viernes, 7 de octubre de 2022

La Virgen del Rosario

 En el siglo XV, mientras España terminaba la reconquista, al otro lado del  Mediterráneo el Imperio Otonamano había tomado Constantinopla convirtiendo Santa Sofía en una mezquita, ocupando Grecia y los Balcanes y llegando hasta las puertas de Viena. La Cristiandad estaba amenazada y las poblaciones cristianas del litoral mediterráneo sufrían continuos ataques. 

El Papa Francisco canonizó hace unos años a los ochocientos mártires de Otranto. El pueblo, situado en el tacón de la bota de Italia, fue tomado por los turcos. Durante la batalla murieron más de dos mil defensores. Tras la victoria, los turcos, siguiendo su costumbre, separaron a los vencidos: las mujeres y  los niños menores de quince años, por una parte, los varones mayores de quince años, con el obispo a la cabeza, por otra. Cuando estos se negaron a abrazar el Islam, los decapitaron y se llevaron a las mujeres y a los niños como esclavos. 

Cien años después el Papa san Pío V organizó una liga contra los turcos. No podía contar con la media Europa cristiana que se había hecho protestante. A la llamada del Papa acudieron Felipe II, Génova, Venecia y la Orden de Malta. Trescientas galeras salieron en buscade la flota turca. Mientras el Papa ayunaba, rezaba y convocaba a los fieles de Roma en la Basílica de Santa María la Mayor para rezar el Rosario, las flotas cristiana y musulmana se encontraron en Lepanto el 7 de octubre de 1571. La victoria cristiana acabó con la destrucción total de la flota turca. El Papa estableció entonces la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria a la que hoy veneramos como Virgen  del Rosario. 

En octubre de 2002, san Juan Pablo II publicó la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, que comenzaba así: «El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».»

Los obispos de Valencia, Castellón y Orihuela-Alicante nos han convocado para rezar un rosario por la vida bajo el manto de Nuestra Señora de los  Desamparados: en Valencia, el viernes 14 de octubre

domingo, 2 de octubre de 2022

Adauge nobis fidem

 Tener fe es creer y confiar en Dios que no puede engañarse ni engañarnos. 

    Habacuc (primera lectura) tenía fe aunque le tocó vivir muy malos tiempos. Por eso oraba así: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, y gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia, y surgen disputas y se alzan contiendas?».

    Vemos aquí que, el primer obstáculo contra la fe, es confundir «creer» con «comprender». Si al creyente le preguntas si confía en Dios te dirá que sí. Si le preguntas si entiende a Dios te dirá que no.  

    -¿Crees que Dios es Dios; que es infinitamente bueno y justo y sabio y poderoso y, por todo ello, incapaz de hacer mal a la más pequeña de sus criaturas?» 

    -«Sí, lo creo a pies juntillas y, por eso, lo amo con todo mi corazón». 

    -«Entonces, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?». 

    -«No lo sé y, por eso, mi mente no puede hacerle otro obsequio que el de la fe». 

    Habacuc vivió tiempos malísimos pero no se enredó en el mal sino que elevó a Dios una oración de fe. «Hasta cuándo, Señor».

    San Pablo (segunda lectura) había impuesto las manos a Timoteo para hacerlo guía, obispo, de una comunidad cristiana. Imponer las manos (Jesús imponía las manos sobre los niños, y los sacerdotes las imponemos sobre las ofrendas) es un gesto para pedir la efusión del Espíritu Santo. Se llama epíclesis. 

    Pues bien, lo que se espera de un obispo es que confirme en la fe a los que le han sido encomendados. Pero, al parecer, Timoteo era algo tímido. Y aquí está el segundo obstáculo contra la fe: el miedo. 

    Por eso el buen san Pablo nos recuerda a todos los tímidos del mundo católico que «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza». Y nos recomienda que reavivemos ese don, que no nos avergoncemos de Jesús y que guardemos, como se guarda un tesoro, el buen depósito de la fe. 

    Los discípulos (Evangelio) piden a Jesús: «Auméntanos la fe». 

    Cada vez soy más partidario de las oraciones cortitas. Esta,«auméntanos la fe», me encanta. A Jesús también le gusta. En latín se dice «adauge nobis fidem». 

    Jesús resume toda la historia de Abrahán con la imagen de un árbol -una morera, por más señas- que, obedientísima, en cuanto escucha el mandato de Dios, se desarraiga, sale volando y se planta en medio del mar para seguir allí. tan pancha, dando frutos. 

    Luego les habla de los esclavos. Nadie les pide las cosas por favor. Nadie les da las gracias. Y a todo el mundo le parece de lo más natural del mundo tratar a un esclavo así. 

    Y viene a decirles Jesús: «Yo estoy entre vosotros como un esclavo. Ya sabéis dónde nací y ya veréis dónde y como moriré. Vosotros, amables moreras, estáis arraigados en la tierra y no entendéis eso de que «el justo vivirá de la fe» como no entendéis que una morera pueda echar raíces en el mar.  Pero yo os digo que os basta con un poquito de fe -como un granito de mostaza- para arraigar en el Reino de los Cielos, allí donde reinan los que sirven». 

    La Virgen María no siempre entendía a Jesús aunque siempre guardaba sus palabras y sus gestos, como un tesoro, en el corazón. Sin embargo, cuando Jesús se puso a hablar de árboles plantados en el mar y de esclavos que reinan, entendió perfectamente sus palabras y le dieron un consuelo muy grande.