Publicado en 2020, va ya por la quinta edición.
Un libro serio y bellísimo que hace sonreir a cada paso.
Ana Iris es de La Mancha, ese «océano de esparto». Mientras nos cuenta sus recuerdos de infancia nos introduce en el clan familiar y vamos entendiendo «que no hay nada más bello que el orgullo que se permiten los humildes, porque es el que emana de las cosas importantes».
Ser de pueblo en España es convivir con la blasfemia más brutal y con la piedad más recia, sencilla y pura. Si se trata de un pueblo de la Mancha, ser de pueblo es convivir con Sanchos y aprender a mirar la vida y la muerte sin hacer aspavientos. Cuando arrancó el coche de la funeraria que llevaba a la abuela de Ana al cementerio «dos mariposas blancas quisieron unirse al cortejo fúnebre porque en Criptana se va de la iglesia al cementerio andando, salvo si eres mariposa blanca, que vas volando, y eso hicieron».
Si el que es de pueblo y manchego tiene, además, vocación de escritor, durante la adolescencia habrá «escrito mucho sobre Madrid como escribimos sobre Madrid los chavales que vivimos en la periferia, como si Madrid fuera una especie de Macondo en el que no llueven ranas pero qué bien se está en Comendadoras cuando atardece».
Pero la gran pregunta de este libro —que plantea muchas y muy grandes preguntas—, la más abrumadora, podría formularse asina: ¿cómo es posible que, de pronto, un niño recién nacido, o Dios, se convierta en el centro del universo de uno?
Y, al parecer, a esta pregunta solamente puede hallarle uno mismo la respuesta. Y, al parecer, da igual que uno sea de Campo de Criptana o de Nueva York porque todos, cuando hallamos la respuesta, nos sorprendemos no poco y, si supiéramos escribir como Ana Iris Simón, llenaríamos el mundo de libros serios y desternillantes.
Buscando la respuesta dentro de uno o mirando al cielo, por muy estrella que uno se piense, la razón por la que el Sol ocupa uno de los focos de la elipse es que el centro siempre es para Dios.
ResponderEliminarY el otro foco para la Virgen.
Abrazos fraternos.
Malo si uno, mirando dentro de sí mismo o mirando al cielo, solamente se ve a sí mismo. Y peor si se ve y se presenta ante los demás como el ombligo del mundo. ¡Gracias, don Pindio! Es usted un sabio. Un abrazo.
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