No hay sacerdote —creo—que no haya meditado alguna vez con la primera de las bienaventuranzas «bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos». Y muchos tenemos esquemitas o fichas de predicación agrupadas bajo el título «pobreza evangélica».
Por «pobreza evangélica» solemos entender un estilo de vida austero, desapegado de los bienes materiales y del propio yo, ligado a la obediencia como compromiso con Cristo y su Iglesia.
Esa pobreza evangélica, a la que nos hemos comprometido públicamente antes de recibir el sacramento del orden sacerdotal, no se diferencia esencialmente de la que compromete —sin promesas públicas— a cualquier cristiano.
Yo la he visto encarnada en todos los laicos y sacerdotes santos a los que he conocido, que no han sido pocos.
No he conocido al cura de Ars ni a ningún sacerdote que viva la pobreza como él la vivió, pero los sacerdotes santos a los que he conocido siempre me han hablado bien del cura de Ars.
No he conocido a san Fernando de León y Castilla ni a san Luis de Francia, pero todos los laicos santos a los que he concido me traen a la memoria el recuerdo de esos reyes.
¡Benditos sacerdotes santos, don Javier! En esta modernidad llena de cosas sin ideas;
ResponderEliminar¡Quién pudiera vivir la pobreza sin red eléctrica! Abrazos fraternos.
Abrazos evangélicos, don Pindio.
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