domingo, 21 de junio de 2020
Domingo décimo segundo del Tiempo Ordinario
En la noche, al oído, se dicen los secretos; en pleno día y desde la azotea se pregona la Buena Nueva.
Jesús hablaba a la gente a pleno día y delante de todos exponía su doctrina pero a los que creían, a sus discípulos, les explicaba a solas el sentido de las parábolas y los iba instruyendo.
La fe comienza con un asentimiento interior a la Palabra de Dios cuando el corazón recibe y acoge la verdad revelada como hizo la Virgen María: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
Cor ad cor loquitur. El corazón de Dios se manifiesta al corazón del creyente que empieza a experimentar la luz y el calor de Dios: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras por el camino? (Lc 24, 32)
Pero Jesús pide algo más a sus discípulos. Les pide que lo que han escuchado en la noche y al oído, lo que su corazón ha creído, lo profesen sus labios. «Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea».
Después de la Anunciación la Virgen guarda en su corazón el secreto de la Encarnación. Ni siquiera habla con san José del misterio que se le ha revelado. Pero, llena del Espíritu Santo, en casa de su prima Isabel rompe a cantar en alabanzas: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador». Guiada por el Espíritu Santo calla cuando debe callar y habla cuando debe hablar. Se oculta discretamente cuando debe ocultarse pero no se esconde cuando su Hijo está en la Cruz.
Eso mismo pide Jesús a sus discípulos, a los pequeños, a aquellos a quienes el Padre se revela: primero que guarden en el corazón la Palabra porque es allí donde dará fruto y segundo que, con la fuerza del Espíritu Santo, anuncien la Buena Nueva.
Para que no callen por temor a los hombres —por el qué pensarán o el que dirán de ellos o por el qué les harán los hombres— Jesús habla a sus discípulos del santo temor de Dios y les enseña a mirar a Dios con confianza filial.
«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo».
Como explicó maravillosamente san Agustín el santo temor de Dios es el temor prudente que acaba con todos los miedos y nos hace libres para vivir y para hablar como hijos de Dios.
Si un par de gorrioncitos que apenas valen unos cuartos —dice Jesús a sus discípulos— están ante la mirada de Dios, con más razón vuestras vidas están ante su mirada. No tengáis miedo.
Encomendamos nuestro camino de fe a Santa María para que Dios, que la estableció en el sólido fundamento de su amor, guíe también siempre nuestros pasos.
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2020 June 21th, Sunday
Twelfth Sunday in Ordinary Time
At night, in the ear, the secrets are told. In broad daylight and from the rooftop the Good News is proclaimed.
Jesus spoke to the people in broad daylight and, in front of everyone, He taught His doctrine. But to those who believed, to His disciples, He explained the meaning of the parables and instructed them in private.
Faith begins with an interior assent to the Word of God when the heart receives and embraces the revealed truth as the Virgin Mary did: "Behold the maidservant of the Lord! Let it be to me according to your word."
Cor ad cor loquitur. The heart of God is revealed to the heart of the believer who begins to experience the light and warmth of God: "Did not our heart burn as He explained the Scriptures to us along the way?"
But Jesus asks His disciples for something more. He asks them to profess with their lips what they had heard at night and in their ear, what their heart had believed. "What I tell you in the dark, speak in the daylight; what is whispered in your ear, proclaim from the rooftops."
After the Annunciation, the Virgin keeps the secret of the Incarnation in Her heart. She does not even speak to Saint Joseph of the mystery that has been revealed to Her. But, filled with the Holy Spirit, in Her cousin Elizabeth's house She breaks into praise: "My soul proclaims the greatness of the Lord, my spirit rejoices in God my Saviour." Guided by the Holy Spirit, She is silent when She must be silent and She speaks when She must speak. She is discreetly hidden when She must be hidden but She does not hide when Her Son is on the Cross.
This is what Jesus asks of His disciples, of the little ones, of those to whom the Father reveals Himself: first that they keep the Word in their hearts because it is there that it will bear fruit and second that, with the force of the Holy Spirit, they announce the Good News.
Lest they keep silent for fear of men, because what they will think or what they will say about them or by what men will do to them, Jesus speaks to His disciples about the holy Fear of God and teaches them to look at God with filial confidence.
"Do not be afraid of those who kill the body, but cannot kill the soul. No, fear the One Who can destroy soul and body with fire ».
As Saint Augustine marvelously explained, the holy Fear of God is the prudent fear that ends all fears and makes us free to live and speak as children of God.
If a pair of little sparrows that are barely worth a few cents - Jesus says to his disciples - are before the gaze of God, even more your lives are before His gaze. Do not be afraid.
We entrust our journey of faith to Holy Mary so that God, Who established Her on the solid foundation of His love, will also guide our steps always.
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