La Torre
domingo, 28 de septiembre de 2025
MISAS
Salgo de La Torre a las ocho y media rezando los misterios gozosos con BXVI.
En Torremendo me entero de que el archidiácono llegó ayer de Nápoles con un catarro considerable que lo tiene en la cama.
Primera misa a las diez. Hay que predicar para los niños:
«El pobre Lázaro se parece mucho a Cristo en la Cruz. Lo vemos ahí, abandonado, pobre, cubierto de llagas… ¿Es que Dios no lo ve? ¿Es que se ha olvidado de Él? No, lo que pasa es que aún no ha terminado todo. Debemos esperar hasta el final. Amén.
El rico sin nombre y el pobre Lázaro mueren. Mueren los dos: todos tenemos que morir. Pero Lázaro va al Cielo y el rico va al infierno. No va la infierno por ser rico sino porque, habiendo recibido muchos bienes, no fue bueno. Y el mendigo no fue al cielo por ser mendigo o bichicome sino porque, a pesar de todos los males que sufrió, él no hizo mal a nadie ni se volvió malo.
Los bienes que recibimos en esta vida son para ganar la vida eterna. Y los males que padecemos son para hacernos pacientes y humildes y para que pongamos nuestra confianza en Dios. Amén.
Justo después de la muerte hay un juicio particular en el que se decide nuestro destino para siempre: si hemos muerto en gracia de Dios, el Cielo; si hemos muerto en pecado mortal, el infierno.
Después, al final de los tiempos, todos resucitaremos y seremos reunidos para un juicio universal. Entonces se manifestará la gloria de Dios. Entonces se verá que Dios ni se olvidó de Jesucristo ni se olvida de nadie. También se manifestará la gloria de Jesús. Se verá que, aunque aquí lo juzgaron y lo condenaron, Él no es el acusado ni el delincuente sino el Juez de todos. Amén.
Jesús nos enseña que, para hacer el bien, no necesitamos ser ricos sino santos. Él mismo, siendo rico, para salvarnos se hizo pobre. Ojalá recordemos siempre que Él padeció mucho para que nosotros podamos alcanzar el Cielo. Y ojalá todos nosotros muramos en gracia de Dios y teniendo en los labios los nombres de Jesús, María y José. Amén».
Después de la misa viene la catequesis. Hay que hacer preguntas dificilísimas a los niños.
Luego hay que salir para San Miguel.
Antes de la misa de 12:30 en san Miguel hay que oír la confesión de un penitente. Muy bien.
Mientras me revisto para la misa, Samael me cuenta que pasan mucho calor en la escuela y que él ha comprado en el chino dos ventiladores de batería recargable que se fijan al pupitre con una pinza y que tienen la virtud de girar 360 grados infinitamente. Dice «infinitamente». También me cuenta que uno de los ventiladores lo ha comprado para sí y que, el otro, lo ha comprado para un compañero que carece —el pobre— de ahorros.
En San Miguel hay que predicar para los mayores pero vale la misma homilía añadiendo algunos versos de Jorge Manrique.
COMIDA EN CASA DE HEIDY Y ARMIN
Wilder —qué amable— me recoge en la esquina de la farmacia. Juntos vamos a recoger a doña Nati en la puerta de su casa.
Wilder —qué amable— nos deja en casa H&A.
Allí saludamos a H —muac, muac, muac—, a Bea —muac, muac, muac— y a Armin. Yo estrecho su mano, doña Nati muac, muac, muac.
Durante la comida —servida en la terraza que da al mar— hablamos, por ejemplo de los puertos de Suiza que ya están cerrados por la nieve: el san Gotardo y el Gran Bernardino. Hablamos también de las propiedades mágicas de la salvia y Armin, preocupado por mi tos, mi entrega: 1. Dos hojas de salvia para que las mastique en el acto. 2. Un convoluto de hojas de salvia para que mastique hojas de salvia día y noche.
Entre tanto, doña Nati acaba con seis o siete avispas. Ella es mi heroína.
Luego Wilder —qué amable— viene a buscarnos y nos devuelve —sanos y salvos— a San Miguel donde aguardan impacientes a doña Nati para un campeonato de parchís.
VUELTA A LA TORRE
Como hoy es la ofrenda de flores, todas las calles están cortadas, San Miguel es un laberinto y yo tengo que emular a Teseo para huir.
Consigo salir del pueblo pero tengo que detenerme en el área de servicio del Realengo. Me atiende allí un joven fornido que parece egipcio, de Jartum, por mas señas. Me mira con indisimulada curiosidad y me pregunta con acento de Jartum: «¿Eres un cura?». Le digo que sí, que de San Miguel por más señas, e iniciamos una conversación. Cuando nos despedimos ya somos amigos. Él me dice: «Adiós, jefe. Que tengas un buen viaje». Y yo: «Amén, amigo. Que Dios te bendiga».
He rogado a Wilder que — a las ocho— abra la sacristía y encienda las luces de la iglesia.
He rogado al diácono de Los Montesinos que —a la misma hora— presida en San Miguel la ofrenda de flores y la presentación de los niños al santo. Wilder y el diácono de Los Montesinos —qué amables— se han inclinado a escuchar favorablemente mis ruegos.
A las ocho menos cuarto voy por la autopista a la altura de Elche y mi móvil empieza a sonar. No puedo parar y no puedo contestar. Llama la concejala de fiestas; llama —dos veces— el alcalde; llama Robert —el técnico de Vega Fibra—; llama don José María, santo sacerdote natural de San Miguel.
Yo, aunque me temo lo peor, como no puedo detenerme ni contestar, sigo conduciendo con parsimonia —festina lente— rumbo a La Torre.
A las ocho llego a La Torre y devuelvo la llamada a don José María. Me dice que estaba tomándose un café en el Collie cuando un comando del Ayuntamiento le ha rogado que vaya a la Iglesia para presidir la ofrenda floral porque los amables oferentes están allí pero no han llegado ni el diácono ni Wilder.
¡Qué emoción!
LA HERIDA DE HOY
No hay flor más cursi que la bignonia pero —¡ojo!— ser cursi no es ser delicado o inofensivo sino, precisamente, todo lo contrario. Cursi es el jabalí que quiere hacerse pasar por cisne en el el ballet.
Para entrar en la almazara hay que inclinar un poco la cabeza porque hay allí una espesa mata de bignonias. Se ve que no he inclinado suficientemente la cabeza y la mata ha querido recordarme que sus rosadas flores son, como las ministras de Igualdad y eso, muy ofensivas.
Escribo esto con una compresa en la cabeza herida de bignonia.
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