles, 15 de abril de 2020

Miércoles de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

miércoles, 15 de abril de 2020
Miércoles de la Octava de Pascua

Seguimos en la Octava de Pascua, sin salir del primer día de la semana. 
Muy de mañana María Magdalena llora junto al sepulcro vacío; allí se le aparece el Señor y, muy contenta, corre a dar la noticia a los Apóstoles. 
Por la tarde de ese mismo día dos discípulos que no han creído en el anuncio de las mujeres, se alejan de Jerusalén tristes, preocupados y asustados. Por el camino se les aparece el Señor y, aunque no lo reconocen, oyéndolo hablar notan que algo cambia en sus corazones. Si iban tristes, empiezan a apuntar en su interior, la alegría y la eperanza. Si no habían creído empiezan a preguntarse: ¿Y si fuera verdad? ¿Y si las mujeres realmente hubieran visto al Señor resucitado?
No quieren apartarse de ese amigo que han hecho en el camino y que les ha cambiado el corazón: «¡Quédate con nosotros».
En Emaús Jesús se sienta con ellos a la mesa y, al partir el pan, lo reconocen. Jesús desaparece de su vista y ahora son ellos los que corren de vuelta a Jerusalén para anunciar la resurrección. 
Esta misma mañana he leído en Religión en libertad un artículo que habla de un jovén frances, ateo y no bautizado. Decide ese joven estudiar Filosofía y, al mismo tiempo, chino porque piensa que el conocimiemto de una cultura muy distinta de la suya puede ayudarle a encontrar respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida. Más adelante, trabajando ya como profesor, ve por casualidad la Misa en el programa de la TV francesa El día del Señor. Un texto de san Mateo (20, 28) toca su corazón: el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Le ocurre lo mismo que a los discípulos de Emaús, sin saberlo se ha encontrado con Cristo resucitado y no quiere dejar a ese nuevo amigo. Decide volver a ver el programa cada domingo y, finalmente, asiste a una Misa en Notre Dame. Después de una experiencia con una congregación misionera en China madura su vocación al sacerdocio. Se ordenó hace dos años, se cumplirá el tercero en junio. 
Jesús resucitado, hoy como siempre, sigue hablando al corazón de los hombres. En la celebración de la Eucaristía, hoy como siempre, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan; se ofrece en el altar y renueva la oblación que hizo de una vez por todas en el Calvario enregando su vida para la salvación de muchos. 
Hoy como siempre la Iglesia, confortada por la presencia de Jesús resucitado, anuncia la Buena Nueva gozosa: «es verdad, el Señor ha vencido a la muerte; el Señor ha resucitado».
¡Reina del Cielo, alégrate! 

lunes, 13 de abril de 2020

Lunes de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

lunes, 13 de abril de 2020
Lunes de la Octava de Pascua

Después de la resurrección del Señor las mujeres corren a dar las noticia a los Apóstoles mientras los soldados dan explicaciones confusas a las autoridades hablando de un terremoto, del movimiento de la piedra del sepulcro y de su propio desvanecimiento. 
Los que aman a Jesucristo van a recibir la noticia primero con sorpresa y luego con alegría. Los que no aman a Cristo van a sentir miedo y van a hacer todo lo posible por desfigurar la verdad. Tanto los soldados como quienes los sobornan saben que, al acusar a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús están cometiendo una injusticia. Se juntan el miedo, el dinero y los prejuicios para tratar de ahogar la verdad.
No hay que asombrarse de que, también hoy, al hablar de los asuntos de la Iglesia, algunos medio de comunicación obren de la misma manera: poniendo el foco de atención sobre cualquier escándalo, silenciando cualquier noticia buena y, lo que es peor, deformando la verdad. 
Y ese desprecio de la verdad se ve aún más en las redes sociales donde cualquiera puede inventar falsedades para desacreditar a la Iglesia.
¿Cómo podemos responder a todo eso? 
En primer lugar con nuestra alegría que es una prueba de que vivimos en la verdad. Estar alegres en la verdad que conocemos y no tener miedo de ser cristianos: «sé de quien me he fiado».
En segundo lugar con la caridad. «Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza con dulzura y respeto». Si el que escucha ama y busca la verdad, agradecerá el testimonio que damos; si la rechaza aún hay esperanza de que algún día la encuentre y se alegre con nosotros y rezaremos por ello.
Y, entre tanto, celebramos la Pascua con gozo, con esperanza y muy cerca de nuestra Madre, la Virgen Santa María, que hace amables nuestros pasos por la tierra, incluso en las contradicciones y en los momentos de dolor.
Santa María, ruega por nosotros. 

lunes, 9 de abril de 2012

Cosas del diablo.

He salido de casa con media hora de retraso y me he caído con mi maleta por las escaleras que son de mármol de Novelda, mucho más duro y menos poético que el Carrara. Primero me he caído yo, y luego la maleta me ha caído encima, como en los dibujos animados pero sin gracia. No he visto las estrellas como en los dibujos animados pero he recordado -del golpe- que no llevaba dinero. He ido a la CAM y luego he bajado la cuestecita que lleva al garaje y he comprobado que mi FF no estaba en el garaje y he recordado que lo había aparcado en la esquina, cuestecita arriba. 
De san Miguel he salido con hora y media de retraso, a eso de las siete y media. Pero, gracias a Dios y a san Miguel he llegado a mi predio en solo media hora, a las 20:00.

Mi plan para la semana.

Si Dios quiere saldré hoy a eso de las 18:00 por una carretera vecinal que serpentea entre olorosos bosques y, diez minutos después, entraré en la AP-7. Antes de entrar en la AP-7 me encomendaré a san Miguel para guíe mis pasos hacia el sur -donde pone "Cartagena"- y no hacia el norte, donde pone "Alicante". Con La ayuda de Dios y de san Miguel entraré en la AP-7 en dirección a Cartagena -como he dicho- a eso de las 18:10. Empezaré entonces a desgranar los misterios gloriosos del Santo Rosario y calculo que a eso de las 18:30 -recitadas las Letanías Lauretanas y las preces por las necesidades de la Iglesia y del Estado, por las buenas intenciones del señor obispo de la diócesis y por las benditas ánimas del purgatorio- hallaré una indicación que me permita salir de la AP-7 hacia El Algar -quod est interpretatur "banco de algas"-. Si todo sale según mis previsiones, a eso de las 18:45 habré llegado a mi destino.
Ahora diré algo sobre mi destino.
Es un lugar situado en algún punto entre El Algar y el Cabo de Palos donde se halla uno de los numerosos  predios familiares. Álzase allí un caserón en el que las originales inspiraciones de Alvar Aalto parecen haber tocado el corazón de un arquitecto local de tan feliz manera que el conjunto parece un organismo más que un edificio pero al huésped no le cabe la menor duda de que no está en Finlandia sino cerca del Cabo de Palos. Cuatro caminos salen del caserón y permiten recorrer el predio entre buganvillas, arriates de flores, verdes setos, huertos de naranjos jardincillos de cactus y otras maravillas. Uno de esos caminos -el segundo- conduce ante una ermita tan sencilla que resulta imposible rezar allí si uno no llega muy predispuesto a rezar.
Vuelvo a hablar de mis planes. 
A eso de las 18:48 entraré en el caserón y esperaré -en vano- que la servidumbre venga a ocuparse de mis maletas. Muy perplejo por ese desorden volveré a mi Ford Fiesta para arrastrar mis maletas hasta el caserón. Acto seguido me asomaré al oratorio para visitar al Santísimo encomendando a los amables feligreses de Torremendo y San Miguel de Salinas y a cuantos se han encomendado  a mis oraciones. Calculo que a eso de las 19:00 aparecerá alguien que me preguntará con estas o semejantes palabras: ¿Quien eres? Reprimiendo mi indignación -porque es Pascua- le explicaré que jamás doy mi nombre a un desconocido, miraré fijamente a sus ojos y guardaré silencio. (La última vez que me preguntaron ¿Quién eres? no fui tan amable). Si el preguntador se identifica y se muestra dispuesto a ayudarme a encontrar mi habitación -el caserón es grande- no dejaré de agradecer su amabilidad y hasta es posible que le dé alguna muestra de confianza. Cenaremos a las 9:00 en el comedor blanco que es un comedor blanco como su nombre indica. Charlaremos luego -distendidamente- por espacio de una media hora. Iremos al oratorio y -ya en silencio- habrá comenzado el pascual retiro del que saldré -muy mejorado, si Dios quiere- el sábado.
¿Quieren ustedes ver algo de la la Semana Santa en san Miguel?

sábado, 30 de abril de 2011

Lo que dijo santo Tomás.

A don E.G.M que ha escrito en su blog
Santo Tomás no podía dudar de una cosa: Jesús había muerto en la Cruz. El apóstol había visto su cuerpo muerto, roto; sus manos taladradas, su costado abierto....
No dijo si no lo veo no lo creo.
Lo que dijo fue algo así como una profecía. Dijo que si alguien ha muerto en una cruz y se presenta como resucitado la única manera de aceptar su resurrección es encontrar en su cuerpo las heridas.
Lo que dijo fue que si alguien pretende haber muerto y resucitado no basta con que pruebe que está vivo; tiene que probar que ha muerto previamente.
Lo que dijo santo Tomás fue que, para ser testigos de la resurrección, tenemos que probar que hemos muerto con Cristo llevando en nuestros cuerpos, con la señal de la Cruz, la alegría y la paz.

martes, 21 de abril de 2009

Notas de un retiro pascual (Sábado)

Sábado 18 de abril

Sanseacabó

Toca irse. Cada mochuelo a su olivo. Nos vamos cargados de limones del huerto.
Antes de marcharme he ido a la ermita a despedirme de la Virgen. Luego he entrado en el oratorio para decirle “adiós” a Jesús. Lo último que he visto, justo en el momento en que me disponía a salir de allí, ha sido la cabeza de un angelito asomando entre el bosque de columnas salomónicas, a los pies de la Virgen, por detrás del sagrario. Daba toda la impresión de estar contento.

domingo, 19 de abril de 2009

Notas de un retiro pascual (Miércoles)

Miércoles 15 de abril.

Hoy me he confesado en una salita pequeña, pero no tanto que no quepan dos sacerdotes: uno de rodillas, en el suelo y el otro sentado y discretamente apartado –como a unos mil kilómetros- para dejar su puesto a Cristo que es quien me ha oído decir: Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te. Y quien me ha dicho: Ego te absolvo.
Con misericordia eterna te quiero. Isaías 54, 5-14

Dios revela su amor incondicional, se revela a Sí mismo como Amor Incondicional. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor que te quiere-. Se revela como amor incondicional sobre todo en el Sacramento de la Penitencia: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (…) sacaste mi vida del abismo (…) cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Sellaré con vosotros alianza perpetua Isaías 55, 1-11

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo .Los profetas sostienen la esperanza y avivan el deseo de que las promesas de Dios se cumplan. Y, así, preparan el cumplimiento de las promesas.
En sus Sermones sobre el Espíritu Santo dice San Juan de Ávila que el Espíritu Santo solo viene sobre quienes lo desean mucho.
Toca ahora enderezar los deseos hacia Dios y hacer muchos actos de esperanza. La esperanza mueve a actuar en la misma medida en que la desesperación nos rinde a la fatalidad con un “no hay nada que hacer”. Pero sí, aún hay mucho que hacer: hay que preparar la tierra para el día en que baje la lluvia. Y pedir que no tarde.

***

En un extremo del jardín hay una ermita dedicada a la Virgen de Fátima con ocasión del año santo mariano de 1988, el año de mi ordenación. He ido hasta allí rezando el Rosario para poner en sus manos algunos propósitos, trabajos e intenciones.
Por el camino he descubierto una rosaleda y un cuadro de pitas, romero, cactus y áloes florecidos. Ya en la ermita, estaba mirando atentamente la imagen, con la cara casi pegada al cristal que la protege, cuando he notado que algo extraño se movía sobre mi frente. No era el viento –que en ese momento soplaba con fuerza- sino algo más suave que se deslizaba hacia mi sien derecha: una araña.
De vuelta a casa, en el porche, he encontrado una pequeña imagen de la Virgen de los Desamparados y he encomendado a las Hermanitas. Y en la puerta de la casa he saludado a San José cuya imagen está allí, vigilante y amable, para dar la bienvenida a los que llegan en son de paz.

***

Durante la cena –crema de calabacín y soufflé de queso- me han llamado la atención las caras de alegría y de paz de mis colegas y lo atentos que están todos –aunque anden recogidos- para hacer pequeños servicios. ¿Qué cara tendré yo?

Notas de un retiro pascual (Martes II)

El paso del Mar Rojo Ex 14, 15-15,1

Dios es quien salva con su poder. Al pueblo de Israel, abriendo ante él las aguas del Mar Rojo; a todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo. Después del paso del Mar Rojo, Moisés y los hijos de Israel cantaban: Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación. Por todas partes aparece el dilema: confiar o no confiar en Dios. Ahí está la clave: para nuestros primeros padres, junto al árbol de la Ciencia; para Abraham, en Moria; para Israel en el desierto… y para mí, ahora, en este retiro. Porque ahora es aquí donde tengo que dar mi respuesta.
La brisa recia de ayer se ha convertido esta noche en un ligero vendaval que agita los árboles del jardín y, a su modo, también habla del poder de Dios. Oyéndolo imagino a Jesús caminando sobre las aguas y calmando la tempestad en el lago de Galilea. Allí se puso a prueba la fe de Pedro.
Comparado con nuestros primeros padres, con Abraham, con Moisés, con Pedro… ¿quién soy yo?