Esta es la traducción del texto épico de Itxu Díaz:
Las palomitas de maíz se han agotado en todo el mundo libre. ¡Qué emoción! Pegado a la pantalla del televisor, varias veces he apagado el cigarrillo en mi bebida y, varias veces, he intentado beber del mechero. No recuerdo una noche tan electrizante desde aquella en que mordisqueé los cables de un enchufe. Para empezar, se me ocurre que deberíamos premiar a los encuestadores y editorialistas de la mayoría de los medios de comunicación de la sociedad occidental vacunándolos contra el coronavirus de Putin.
La batalla de Florida fue épica. Imaginé a Trump como salido de una vieja novela romántica de caballería, caminando —mientras disfrutaba de la gloria celestial— sobre los restos del socialismo encubierto de Biden hacia el final de la carrera. No fue una apuesta fácil. Pero si huyes de Cuba o Venezuela —porque el socialismo ha arruinado tu país— y te instalas en los Estados Unidos para respirar libremente, lo último que te apetece es dar tu voto a la extrema izquierda de Kamala Harris y fantasear con la remota posibilidad de que, a lo mejor, esta vez el socialismo será diferente y hará las cosas bien, por primera vez en la Historia. Que Obama pueda bailar salsa no es una razón lo suficientemente convincente para que Florida se rinda a los encantos de Joe Biden quien, por otro lado -y como el monstruo del lago Ness- aún no han aparecido.
Los demócratas lanzaron este lema en la campaña electoral: «Batalla por el alma de la nación». Viniendo de Biden y Harris, más que una oportunidad para la liberación americana, parecía una amenaza de posesión diabólica. Y ya no hay duda de que Trump habría ganado cómodamente si no fuera por el brote del coronavirus, un virus de origen comunista que asuela el mundo mientras los traficantes de la propaganda del régimen chino se jactan de que en todas las discotecas de Wuhan están danzando la lambada (*).
Pero no será fácil olvidar que los votantes de las grandes ciudades han tenido que acudir a sus colegios electorales en un ambiente tenso de preguerra, tapiando los escaparates por miedo a una reacción violenta ante una hipotética victoria republicana. La izquierda tiene dos caras: la sonrisa de oso cariñoso de Joe Biden y las ciudades en llamas de los anntifa. Por desgracia, son dos caras de la misma moneda. Y, en el caso de Biden, con su programa de eliminar impuestos a las clases medias, lo más seguro es que te hayan metido la mano en el bolsillo.
La primera victoria electoral de Trump es no haber perdido. Leyendo la prensa europea —y gran parte de la prensa americana— se diría que nadie podía votar a Trump sin estar alienado. Bien, algunos han votado a Trump. Los analistas habían estado convenciéndose mutuamente de que sus deseos coincidían con la realidad. ¡Más disparos de Putin aquí, por favor!
Pero la victoria de Trump va más allá de estas elecciones. Su triunfo ha sido construir un muro de contención contra la hegemonía de las ideas progresistas y contra la superioridad moral de sus líderes, retratarlos y abrir debates que hasta ahora estaban prohibidos. Y lo ha hecho contra todo y contra todos. Como un héroe americano de antaño. Como el llanero solitario.
Cuando mis antepasados españoles iniciaron la reconquista para expulsar a los invasores musulmanes, parecía una batalla imposible. Eran pocos, estaban lejos unos de otros y ocupaban un pequeño rincón de un país tomado por el enemigo. De algún modo, Trump ha encarnado ese coraje de antaño y se ha lanzado a una empresa loca y aparentemente imposible. Se ha convertido así en un ganador antes de ganar. Ha vencido el miedo y, gracias a él, todo el mundo libre puede respirar mejor y deshacerse de las mordazas ideológicas que nos impone el marxismo cultural. ¡Al diablo con la ideología criminal que defiende la izquierda! Recuerda: ¡el socialismo solo ha traído consigo hambre, miseria, división y ruina! Después del acto heroico de Trump, todos podemos gritar estas cosas en las calles sin miedo, sin tener que bebernos primero tres botellas de güisqui. Sin miedo.
Sea de ello lo que fuere, queda demostrado que las elites, los medios de comunicación y las grandes corporaciones podrían gobernar el mundo. Pero las elites son una minoría: de ahí su nombre. Y mientras haya democracia, su voto, aunque ruidoso, vale lo mismo que el de cualquier otra persona. El voto histérico de Kamala, el voto fanfarrón de Obama con sus millonarios de Hollywood y el voto de un pacífico y humilde granjero valen lo mismo. ¡Espera hasta que se enteren los de la CNN!
El original, aquí.
Nota del traductor:
(*) La palabra «lambada» no aparece en el DLE. La palabra «vals» sí que aparece.
¡Magnífico! toda la narración, agarrado a mi Rosario, me recuerdan unas palabritas:
ResponderEliminarLos errores de Rusia... esparcidos por el mundo
esto va que vuela, don Javier. Abrazos fraternos en Cristo.
:-)
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