San Miguel de Salinas
viernes, 12 de septiembre de 2025
6:45
Abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital.
7:10
Preparo el altar para la memoria del Dulce Nombre de María.
Laudes.
7:40
Primera misa de la memoria del Dulce Nombre de María.
8:30
Salgo para San Miguel.
9:00
Me siento para mirar fijamente al sagrario.
Oficio de lectura.
10:55
Un penitente pide confesión justo cuando me dispongo a empezar la misa. Muy bien.
11:04
Empieza la misa de once con cuatro minutos de retraso.
11:45
Había quedado con unos novios pra terminar su expediente. Como no ha llegado, voy a la casa abadía.
12:00
Me llama la novia. Que ya ha llegado, pero que está esperando a un testigo.
12:15
Llega el otro testigo y comienza el interrogatorio.
12:45
Nos despedimos.
Sexta.
Lectura del segundo libro de las Crónicas.
Lectura de las Confesiones.
Me pongo a felicitar a las Marías.
De Torremendo: que los del cementerio no han retirado las coronas del nicho de Conchita y que la semana que viene van a poner la lápida y tiene que estar todo limpio.
Llamo a Manolo: que hay una queja. Manolo me explica que limpian el cementerio cada quince días, que lo limpiaron la semana pasada y que toca limpiarlo la semana que viene. ¡Qué bien!
Me llama Pepe: que su madre está peor.
Llamo a doña Nati: que no me espere porque voy a ver a Josefa y comeré cuando termine.
Voy a ver a Josefa. Ya soy amigo de los perros aunque hoy solamente viene uno a chuparme.
Espero a que la enfermera termine su trabajo. Luego hago la recomendación del alma. Las paredes de la habitación de Josefa están cubiertas de estampas y uno tiene la sensación de estar en el cielo.
14:40
Llego a casa de doña Nati. Aún no ha comido: ha preferido esperarme.
…
Todavía tengo que celebrar dos misas por la tarde: a las seis en Torremendo y a las ocho en Los Montesinos.
En Los Montesinos predico:
Tu palabra, Señor, es la verdad. Santifícanos en la verdad.
Aroa —que, por cierto, ejem, ejem, no ha venido hoy— me pidió ayer que celebrara la misa en sufragio por el alma de Charlie Kirk.
Charlie era, hasta ayer, bastante conocido en los EEUU de América. Ahora es conocido en todo el mundo porque lo han matado. Al asesino, un chico de veintipocos años, ya lo han detenido.
Charlie era protestante, pero no mucho. Estaba casado con una católica. Se dedicaba a visitar las universidades de los EEUU de América diciendo ese tipo de verdades que hoy no se pueden decir.
Se sentaba en una silla e invitaba a los estudiantes a charlar. Les decía: «si creéis que estoy equivocado, por favor, dadme argumentos que me saquen de mi error».
Luego empezaba a decir verdades sencillas como esta: «La criatura que está formándose en el seno de una mujer no es una parte del cuerpo de la mujer, ni una col, ni un perro sino un ser humano».
Algunos aplaudían, otros discutían y, a menudo, otros, sin argumentos, insultaban.
Otras veces, la verdad sencilla de la que hablaba lo llevaban a decir que las relaciones homosexuales son contrarias a la Ley de Dios que está inscrita en nuestra naturaleza.
Algunos asentían, otros discutían y, a menudo, alguno intentó abofetearlo.
¿Os acordáis de Jesús? El sumo sacerdote lo interrogaba acerca de su enseñanza y Jesús le dijo: «Siempre he enseñado abiertamente. Pregunta a los que me han oído y te dirán lo que he dicho». Entonces un esbirro del sumo Sacerdote dio una bofetada a Jesús. Jesús se volvió hacia el abofeteador y lo miró de tal modo y manera que aquel chulo de gimnasio se hizo pis encima. Jesús le dijo en voz bajita: «Si he hablado mal, muéstrame en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?».
Estas palabras podrían muy bien haber sido la respuesta de Charlie Kirk al pobre diablo que ayer lo mató cobardemente. Ya lo han detenido. Por lo visto no es un muchacho brillante. Quiero decir: no es un Einstein ni un Beethoven. Es un tipo más bien vulgar, como yo.
Y ahora todos nosotros tendríamos que preguntarnos si preferimos abrazar la verdad aunque duela o librarnos del dolor vendiendo nuestra alma al diablo.
Podemos preguntarlo de otro modo. ¿Estaremos junto a la Cruz de Cristo como la Virgen María —bendito sea su dulcísimo nombre— o como los miserables que, después de crucificarlo, andaban repartiéndose sus ropas?
Mirad, no hay término medio. Es una pena, pero es así. Ante la verdad solamente cabe un sí que es sí o un no que es no.
Me pongo a murmurar sin maldad, solo para desahogarme un poquito. No pasa nada. Compro ese periódico que informa de la muerte de Cristo con este titular: «Agitador galileo muere en un tiroteo». No pasa nada. Voto a ese partido que dice que, en sus filas, no caben los pro vida. No pasa nada. Comulgo en pecado mortal y no pasa nada porque, además, el cura de mi parroquia no cree en la presencia real de Cristo en la eucaristía y no pasa nada porque, además, el obispo de la diócesis…
Y, mientras yo digo que no pasa nada y que no pasa nada, a un Cristo lo matan de un tiro dejando viuda e hijos. Y el Cristo me mira y me pregunta: «¿Volverás a crucificarme para salvar el pellejo?».
Jesús: tú sabes que soy cobarde y débil. También sabes que te quiero.
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