domingo, 30 de enero de 2022

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

 domingo, 30 de enero de 2022


En Navidad considerábamos los misterios de la infancia de Jesús. Hemos llegado al cuarto domingo del Tiempo Ordinario. El primer domíngo celebrábamos el Bautismo del Señor. Jesús comenzó su pública bautizándose en el Jordán. El segundo domingo recordábamos su primer milagro en Caná de Galilea, un pueblo que está a unos dieciocho kilómetros al norte de Nazaret. El tercer domingo veíamos como Jesús, después de predicar en las aldeas de Galilea, decidió volver a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Los vecinos de Nazaret lo conocían desde niño como a un vecino más, el hijo del carpintero. Pero no conocían su misterio. Solamente la Virgen y San José sabían que Jesús era el Hijo de Dios. Allí, en Nazaret, Jesús se presentó como el enviado de Dios para anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y, a los afligidos, el consuelo.

En este cuarto domingo vemos como los vecinos de Nazaret no solamente no quisieron reconocer la misión de Jesús sino que intentaron matarlo. Al escuchar sus palabras se quedaban admirados pero, en su interior, pensaban: ¿por qué te has ido a hacer milagros como hemos oído que has hecho en Caná y en Cafarnaún y no has empezado aquí, en tu pueblo?

En esta parroquia estamos reunidos personas de muchos lugares. Hay algunos que han nacido aquí, en Torremendo y son fenomenales. Otros han nacido en Colombia y también son estupendos. Asia nació en Italia. Juan Pedro en Bélgica. Hay también ingleses y personas de otros países. Pero a nosotros no nos importan de dónde es uno o qué idioma habla. El que nos reúne es Jesús y si alguien pensase que por ser de Torremendo o de la China es más importante que los demás delante de Dios, pensaríamos que no se ha enterado de nada.

Si no tenemos caridad —nos dice san Pablo—, si no sabemos perdonar, comprender y servir, si andamos con niñerías de a este no lo saludo y con aquel no me hablo, no somos nada. Y eso mismo dijo Jesús a los de Nazaret, sus paisanos. Les dijo que él no había venido al mundo para quedarse en su pueblo sino para anunciar el evangelio a todas las naciones. Y se enfadaron y querían echarlo del pueblo y matarlo. ¡Pobres! Pero Jesús, que era muy humilde con los pequeños, era también muy fuerte con los soberbios y, así, se abrió paso entre ellos y dice el evangelista que «se alejaba». 

Claro que en Nazaret también había personas estupendas. San José, por ejemplo, y la Virgen María. Ellos sí habían acogido con amor el misterio de Jesús. 

Con ellos, con la Virgen y San José tenemos que crecer también nosotros cada domingo en la comprensión del misterio de Cristo y dejarnos de niñerías. 

Hoy empiezan los siete domingos de San José y, aunque solemos terminar la Misa cantando a la Virgen, ella estará encantada de que, durante estos siete domingos, acabemos cantando a San José y pidiendo que nos enseñe a trabajar, a rezar, a vivir la caridad y a querer cada día más a la Virgen y a Jesús. Amén. 

sábado, 22 de enero de 2022

Domingo III del tiempo ordinario (C)

 sábado, 22 de enero de 2022


No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.


Jesús tenía unos treinta años cuando empezó su vida pública. 

Fue al Jordán para ser bautizado por Juan y el Espíritu Santo descendió sobre Él ungiéndolo con óleo de alegría y de fortaleza. 

Luego, en Caná de Galilea hizo su primer milagro: convirtió en vino seiscientos litros de agua. Era un signo del amor dde Dios que ama a su pueblo, la Iglesia, como un esposo a su esposa, hasta dar la vida pr ella. 

San Lucas nos dice que Jesús, predicando por las aldeas de Galilea llegó a Nazaret, el pueblo donde se había criado. Nazaret está a dieciocho o vente kilómetros de Caná de Galilea, como de aquí a Orihuela. Se puede recorrer esa distancia en poco más de dos horitas andando. 

En Nazaret todos conocían a Jesús como se conocen los vecinos de un pueblo. Conocían a la Virgen María y a san José —el carpintero— y lo habían visto crecer entre ellos. Pero no conocían el misterio que guardaba Jesús.

En realidad todos somos un misterio porque nadie puede saber lo que tenemos en la cabeza o en el corazón si no lo revelamos. Pero Jesús escondía un misterio aún mayor: Él era el Hijo de Dios, había sido concebido por obra del Espíritu Santo Él estaba junto a Dios cuando el mundo fue creado y se había hecho hombre para salvarnos. Esto no lo sabían los vecinos de Nazaret; solo la virgen y san José.

Jesús fue a Nazaret y, en la Sinagoga, empezó a revelar a sus vecinos el misterio que escondía en su corazón. Hasta entonces los vecinos lo habían visto como a uno más del pueblo, el hijo del carpintero. Ahora tendrían que descubrir su misterio y aprender a mirarlo como lo que era en verdad: el Maestro y el Salvador. «Cristiano» quiere decir «discípulo de Cristo», nuestro Maestro y Salvador. 

Para revelar su misterio, Jesús dice que el Espíritu de Dios está sobre Él y que Él ha venido a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo.

¿Por qué a los pobres? Porque todos somos pobres delante de Dios aunque, a veces, el orgullo nos haga creer que andamos sobrados. Le preguntaban a un piloto de Fórmula I, famoso, joven, fuerte y guapetón que si rezaba antes de ponerse al volante de su máquina y él, con un poco de desprecio, respondió: «¿Rezar? ¿Para qué? Yo no necesito a Dios para conducir. ¡Pobrecito! No sabía que todos necesitamos a Dios para existir: «en Él vivimos, nos movemos y existimos». Solamente los que se saben pobres delante de Dios se alegran ante el anuncio de salvación que trae Jesús.

La liberación a los oprimidos. Todos necesitamos esa liberación del pecado que trae Jesús. Los hombres no perdemos la libertad cuando nos meten en una jaula o nos atan por fuera. La perdemos cuando el diablo nos ata por dentro con las cadenas del pecado. 

A los afligidos, el consuelo. A todos nos dice Jesús: No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

La Virgen María, toda llena de Gracia, se presentaba como la esclava del Señor. Fue librada de la esclavitud del pecado desde el primer instante de su Concepción por los méritos de Cristo y ahora la llamamos «consuelo de los afligidos» y «causa de nuestra alegría». 

jueves, 6 de enero de 2022

Comentario a «Qué es poesía»


Un mi amigo ha tenido la bondad de comentar la entradita del blog intitulada «Qué es poesía». 

Vale mil veces más el comentario que el texto comentado. 

Primero observa mi amigo que en el verso de Becquer que dice «Mientras la ciencia a descubrir no alcance /las fuentes de la vida…» hay como un eco de Augusto Compte para quien «conforme la ciencia vaya desvelando los misterios del mundo, se irán apagando por sí mismas la religión y la filosofía». 

Luego cita mi amigo a Josef Pieper que, siguiendo a santo Tomás viene a decir: «la religión (no necesariamente la revelada), la filosofía y la poesía son parientes cercanos porque tienen en común su versar sobre lo "mirandum", lo que reclama a gritos ser admirado con pausa y atención. Sólo varían en el modo de expresar esa admiración: la poesía lo hace en términos arracionales (entiéndase "emotivos" o "metafóricos"); la religión con conceptos metarracionales (algunas religiones naturales directamente con irracionalidad); y la filosofía con terminología racional».

Y concluye así: «En la Trinidad Santa sólo hay "asombro" de una Persona por las otras Dos. Nada ad extra de Dios lo asombra. El Génesis afirma que vio Dios que era muy bueno/bello (kalokagatía llamaban los griegos a esa conjunción de bondad y belleza) cuanto había hecho. Pero una cosa es contemplar la belleza y otra muy distinta asombrarse. El Padre sólo es Poeta cuando pronuncia al Verbo; el Hijo cuando contempla al Padre continuamente pronunciándolo; y el Espíritu Santo cuando experimenta el calor del Amor con que Padre e Hijo lo admiran».

Aprovecho para dejar constancia de que los versos que citaba en la entradita «No lo niegues, Señor, eres poeta / tus obran te delatan…» son de Daniel Cotta. Yo añadí de mi cosecha: «Nos hiciste a tu imagen. /Tú nos acostumbraste a la poesía». 

(Sobre la p de «Comte», ver el sagaz comentario del mi amable amigo)