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lunes, 4 de abril de 2022

La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como lo asediaban con sus preguntas, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». 

El silencio de Jesús es inquietante para quien pregunta y ya tiene preparada una objeción a cualquier respuesta como en Twitter. Por eso dice el evangelista que lo asediaban con sus preguntas

La impaciencia es mala. Estaban deseando que respondiera para seguir discutiendo como en Twitter. El silencio, en general, nos fastidia cuando estamos más interesados en discutir que en pensar. Cuando Jesús dice: «el que esté libre de pecado, tire la primera piedra» les rompe el esquema. 

La mujer está sola ante Dios con su pecado mientras ellos son un grupo. Cada uno de sus acusadores cree que puede refugiarse en el anonimato. Pero Jesús no responde al grupo, a la masa anónima que se refugia en la Ley sin dar la cara, sino que apela a la conciencia de cada uno de ellos. No les dice que la Ley es mala, les pregunta: ¿Alguno de vosotros es tan santo que no necesita misericordia o perdón además de Ley? 

Nadie podrá decir que Jesús aprueba el adulterio —gran violencia— o que recomienda la lapidación de los adúlteros, o que condena el Derecho Penal o el Código de Derecho Canónico porque ha venido  a abolir la Ley. 

Hay que ser muy complicado para no entender esa sencilla caridad de una madre y de un padre que quieren, de verdad, a su hijos —al adúltero y al de la liga contra el adulterio, al acohólico y al de la liga antialcohólica— hasta el punto de dar la vida por ellos. Es la sencilla verdad que se expresa en la parábola del hijo pródigo.

Ya sé, ya sé que ustedes, impacientes lectores solamente quieren saber qué diablos escribió Jesús en el suelo del Templo de Jerusalén al amanecer de aquel día glorioso. La impaciencia es mala, impaciente lector.  ¡Viva la parsimonia!

domingo, 3 de abril de 2022

Perdonar

 domingo, 3 de abril de 2022

¿Qué es perdonar? 

Perdonar es seguir queriendo y seguir haciendo el bien a quien nos ha hecho algo malo. 

Dios es amor y el amor lo perdona todo. 

Nosotros no somos Dios pero somos hijos de Dios y Dios, nuestro Padre, está empeñado en que aprendamos a perdonar para que nos parezcamos a Él.

El domingo pasado, Jesús nos contaba la parábola del hijo pródigo. Allí aparecían un padre buenísimo, imagen de Dios, unos criados obedientes, imagen de los santos, y dos hijos que lo tenían todo y que no eran felices porque ni querían a su padre, ni querían a sus criados ni se querían entre ellos. Esos hijos no querían a su padre, pero su padre sí los quería a ellos. Cuando el hijo pequeño volvió a casa su padre lo abrazó y lo besó. Y, cuando el  mayor se enfadó con su padre su padre no se  enfadó con él. 

Nosotros nos enfadamos con Dios y con nuestros hermanos. Y es normal, porque no somos Dios. Pero, a veces, cuando nos enfadamos, hacemos y decimos cosas que no están bien. Y eso no es normal, porque somos hijos de Dios y tenemos que aprender a seguir bendiciendo a Dios incluso cuando estamos enfadados con Él sin razón. 

Uno se enfada con Dios y empieza a blasfemar y a decir cosas horribles contra Dios. Otro se enfada con Dios y decide que ya no va a volver a Misa. Cuando hacemos esas cosas somos dignos de lástima y Dios nos mira con pena. 

  Uno se enfada con su hermano y ya no lo saluda por  la calle. Otro se enfada con su hermano y empieza a hablar mal de él o intenta hacerle daño y humillarlo. Cuando hacemos esas  cosas somos dignos de lástima.

¿Qué hace Jesús con los pecadores, o sea, con nosotros?

Jesús, hombre como nosotros, también se enfadaba a veces. Enfadarse no es malo. Pero en Jesús no hay pecado. Por eso Jesús nunca se enfadó con su Padre Dios, y cuando se enfadó con nosotros, los hombres,  ni se enfadó por una tontería ni nos retiró el saludo ni nos deseó ni nos hizo ningún mal. Al contrario, rezó por nosotros y nos enseñó rezar así: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». 

Cuando llevaron ante Él a una mujer pecadora Jesús dijo a los acusadores: «el que esté libre de pecado, tire la primera piedra». Lo dijo para que nosotros, que muchas veces nos enfadamos por tonterías dejemos de enfadarnos por tonterías. Y lo dijo para que nosotros, que a veces, como Él nos enfadamos con razón, aprendamos a perdonar y sigamos haciendo el bien al que nos ha hecho algún mal. 

Como estamos en Cuaresma tendríamos que ir todos a confesarnos. Jesús nos dirá, como le dijo a esa mujer pecadora: «No te condeno, vete y no peques más». 

Aprenderemos a perdonarnos unos a otros. Ya no nos enfadaremos por tonterías y, cuando nos enfademos con razón, nos acordaremos de Jesús y de la Virgen María y empezaremos a tener paciencia y a hacer el bien a todos. 

sábado, 26 de marzo de 2022

El hijo pródigo

 domingo, 27 de marzo de 2022

La parábola del hijo pródigo nos presenta, ante todo, a un padre buenísimo. Es un hombre rico que tiene jornaleros, criados y dos hijos, y que trata bien a todos. Ese hombre bueno de la parábola es una imagen de Dios.

Aparecen también los siervos: unos criados obedientes que hacen todo lo que les manda su señor. Trabajan y viven agradecidos porque no les falta el alimento ni el vestido ni el amor de su señor. En esos siervos buenos y obedientes podemos ver a los santos. Son los que trabajan en la viña del Señor sin quejas, con humildad y agradecimiento, sin buscar reconocimiento, aplausos o premios. Ellos viven contentos con su Dios y Señor y son los mejores hijos de Dios.

La parábola nos habla, finalmente, de dos hijos que lo tienen todo pero no son felices. Y en esos dos hijos, amable hermano, podemos vernos retratados tú y yo. 

Uno de ellos, el mayor, es un tipo serio. Él se cree muy responsable, muy trabajador, muy cumplidor y obediente. No solamente se lo cree sino que presume de eso: «porque yo, yo, yo… ¡tantos años sirviéndote sin desobedecer jamás una orden tuya!». Sí, se cree muy bueno pero es bastante ruin. Tanto que se atreve a echarle en cara su padre: «nunca me has hecho una fiesta». Es un pelma que ni ama a su padre ni ama a su hermano y que habla de ambos con desprecio: «ese hijo tuyo».

Sí, hermano, en ese gruñón podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos, cuando nos echamos en cara nuestros pecados y vivimos pensando que somos buenísimos y que merecemos más de lo que tenemos. 

El otro, el menor, es un tipo frívolo. Él se cree muy simpático y muy listo; se cree capaz de conquistar el mundo pero ni es simpático ni va conquistar el mundo. Es un pelma que solamente piensa en divertirse. Su padre, su hermano y sus criados lo aburren mucho, así que le dice a su padre: «dame la parte de la herencia que me corresponde». Luego se va de casa, lo malgasta todo, se arruina, empieza a pasar hambre y solamente entonces empieza a  echar de menos a su padre y la casa que ha dejado. 

Sí, hermano, en ese frívolo podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos y cuando pensamos que, lo único que necesitamos para ser felices, es librarnos de Dios y de nuestros hermanos y, así, poder hacer, en cada momento, nuestro capricho. 

Estamos en Cuaresma. Con esta parábola, Jesús nos llama a la conversión. Ha llegado el momento de que tú y yo volvamos a la Casa del Padre donde nos esperan Dios, con los brazos abiertos, y sus servidores, los santos, no para echarnos en cara nuestras faltas sino para prepararnos una fiesta. 

Solamente hace falta esto: que reconozcamos a nuestro Padre común y nos dejemos abrazar por Él en el sacramento de la penitencia; que nos reconozcamos como hermanos y -muy importante- que, en adelante, aprendamos de los santos, de los que sirven al Señor y al prójimo con humildad y alegría. Porque esos son los verdaderos hijos de Dios. Con razón llaman «reina» a santa María que responde a la embajada del ángel: «Aquí está la esclava del Señor».

viernes, 24 de febrero de 2012

Programa para la Cuaresma (II)

Tiene sus ojos puestos en todos los que lo acompañan.
(J.H. Newman)

Encontré la cita atribuida al cardenal Newman en La Misa en cámara lenta de Ronald Knox. Pertenece, según Knox, a un pasaje conocido como descripción de un caballero. La he recordado al leer el Mensaje para la Cuaresma del amable BXVI que recomienda: Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y de las buenas obras. 
No sé por qué me ha dado por pensar que BXVI -tan tímido, tan delicado, tan considerado- debe sufrir lo suyo en este mundo nuestro donde a la brutalidad la llaman espontaneidad o sinceridad y donde la delicadeza suele pasar por afectación. Y no sé por qué me ha venido a las mientes El castellano viejo de Larra. He buscado el texto. Larra va paseando por Madrid y, de pronto, alguien le da una fortísima palmada en la espalda:
traté sólo de volverme por conocer quien fuese tan mi amigo para tratarme tan mal; pero mi castellano viejo es hombre que cuando está de gracias no se ha de dejar ninguna en el tintero. ¿Cómo dirá el lector que siguió dándome pruebas de confianza y cariño? Echóme las manos a los ojos y sujetándome por detrás: -¿Quién soy?-, gritaba, alborozado con el buen éxito de su delicada travesura. -¿Quién soy?- -Un animal [irracional]-, iba a responderle; pero me acordé de repente de quién podría ser, y sustituyendo cantidades iguales: -Braulio eres-, le dije.  
En fin, Cuaresma: ¿cómo decirle a Braulio que es un animal irracional y brutal de tal modo que se entere -las citas literarias le hacen poca mella- y se corrija? San Pablo decía que hay que hacerse todo con todos para salvar a todos. ¿Habrá que hacerse irracional para salvar a los Braulios?
Más bien creo que los Braulios nos han sido dados para que nos ejercitemos en eso de soportar con paciencia los defectos del prójimo y para que crezcamos -al mismo tiempo- en caballerosidad y en fortaleza.
También nos aconseja el Papa que pongamos los ojos en Jesús. No puedo hacerlo sin alabar esa amabilidad que lo trajo hasta nosotros, ese aguante con el que nos soportó y esa delicadeza de la Eucaristía que es Él mismo entre nosotros sin reproches.