sábado, 22 de enero de 2022

Domingo III del tiempo ordinario (C)

 sábado, 22 de enero de 2022


No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.


Jesús tenía unos treinta años cuando empezó su vida pública. 

Fue al Jordán para ser bautizado por Juan y el Espíritu Santo descendió sobre Él ungiéndolo con óleo de alegría y de fortaleza. 

Luego, en Caná de Galilea hizo su primer milagro: convirtió en vino seiscientos litros de agua. Era un signo del amor dde Dios que ama a su pueblo, la Iglesia, como un esposo a su esposa, hasta dar la vida pr ella. 

San Lucas nos dice que Jesús, predicando por las aldeas de Galilea llegó a Nazaret, el pueblo donde se había criado. Nazaret está a dieciocho o vente kilómetros de Caná de Galilea, como de aquí a Orihuela. Se puede recorrer esa distancia en poco más de dos horitas andando. 

En Nazaret todos conocían a Jesús como se conocen los vecinos de un pueblo. Conocían a la Virgen María y a san José —el carpintero— y lo habían visto crecer entre ellos. Pero no conocían el misterio que guardaba Jesús.

En realidad todos somos un misterio porque nadie puede saber lo que tenemos en la cabeza o en el corazón si no lo revelamos. Pero Jesús escondía un misterio aún mayor: Él era el Hijo de Dios, había sido concebido por obra del Espíritu Santo Él estaba junto a Dios cuando el mundo fue creado y se había hecho hombre para salvarnos. Esto no lo sabían los vecinos de Nazaret; solo la virgen y san José.

Jesús fue a Nazaret y, en la Sinagoga, empezó a revelar a sus vecinos el misterio que escondía en su corazón. Hasta entonces los vecinos lo habían visto como a uno más del pueblo, el hijo del carpintero. Ahora tendrían que descubrir su misterio y aprender a mirarlo como lo que era en verdad: el Maestro y el Salvador. «Cristiano» quiere decir «discípulo de Cristo», nuestro Maestro y Salvador. 

Para revelar su misterio, Jesús dice que el Espíritu de Dios está sobre Él y que Él ha venido a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo.

¿Por qué a los pobres? Porque todos somos pobres delante de Dios aunque, a veces, el orgullo nos haga creer que andamos sobrados. Le preguntaban a un piloto de Fórmula I, famoso, joven, fuerte y guapetón que si rezaba antes de ponerse al volante de su máquina y él, con un poco de desprecio, respondió: «¿Rezar? ¿Para qué? Yo no necesito a Dios para conducir. ¡Pobrecito! No sabía que todos necesitamos a Dios para existir: «en Él vivimos, nos movemos y existimos». Solamente los que se saben pobres delante de Dios se alegran ante el anuncio de salvación que trae Jesús.

La liberación a los oprimidos. Todos necesitamos esa liberación del pecado que trae Jesús. Los hombres no perdemos la libertad cuando nos meten en una jaula o nos atan por fuera. La perdemos cuando el diablo nos ata por dentro con las cadenas del pecado. 

A los afligidos, el consuelo. A todos nos dice Jesús: No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

La Virgen María, toda llena de Gracia, se presentaba como la esclava del Señor. Fue librada de la esclavitud del pecado desde el primer instante de su Concepción por los méritos de Cristo y ahora la llamamos «consuelo de los afligidos» y «causa de nuestra alegría». 

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