domingo, 19 de abril de 2009

Notas de un retiro pascual (Miércoles)

Miércoles 15 de abril.

Hoy me he confesado en una salita pequeña, pero no tanto que no quepan dos sacerdotes: uno de rodillas, en el suelo y el otro sentado y discretamente apartado –como a unos mil kilómetros- para dejar su puesto a Cristo que es quien me ha oído decir: Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te. Y quien me ha dicho: Ego te absolvo.
Con misericordia eterna te quiero. Isaías 54, 5-14

Dios revela su amor incondicional, se revela a Sí mismo como Amor Incondicional. Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará –dice el Señor que te quiere-. Se revela como amor incondicional sobre todo en el Sacramento de la Penitencia: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (…) sacaste mi vida del abismo (…) cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Sellaré con vosotros alianza perpetua Isaías 55, 1-11

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo .Los profetas sostienen la esperanza y avivan el deseo de que las promesas de Dios se cumplan. Y, así, preparan el cumplimiento de las promesas.
En sus Sermones sobre el Espíritu Santo dice San Juan de Ávila que el Espíritu Santo solo viene sobre quienes lo desean mucho.
Toca ahora enderezar los deseos hacia Dios y hacer muchos actos de esperanza. La esperanza mueve a actuar en la misma medida en que la desesperación nos rinde a la fatalidad con un “no hay nada que hacer”. Pero sí, aún hay mucho que hacer: hay que preparar la tierra para el día en que baje la lluvia. Y pedir que no tarde.

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En un extremo del jardín hay una ermita dedicada a la Virgen de Fátima con ocasión del año santo mariano de 1988, el año de mi ordenación. He ido hasta allí rezando el Rosario para poner en sus manos algunos propósitos, trabajos e intenciones.
Por el camino he descubierto una rosaleda y un cuadro de pitas, romero, cactus y áloes florecidos. Ya en la ermita, estaba mirando atentamente la imagen, con la cara casi pegada al cristal que la protege, cuando he notado que algo extraño se movía sobre mi frente. No era el viento –que en ese momento soplaba con fuerza- sino algo más suave que se deslizaba hacia mi sien derecha: una araña.
De vuelta a casa, en el porche, he encontrado una pequeña imagen de la Virgen de los Desamparados y he encomendado a las Hermanitas. Y en la puerta de la casa he saludado a San José cuya imagen está allí, vigilante y amable, para dar la bienvenida a los que llegan en son de paz.

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Durante la cena –crema de calabacín y soufflé de queso- me han llamado la atención las caras de alegría y de paz de mis colegas y lo atentos que están todos –aunque anden recogidos- para hacer pequeños servicios. ¿Qué cara tendré yo?

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