Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como lo asediaban con sus preguntas, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
El silencio de Jesús es inquietante para quien pregunta y ya tiene preparada una objeción a cualquier respuesta como en Twitter. Por eso dice el evangelista que lo asediaban con sus preguntas.
La impaciencia es mala. Estaban deseando que respondiera para seguir discutiendo como en Twitter. El silencio, en general, nos fastidia cuando estamos más interesados en discutir que en pensar. Cuando Jesús dice: «el que esté libre de pecado, tire la primera piedra» les rompe el esquema.
La mujer está sola ante Dios con su pecado mientras ellos son un grupo. Cada uno de sus acusadores cree que puede refugiarse en el anonimato. Pero Jesús no responde al grupo, a la masa anónima que se refugia en la Ley sin dar la cara, sino que apela a la conciencia de cada uno de ellos. No les dice que la Ley es mala, les pregunta: ¿Alguno de vosotros es tan santo que no necesita misericordia o perdón además de Ley?
Nadie podrá decir que Jesús aprueba el adulterio —gran violencia— o que recomienda la lapidación de los adúlteros, o que condena el Derecho Penal o el Código de Derecho Canónico porque ha venido a abolir la Ley.
Hay que ser muy complicado para no entender esa sencilla caridad de una madre y de un padre que quieren, de verdad, a su hijos —al adúltero y al de la liga contra el adulterio, al acohólico y al de la liga antialcohólica— hasta el punto de dar la vida por ellos. Es la sencilla verdad que se expresa en la parábola del hijo pródigo.
Ya sé, ya sé que ustedes, impacientes lectores solamente quieren saber qué diablos escribió Jesús en el suelo del Templo de Jerusalén al amanecer de aquel día glorioso. La impaciencia es mala, impaciente lector. ¡Viva la parsimonia!
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