sábado, 21 de noviembre de 2020

Jesucristo, Rey del Universo

 Hoy celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo y el próximo domingo comienza el Adviento: las cuatro semanas que preceden a la Navidad. 

Decimos en el Credo que Jesús, el mismo que pasó entre los hombres haciendo el bien, el mismo que murió en la Cruz por nosotros y que resucitó volverá un día a juzgar a los vivos y a los muertos y traerá un reino de paz que no tendrá fin. 

¿Habéis visto alguna vez una oveja? ¿Y una cabra? ¿Sabríais distinguirlas? Por cierto. Vamos a hacer un Belén entre todos. Con casas de cartón o de madera y con figuras de plastilina. Ya lo hicimos un año y quedó muy chulo. Si cada uno de vosotros trae una oveja y una cabra de plastilina nos va a salir un rebaño fenomenal. 

En el evangelio Jesús habla de esos pastores que, por la mañana, sacaban juntas a las ovejas y a las cabras y, al llegar la noche, las separaban en cabañas distintas. Y dice que, como los pastores separan a las ovejas de las cabras, así Él mismo vendrá un día a separar a los buenos de los malos. 

Y si Jesús va a separar a los buenos de los malos quiere decir que ahora estamos todos juntos: buenos y malos. 

Los buenos y los malos estamos, todos, juntos en este mundo. Uno puede pensar que todos los buenos están en San Miguel de Salinas y que los malos son los de Los Montesinos, pero eso no es verdad. En San Miguel de Salinas como en Los Montesinos hay buenos y malos. Otro puede pensar que todos los buenos están en la calle y que todos los malos estamos aquí reunidos en la iglesia. Pero eso tampoco es verdad. Y otro puede pensar que todos los malos son los que están en la cárcel y que los buenos somos los que estamos libres. Pero tampoco eso es verdad. Dentro y fuera de la cárcel también estamos juntos los buenos y los malos. 

Entonces. Si en todas partes, en los bares, en las iglesias, en los pueblos y en los países andamos juntos los buenos y los malos ¿cómo se puede saber quién es bueno y quien es malo? Pues, sencillamente, no se puede saber. Quiero decir que ni vosotros, ni yo ni los más sabios del mundo pueden saber quién es bueno y quien es malo. Solamente Dios puede juzgar y es Él quien va a juzgar. 

Podemos saber lo que está bien y lo que está mal. Robar está mal. Cuidar de un enfermo está bien. Pero no podemos saber quién es bueno y quien es malo. Eso solamente lo sabe Dios. Porque el que ha robado ha hecho una cosa mala, pero a lo mejor ha hecho muchas cosas buenas. Y el que cuida de un enfermo hace una cosa buena pero, a lo mejor, ha hecho muchas cosas malas. 

Y hay más aún. Yo mismo, cada día, hago cosas buenas y cosas malas. ¿Soy bueno o soy malo? Pues no lo sé. Y no soy yo solo: todos nosotros, cada día, hacemos, decimos y pensamos cosas buenas y cosas malas. ¿Somos buenos o somos malos? Solo Dios lo sabe. 

Por eso no debemos juzgar a los demás diciendo que uno es bueno porque ha hecho cosas buenas y otro es malo porque ha hecho cosas malas. Que sea Dios, que sabe, quien nos juzgue a todos. Nosotros hoy nos alegramos al pensar que, al final de nuestra vida, no nos va a juzgar un enemigo sino Jesús, que ha dado su vida por nosotros. 

Nos alegramos al pensar que podemos distinguir entre el bien y el mal para dar gracias a Dios cuando hacemos el bien y para pedir perdón cuando obramos mal. 

Y nos alegramos al pensar que, cuando Jesús venga a juzgarnos y el demonio le recuerde todas las cosas malas que hemos hecho en la vida, la Virgen María será nuestra defensora y no olvidará que, al final de cada Misa, la mirábamos con cariño diciendo: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

sábado, 14 de noviembre de 2020

La parábola de los talentos

                Si eres la más lista del cole o del pueblo ¡felicidades! 

     Si eres la segunda más lista ¡felicidades!

Si eres el último de la clase o del pueblo ¡felicidades!


Pero si eres la más lista del cole o del pueblo no te pongas tonta pensando «je, je, qué lista que soy». Porque si, siendo la más lista, te pones tonta pensando que eres muy lista te vuelves tonta por tu culpa. ¿Eres la más lista del cole? Demuéstralo ayudando al último. 

Y si eres la segunda más lista no te pongas tonta envidiando a la primera y despreciando al último. ¿Eres la segunda más lista? Demuéstralo aplaudiendo a la primera de la clase y ayudando al último de la clase. 

Y si eres el último no te pongas tonto pensando que eres tonto y lloriqueando por eso. Porque si, además de ser el último de la clase, te pones a lloriquear, te volverás tonto de remate. ¿Eres el último de la clase? No seas tonto. No te pongas a lloriquear. Aplaude a los que son más listos que tú, hazte amigo de ellos y deja que te ayuden. 

Todos nosotros, los que estamos hoy en Misa somos los últimos de la clase. 

El primero, el mejor de este colegio, es Jesús. Pegada a Él está la segunda, la Virgen María. Todos los demás —incluido el Papa— somos los últimos de la clase. 

¿Qué hace Jesús? ¿Se pone delante de nosotros diciendo «je, je, ¡qué listo que soy»? No. El primero de la clase, Jesús, está crucificado por nosotros. 

¿Qué hace la Virgen María? Pues la Virgen María acompaña a Jesús al pie de la Cruz y le regala su aplauso y cuida de nosotros. 

Y nosotros, los últimos de la clase, ¿qué hacemos? Pues estamos aquí  aplaudiendo a Jesús y a María y dejándonos cuidar por ellos. No venimos a Misa para lloriquear. Venimos a Misa para que nos cuiden Jesús, María y san José. 

Venimos a Misa para aplaudir a Jesús, a María y a san José. Los primeros de la clase. Los que, de verdad, cuidan de nosotros. Los que están empeñados en llevarnos al Cielo. 

domingo, 8 de noviembre de 2020

Las vírgenes prudentes y la necias

    «¿Qué es una lámpara de aceite?» pregunta el cura a los niños que están en Misa con los ojos muy abiertos y deseando aprender algo práctico. Y añade: «Pues una lámpara de aceite es como estas velas que están sobre el altar. Vemos las llamas pero no vemos el aceite que las alimenta».  

Ved al cura mostrando a los niños una lámpara de aceite (o de parafina) y oídle decir:

«Lo que vemos, la llama, ilumina. Pero lo que no vemos, el aceite, es lo que alimenta la llama. Si se acaba el aceite se apaga la llama». 

Ahora los niños han aprendido algo práctico: esas velas que están sobre el altar no arden por arte de birlibirloque. Ahora los niños empiezan a sospechar que lo que no se ve puede explicar lo que se ve. 

Ahora los niños están tan preparados como el Papa y como santo Tomás de Aquino para entender la parábola de las vírgenes prudentes y las necias y el cura sigue:

«Las diez muchachas de las que nos habla Jesús en la parábola tenían sus lámparas de aceite encendidas. Pero cinco de ellas eran muy listas y pensaban en el aceite que no se ve y llevaron aceite de repuesto y las otras cinco eran un poco atolondradas y solamente pensaban en la llama que se ve y se olvidaron del aceite que no se ve». 

Los niños asienten y el cura sigue: 

«A mí me parece que Jesús llama necios a los que nos olvidamos de lo que no se ve: a los que nos olvidamos de Dios que es el aceite. Y me parece que Jesús nos está diciendo que, si nos olvidamos de Dios, nos apagaremos como esas velas que ya no tienen aceite».


«Os han dicho que hay que compartir».

Esto lo dice el cura mirando a los niños como si fueran adultos. 

Racapacita y sigue:

«Suponed que Teresa, vuestra catequista, nos da un chocolate a cada uno. Yo me lo zampo enterito y luego voy a cada uno de vosotros y os digo que hay que compartir. Me he comido el mío sin compartirlo y ahora os digo que tenéis que compartir el vuestro. Os estoy engañando porque, al final, os habré quitado medio chocolate a cada uno de vosotros y yo me habré atiborrado de chocolates». 

Ved a los niños mondándose de risa en señal de que han  entendido al cura. Y el cura añade:

«Los necios hablamos de compartir cuando se nos apaga la lámpara. Hemos pasado la vida olvidando a Dios y, cuando se nos apaga la lámpara de la vida (que no arde sin Dios) queremos que los santos nos regalen sus oraciones y sacrificios. ¡Hay que compartir! ¡Dadnos un poco de vuestro aceite! Pero, entonces, los santos nos dirán que no pueden compartir sus méritos con nosotros porque ni sus méritos son suyos ni nunca hemos compartido con ellos los sufrimientos de Cristo. Pero nos dirán algo más. Nos dirán que vayamos a la  tienda del encuentro con Dios que es el sacramento de la Penitencia para que Dios, cuando venga a visitarnos, nos encuentre con las lámparas encendidas». 



Santa María, Virgen prudentísima, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte para que vivamos y muramos llenos de ese amor de Dios que ilumina y da calor. 

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Relato épico de las elecciones en los EEUU: la batalla de Florida.

Esta es la traducción del texto épico de Itxu Díaz:


Las palomitas de maíz se han agotado en todo el mundo libre. ¡Qué emoción! Pegado a la pantalla del televisor, varias veces he apagado el cigarrillo en mi bebida y, varias veces, he intentado beber del mechero. No recuerdo una noche tan electrizante desde aquella en que mordisqueé los cables de un enchufe. Para empezar, se me ocurre que deberíamos premiar a los encuestadores y editorialistas de la mayoría de los medios de comunicación de la sociedad occidental vacunándolos contra el coronavirus de Putin.

La batalla de Florida fue épica. Imaginé a Trump como salido de una vieja novela romántica de caballería, caminando —mientras disfrutaba de la gloria celestial— sobre los restos del socialismo encubierto de Biden hacia el final de la  carrera. No fue una apuesta fácil. Pero si huyes de Cuba o Venezuela —porque el socialismo ha arruinado tu país— y te instalas en los Estados Unidos para respirar libremente, lo último que te apetece es dar tu voto a la extrema izquierda de Kamala Harris y fantasear con la remota posibilidad de que, a lo mejor, esta vez el socialismo será diferente y hará las cosas bien, por primera vez en la Historia. Que Obama pueda bailar salsa no es una razón lo suficientemente convincente para que Florida se rinda a los encantos de Joe Biden quien, por otro lado -y como el monstruo del lago Ness- aún no han aparecido. 

Los demócratas lanzaron este lema en la campaña electoral: «Batalla por el alma de la nación». Viniendo de Biden y Harris, más que una oportunidad para la liberación americana, parecía una amenaza de posesión diabólica. Y ya no hay duda de que Trump habría ganado cómodamente si no fuera por el brote del coronavirus, un virus de origen comunista que asuela el mundo mientras los traficantes de la propaganda del régimen chino se jactan de que en todas las discotecas de Wuhan están danzando la lambada (*).

Pero no será fácil olvidar que los votantes de las grandes ciudades han tenido que acudir a sus colegios electorales en un ambiente tenso de preguerra, tapiando los escaparates por miedo a una reacción violenta ante una hipotética victoria republicana. La izquierda tiene dos caras: la sonrisa de oso cariñoso de Joe Biden y las ciudades en llamas de los anntifa. Por desgracia, son dos caras de la misma moneda. Y, en el caso de Biden, con su programa de eliminar impuestos a las clases medias, lo más seguro es que te hayan metido la mano en el bolsillo. 

La primera victoria electoral de Trump es no haber perdido. Leyendo la prensa europea —y gran parte de la prensa americana—  se diría que nadie podía votar a Trump sin estar alienado. Bien, algunos han votado a Trump. Los analistas habían estado convenciéndose mutuamente de que sus deseos coincidían con la realidad. ¡Más disparos de Putin aquí, por favor!

Pero la victoria de Trump va más allá de estas elecciones. Su triunfo ha sido construir un muro de contención contra la hegemonía de las ideas progresistas y contra la superioridad moral de sus líderes, retratarlos y abrir debates que hasta ahora estaban prohibidos. Y lo ha hecho contra todo y contra todos. Como un héroe americano de antaño. Como el llanero solitario. 

Cuando mis antepasados españoles iniciaron la reconquista para expulsar a los invasores musulmanes, parecía una batalla imposible. Eran pocos, estaban lejos unos de otros y ocupaban un pequeño rincón de  un país tomado por el enemigo. De algún modo, Trump ha encarnado ese coraje de antaño y se ha lanzado a una empresa loca y aparentemente imposible. Se ha convertido así en un ganador antes de ganar. Ha vencido el miedo y, gracias a él, todo el mundo libre puede respirar mejor y deshacerse de las mordazas ideológicas que nos impone el marxismo cultural. ¡Al diablo con la ideología criminal que defiende la izquierda! Recuerda: ¡el socialismo solo ha traído consigo hambre, miseria, división y ruina! Después del acto heroico de Trump, todos podemos gritar estas cosas en las calles sin miedo, sin tener que bebernos primero tres botellas de güisqui. Sin miedo.

Sea de ello lo que fuere, queda demostrado que las elites, los medios de comunicación y las grandes corporaciones podrían  gobernar el mundo. Pero las elites son una minoría: de ahí su nombre. Y mientras haya democracia, su voto, aunque ruidoso, vale lo mismo que el de cualquier otra persona. El voto histérico de Kamala, el voto fanfarrón de Obama con sus millonarios de Hollywood y el voto de un pacífico y humilde granjero valen lo mismo. ¡Espera hasta que se enteren los de la  CNN!


El original, aquí.


Nota del traductor:

(*) La palabra «lambada» no aparece en el DLE. La palabra «vals» sí que aparece.