martes, 26 de noviembre de 2024

Diario. Martes, 26 de noviembre de 2024

 San MIguel de Salinas

martes, 26 de noviembre de 2024


8:20

Abro la iglesia.

Oficio de lectura y laudes.

Me siento ante el sagrario. 

9:30

Vuelvo a la casa abadía. Recojo y guardo la ropa que tendí anoche aunque no toda, por que no toda se ha secado. 

Me empleo a fondo en el aseo de la casa abadía. 

10:20

Me aseo un poco, vuelvo a la iglesia y me siento en el confesonario. Un penitente. Muy bien. 

11:00

Misa votiva de los ángeles porque es martes. 

Terminamos cantando —vueltos hacia la imagen de la Virgen del Carmen que está en el coro sacando almas del purgatorio— y rezando un responso. 

Luego me siento en el primer banco, con casulla y todo, para la acción de gracias. 

11:30

El reloj da la media, señal de que hay que ir a la sacristía.

Hablo con Joan. 

Me siento en el rincón de San MIguel con Teresa y charlamos largamente. 

12:00

Nos despedimos y voy a la casa abadía. 

Ángelus con unos minutos de retraso.

Sexta.

Lectura del Evangelio de San Marcos, capítulo 1.

Lectura de El Señor, de Romano Guardini. 

Me llaman del hospital: que vaya a ver a Carmen. Pido que me pasen con la familia y pregunto si es urgente. Quedamos en que iré a las tres y media. 

12:30

Voy a la sacristía para esperar a don Jesús H y a don X.

Escribo esto. 



13:00

Llegan don Jesús H y don X. 

Vamos a los locales parroquiales para estudiar un caso de moral. 

14:00

Nos vamos a comer al mesón El Prado. 

14:50

Me despido de don Jesús H y de don X, voy a la casa abadía, me aseo un poco y salgo para el hospital. 

15:30

Llego puntualmente a la habitación de Carmen. Está con su hijo, con una amiga y con la hija de la amiga. Charlamos un poco, rezamos y le doy la unción de enfermos. No puede comulgar, le doy la bendición con el Santísimo y hacemos una comunión espiritual. 

Voy a ver a FSL. Está dormido. Lo acompaña su sobrino. Charlamos y decidimos dejarlo descansar. 

Bajo a la UCI para ver a JSM. No está. Pregunto en la oficina de admisión y no aparece su nombre. Llamo a don Isidro y me dice que es posible que le dieran el alta ayer. 

16:15

Salgo para San MIguel. 

16:40

Aparco y me encuentro con Teresa que va a la biblioteca. 

Visita al Santísimo. 

Me siento ante el sagrario. 

Voy a la casa abadía. En la escalera me encuentro con un gato negro y blanco. Lo vi ayer en El Paseo. Por su actitud y por su mirada, me dio la impresión de que buscaba un ser humano hospitalario. Se asusta un poco cuando me ve. Vuelvo a abrir la puerta para que salga.  Sale. Subo a la casa y escribo esto. 



17:20

Vuelvo a la iglesia porque Teresa me ha dicho que vienen a ensayar los de la Coral Alcores y hay que abrirles la puerta del coro. Encuentro allí a Teresa. Vuelvo a la casa abadía. 

17:30

Misterios dolorosos. 

Recojo y guardo la ropa que aún quedo tendida esta mañana. 

18:00

WhatsApp. A Desiré: que puede pasar por Caritas de La Zenia. De doña Nati: que me acuerde de tomarme las tres pastillas amarillas pequeñitas y la pastilla amarilla grande. Me las tomo y vuelvo al WhatsApp para darle las gracias y seguir con los mensajes.  De Joan: que su nieto, Peter, James, Javier, cumplió un año el día diecisiete y ya ha empezado a andar. De Patricia: la consideración espiritual del día. De varios grupos, varios mensajes. 

Me aplico a la lectura de La teología de los primeros filósofos griegos, de Werner Jaeger. 

18:45

Vísperas. 

Me llama Manolo: que han terminado de ensayar y que puedo pasar a cerrar la puerta del coro. 

Voy a casa de doña Nati para devolverle una tartera y recoger un libro que ha llegado a su casa. Aprovecho para sacar la basura, comprar lejía Las tres brujas y pan. 

Deposito el cartón en el contenedor de cartón y el vidrio en el contenedor de vidrio. 

Doña Nati no está, me abre Samira. 

El Sotanillo está cerrado, me quedo sin lejía Las tres brujas. 

En la tienda de Isabel compro pan, vino y sobrasada. Isabel me oye y sale a verme. Nos saludamos —muac, muac— charlamos, nos alegramos mucho de vernos y le prometo que vendré un día a hacer un rato de tertulia con ella. Llega Tere y le encargo la corona de Adviento. Me cuenta que el sábado es la comida de los quintos del 60. Ella es de febrero, yo de diciembre. No podré ir a comer pero —si Dios quiere— iré a brindar. ¡Qué felices encuentros!

Voy a la iglesia y cierro la puerta del coro. 

19:25

Vuelvo a la casa abadía y estoy colocando la compra en su sitio cuando reparo en que no tengo leche para el desayuno de mañana. No importa. Estoy pensando «no importa» cuando suena el timbre. Bajo y abro la puerta. Es la mujer de Manolo: que ha visto abierta la puerta de la iglesia y no sabe si he cerrado la puerta del coro. Le digo que sí la he cerrado pero que la iglesia tiene que estar abierta hasta que cierre Mercadona. 

Escribo esto y añado lo del gato. Se me había olvidado contarlo en su momento. 



19:50

WhatsApp. Veo un truco de magia de Pablo.

Correo. Factura de San Jorge. Aviso del obispado. 

Me preparo una cena ligera. La sobrasada de la tienda de Isabel es excelente. La hacen ellos. Ceno escuchando la tertulia de Jano García con Lupe Sánchez. Hablan de un muchacho —socialista, al parecer— que ha ido al notario. No tardará en llamar al cura. 

20:20

Me siento en un confortable sillón con un libro. Observo la portada. Un hombre camina, de espaldas al observador, entre dos mares. «Gustave Thibon. Seréis como dioses. Prefacio de Juan Manuel de Prada». 

Me quedo un rato dejando que mi mirada vague entre la portada del libro, mis zapatos, el crucifijo de la pared y un montón de libros apilados en una mesita auxiliar. 

Decido saltarme el prólogo de Juan Manuel de Prada y empezar por el prefacio de Thibon que me basta para entender la portada: los dos mares son la vida esta y la eterna. El hombre que camina entre esos dos mares es el amable lector. Tiene poco que elegir: puede rezar o no rezar, hacer el bien o hacer el mal… minucias. Ese hombre se va a morir velis nolis. Pero supongamos que estuviera libre de la tiranía de la muerte. Supongamos que pudiera seguir caminando siempre entre dos vidas, la presente y la eterna. Supongamos que, gracias a los avances de la ciencia, ese interminable caminar fuera un paseo agradabilísimo que le permitiese disfrutar del paisaje creado, del amor creado, del olor de las flores y eso. ¿Cuánto tiempo tardaría en empezar a desear la muerte para sumergirse en el mar de la eternidad? ¿Cuánto tiempo tardará en abrazar el castigo de la muerte para acoger la promesa de eternidad? Lo que Thibon anuncia en el prefacio es que va a dejar que el amable lector responda a esa pregunta aunque adelanta que, cuanto más amable y largo sea ese camino entre dos mares, más probabilidades habrá de que ese hombre llegue a pensar que vive en el paraíso y que más allá no hay nada por lo que merezca la pena morir. 

Me entrego a la lectura del Acto I. Cuando voy por la Escena V cierro el libro. Vuelvo a abrirlo y leo el Prólogo de Juan Manuel de Prada. 

21:20

Voy a la iglesia. 

Completas. 

Apago las luces y cierro la iglesia. 

21:35

Leo todo lo que he escrito.

Divago un poco.

Me pongo a escribir esto y se me antoja que, cuando el diablo introdujo en el mundo el pecado y la muerte, solamente un Dios amabilísimo pudo responder haciéndose hombre para predicar las bienaventuranzas —promesas de vida eterna— y morir, a la vista de todos, en la Cruz, como un criminal aborrecidísimo de casi todos. 

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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