martes, 22 de agosto de 2023

¿Rigorismo?

 En los años sesenta y setenta, los más sesudos intelectuales se mostraban preocupados por lo que llamaban «cristianismo sociológico». 

En Españita la asistencia a la misa dominical era masiva; la religiosidad popular se manifestaba en novenas, triduos, procesiones y romerías. Estaba, también la famosa Semana Santa española, tan barroca. «Bien está» —decían esos intelectuales. «Sin embargo ¿son, esas masas españolas, cristianas de verdad, en profundidad, o se trata de un cristianismo meramente sociológico». Concluían que la pastoral de «sacramentos para todos» había sido un fracaso. Después del diagnóstico venía la propuesta de solución: la Iglesia debería volver a inspirarse en la pastoral de los primeros siglos, cuando se anunciaba el Evangelio a todos pero se retrasaba el bautismo hasta la edad adulta y se exigía al neófito un compromiso muy serio. 

Ya en los años ochenta empezaron a azotar a Españita —como antes habían azotado a otros países de tradición católica— la plagas del aborto, del divorcio y del relativismo moral. Lo soprendente es que ahora (2023), cuando las iglesias se han vaciado y ha caído en picado el número de bautizos, de comuniones y de matrimonios —por no hablar de la práctica desaparición del sacramento de la penitencia— cualquiera de las mínimas exigencias que  mantiene la iglesia parece, a los intelectuales de hoy, el colmo del rigorismo. 

Pongamos, por ejemplo, un ejemplo. Es bien sabido que los divorciados vueltos a casar no pueden ser admitidos como padrinos en el sacramento del bautismo ni pueden —con las excepciones previstas por la misma Iglesia— ser admitidos a la comunión eucarística. La norma no ha cambiado. Lo que ha cambiado es el juicio de los intelectuales que antes se mostraban partidarios de ser más exigentes con los fieles que se acercaban en masa a los sacramentos y que ahora acusan a la Iglesia de un «legalismo falto de sensibilidad pastoral y de misericordia». Si antes se preocupaban por la liberalidad con que la Iglesia administraba los sacramentos, ahora —y, hay que insistir, la norma no ha cambiado— piensan que habría que relajar la norma. 

Sí, han cambiado ellos, los intelectuales. Y ha cambiado también la sociedad española. La Iglesia mantiene, y hace bien, una disciplina que la protege tanto del rigorismo como de la laxitud. Al mismo tiempo, el amable Espíritu Santo suscita en ella —y hace bien, como siempre— todo tipo de iniciativas para que nadie se sienta excluido de la llamada universal a la santidad y para que quienes la acogen sinceramente —por desdichada que sea su situación— no desfallezcan. 

He dicho.