De las siete acepciones de la RAE quedémonos con dos: la primera y la sexta.
La primera: Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en prosa o en verso. Entonces la poesía es la acción y el efecto de la palabra que declara o descubre la belleza (quod visum placet). Las acepciones segunda, tercera, cuarta, quinta y séptima abundan en la acción o el efecto de la palabra.
Queda una acepción, la sexta: Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza manifiesta o no por medio del lenguaje.
Entonces ya no es acción y efecto de la palabra sino cualidad de las cosas y de las palabras.
Esta sexta acepción es la que tenía Gustavo Adolfo Becquer en su mente cuando escribió en su Rima IV: podrá no haber poetas pero habra poesía. Dice así.
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
Conclusión:
La poesía es algo divino y humano; alado, leve y sagrado. Primero algo divino porque es la Palabra increada la que pronuncia y crea todas las cosas. Luego algo humano porque es el hombre quien, a tientas, pone nombre a las cosas y, a su modo, las inventa soñando. A la fin y a la postre algo humano y divino porque es Cristo quien revela el Rostro de Dios y el nombre exacto de las cosas.
No lo niegues, Señor: eres poeta.
Tus obras te delatan.
Nos hiciste a tu imagen.
Tú nos acostumbraste a la poesía.
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