miércoles, 31 de marzo de 2021

Monseñor Johan Bonny

     Nunca había oído hablar de él. Al parecer es obispo. De Amberes, por más señas. Y, al parecer, ha declarado que se avergüenza de la Iglesia Católica porque, a la pregunta de si los sacerdotes podemos bendecir las uniones homosexuales, la Iglesia Católica entera con el Papa a la cabeza, ha dicho que no, que no podemos hacerlo.

Yo, cura de pueblo, ya sabía que no podíamos porque no podemos bendecir lo que Dios no bendice (Catecismo 2357). Dios nos bendice a todos pero no bendice todo lo que hacemos. A san Pedro, por ejemplo, Dios lo bendijo muchas veces y lo nombró obispo de Roma pero cuando se puso a hacer el tonto le dijo: «Apártate de mí satanás». Y sin ir más lejos a mí, que no soy san Pedro ni obispo de Amberes, me ha echado una bronca hoy mismo por medio del cura que ha oído mi confesión. En honor al cura que ha oído mi confesión debo decir que, tras la bronca, me ha dado la absolución aunque podría haberme ahorrado la bronca porque yo había ido a confesar mis muchos pecados con sincero arrepentimiento y propósito de la enmienda —Dios me ayude a mantenerlo como me ha ayudado a formularlo— muy firme. 

Pero estaba pensando en Monseñor Bonny, obispo de Amberes. Algunos le recomendarán que, si se avergüenza de la Iglesia, renuncie a su obispado. Otros —peor intencionados— le recomendarán que provoque un cisma. Yo llevo un buen rato rezando por él y le aconsejaría que hiciera examen de conciencia y que viniera a hacer una buena confesión con el cura de San Miguel de Salinas (Alicante pegando ya con Murcia). Y le prometería que no habría bronca ni siquiera en el caso de que no mostrase arrepentimiento aunque, si lo mostrase, después de la absolución habría Misa presidida por él y comilona pagada por mí con coles de Bruselas y todo.

Yo no me avergüenzo de la Iglesia ni del obispo de Amberes ni de san Pedro. La bronca que hoy me ha echado el cura con el que me he confesado -ahora que lo pienso— ha reforzado la vergüenza que siento de mí mismo y mi propósito de la enmienda. ¡Bendito sea el obispo de Amberes!

domingo, 28 de marzo de 2021

Pobreza evangélica

 No hay sacerdote —creo—que no haya meditado alguna vez con la primera de las bienaventuranzas «bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». Y muchos tenemos esquemitas o fichas de predicación agrupadas bajo el título «pobreza evangélica». 

Por «pobreza evangélica» solemos entender un estilo de vida austero, desapegado de los bienes materiales y del propio yo, ligado a la obediencia como compromiso con Cristo y su Iglesia. 

Esa pobreza evangélica, a la que nos hemos comprometido públicamente antes de recibir el sacramento del orden sacerdotal, no se diferencia esencialmente de la que compromete —sin promesas públicas— a cualquier cristiano. 

Yo la he visto encarnada en todos los laicos y sacerdotes santos a los que he conocido, que no han sido pocos.

No he conocido al cura de Ars ni a ningún sacerdote que viva la pobreza como él la vivió, pero los sacerdotes santos a los que he conocido siempre me han hablado bien del cura de Ars. 

No he conocido a san Fernando de León y Castilla ni a san Luis de Francia, pero todos los laicos santos a los que he concido me traen a la memoria el recuerdo de esos reyes.