domingo, 14 de junio de 2020
Corpus Christi
Damos culto de adoración a Cristo porque Él es el Señor. Damos culto de adoración a la Eucaristía porque en ese sacramento está realmente presente Nuestro Señor Jesucristo con su Cuerpo, Alma y Divinidad.
A Aquel a quien alaban los ángeles en el Cielo lo adoramos nosotros en cada sagrario y nuestra liturgia de la tierra es un anticipo de la gran liturgia celeste.
Al entrar en la iglesia, antes que cualquier imagen, buscamos el sagrario y adoramos con una genuflexión o con una inclinación profunda. Es un gesto exterior pero no es algo sin importancia.
En el evangelio vemos a María sentada a los pies de Jesús, escuchando su Palabra y contemplando al Maestro. Después de la segunda pesca milagrosa, la mirada de san Juan reconoce a Jesús: ¡Es el Señor! Ya en su nacimiento los magos se postran ante Él para adorarlo y Tomás rinde su incredulidad exclamando: ¡Señor mío y Dios mío!
Durante la Misa los gestos de adoración se repiten. Todos se arrodillan durante la consagración y, cuando el sacerdote presenta el Cuerpo de Cristo a los comulgantes, estos, antes de recibirlo, lo adoran. No hay que tener prisa en ese momento incluso si el rito de la Comunión se alarga por la gran afluencia de fieles. Antes de comulgar cada uno debería mirar con amor la Hostia que el sacerdote le presenta, adorarla con una genuflexión o, al menos, con una inclinación de cabeza y decir su “Amén” con fe sincera.
Los vecinos de Nazaret que convivieron con Jesús no estuvieron más cerca de Él que nosotros. En cada sagrario Jesús se hace vecino nuestro, nos visita y espera nuestra visita. Ya he contado que una vez me crucé con Gloria en la entrada de la iglesia y, cuando le pregunté si venía a visitar al Señor, me contestó: «Claro. ¿Cómo voy a pasar por la puerta de un amigo sin saludarlo?».
Este año no podemos celebrar la procesión del Corpus pero eso mismo puede servir para que cada uno se pregunte cómo trata a Jesús Sacramentado los otros trescientos sesenta y cuatro días del año.
Yo qusiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santsima Madre.
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2020 June 14th, Sunday
Corpus Christi
We worship Christ because He is the Lord. We worship the Eucharist because our Lord Jesus Christ with His Body, Soul and Divinity is really present in that sacrament.
We adore in every tabernacle the One Whom the angels praise in Heaven and our liturgy on earth is a foretaste of the great heavenly liturgy.
Upon entering the church, more than an image, we seek the tabernacle and worship with a genuflection or a deep bow. It is an outward gesture but it is not something without importance.
In the gospel we see Mary sitting at the feet of Jesus, listening to His Word and contemplating the Master. After the second miraculous catch, St. John's gaze recognizes Jesus: He is the Lord! At His birth the Magi prostrate themselves before Him to worship Him and Thomas surrenders his unbelief exclaiming, “My Lord and my God!”
During Mass the gestures of adoration are repeated. They all kneel during the consecration and, when the priest presents the Body of Christ to the communicants, they, before receiving It, adore It. There is no need to be in a hurry at that time even if the Communion rite is lengthened by the large influx of faithful. Before receiving Communion, each one should look with love at the Host that the priest presents, worship It with a genuflection or, at least, with a nod and say the "Amen" with sincere faith.
The neighbors of Nazareth who lived with Jesus were no closer to Him than we are. In each tabernacle Jesus becomes our neighbor, visits us and awaits our visit. I have already said that I once met Gloria at the entrance of the church and when I asked her if she was coming to visit the Lord, she answered: "Sure. How am I going to pass in front of a friend's door without saying hello?"
This year we cannot celebrate the Corpus Christi procession, but that can serve us to wonder how we treat Jesus Sacramental the other three hundred and sixty-four days of the year.
I would like, Lord, to receive You with that purity, humility and devotion with which your Holy Mother received You.
"Los vecinos de Nazaret que convivieron con Jesús no estuvieron más cerca de Él que nosotros" cierto don Javier, pero espero no estar tan lejos como ellos estaban. Abrazos fraternos.
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