San MIguel de Salinas
domingo, 24 de noviembre de 2024
I
LIBROS
Mientras aseaba la casa abadía, he estado escuchando una charla del profesor Bastos en la que habla de sus libros favoritos. En veinticinco minutos —es lo que dura la charla— cita y comenta brevemente más de cuarenta títulos y no abruma.
II
LA HOMILÍA DOMINICAL
Para las misas del domingo no vale la homilía de la víspera porque ahora tengo que hablar para los niños de tal modo que, a ser posible, lo entiendan los mayores. ¿Cómo hablar de Cristo Rey a los niños de modo que lo entiendan los mayores? Contando una buena historia.
La homilía —y la historia— comienza con unos magos que llegan de oriente preguntando por el rey de los judíos que ha nacido. Hay que hablar del rey Herodes, de la matanza de los inocentes, de la huída a Egipto. En este punto se puede preguntar a los niños, para que lo entiendan los mayores: «¿A quién preferís como rey: a Herodes o a Jesús?». Hay que apresurarse a contar que Jesús pasó haciendo el bien, que no reclutó soldados ni cobró impuestos pero que, en cambio, curó a muchos enfermos, resucitó a tres muertos y perdonaba los pecados con un poder que jamás han tenido los reyes de la tierra. Que hablaba del reino de Dios y nos enseñó a rezar diciendo: venga a nosotros tu reino. No tenemos más que seis minutos para contar la historia: hay que ir al desenlace. Los reyes van a la guerra con sus ejércitos pero Jesús no había venido a luchar contra los hombres sino a luchar contra el pecado y ¿quién había en el mundo que estuviera libre del pecado? Solamente Él, Jesús, el rey y Santa María, su madre la reina. Cuando llegó el momento de la batalla estaban ellos dos solos y todos los demás se burlaban de ellos. Maltrataron mucho a Jesús pero, si darse cuenta, lo estaban haciendo rey: le pusieron una corona de espinas y un manto de color púrpura, le dieron una caña como cetro y lo saludaban arrodillándose ante Él. Para ellos era una burla, para Dios no. Cuando lo crucificaron, sin darse cuenta, lo estaba poniendo en un trono bien alto y, sobre el trono, aunque fuera una burla, estaba escrita la verdad: Jesús Nazareno, rey de los judíos. Lo enterraron como a un rey, en un sepulcro nuevo y, sin darse cuenta, le pusieron una guardia de honor, como se hace en las tumbas de los reyes. Creían que allí había acabado todo, pero el reinado de Cristo no había hecho más que empezar. Ya había demostrado su poder curando, resucitando muertos y perdonando pecados. Ahora iba a mostrar un poder aún mayor: Él mismo resucitó de entre los muertos, subió al cielo y está sentado a la derecha del padre no como rey de los judíos, sino como rey del Universo. Y, para que sepamos que no se olvida de ninguno de los suyos, puso a su lado a la Virgen María y la coronó como reina de los ángeles y de todos los santos.
III
PREGUNTAS DIFICILÍSIMAS
En la catequesis de Torremendo pido un voluntario. Sale X. Anuncio que voy a hacerle siete preguntas dificilísimas y, que si las responde bien, puede hacer la primera comunión. Todos los ojos están puestos en mí: ¿Renuncias a Satanás? Todos los ojos están fijos en X cuando, meneando la cabeza, dice: «¡No!». Se nos hiela la sangre. Con pena le digo: «No estás preparado para hacer la primera comunión». Pido otro voluntario. Sale X1. Todos los ojos están puestos en ella:
—¿Renuncias a Satanás?
—¡Sí!
—¿Y a todas sus obras?
—¡Sí!
—¿Y a todas sus seducciones?
—¡Sí!
—¿Crees en Dios Padre Todopoderoso…?
—¡Si!
—¿Crees en Jesucristo…?
—¡Sí!
—¿Crees en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia…?
—¡Sí!
—¿Estás bautizada?
—¡Claro!
Con alegría, anuncio: «Estás preparada para la hacer la primera comunión».
Aplausos.
IV
EL BAUTIZO
En Torremendo hemos bautizado a Marta, aunque yo la he llamado«Teresa» un par de veces. Es la segunda nieta de Antonia.
El archidiácono le ha hecho la unción con el óleo de los catecúmenos y ha sostenido el ritual mientras yo cantaba las letanías de los santos.
Los niños de catequesis rodeaban la pila bautismal en el momento en que he dicho: «Marta, yo te bautizo en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». Marta ha gemido un poco y, enseguida, se ha vuelto a quedar frita.
El archidiácono la ha ungido con el crisma —como se hace con los reyes, sacerdotes y profetas— y yo he tocado sus orejitas y su boca en el rito del «Éfeta».
Al final, el diácono la ha tomado en sus brazos para presentarla a la Virgen mientras cantábamos el «Tomad Virgen pura».
Muy bien.
V
EL CONFESONARIO
A las doce me he sentado en el confesonario de San MIguel, el mejor del mundo.
Teresa estaba dando catequesis a los niños.
Ni un penitente.
He tenido tiempo de rezar tercia.
VI
EL ÁRBOL DE NAVIDAD
Ana Isabel, Wilder y Camila han venido esta tarde a la iglesia para poner las bolas rojas al árbol de Navidad y ya está listo para el Concierto de Adviento del sábado.
VII
LA ORACIÓN DE LA TARDE, AUQUE ES DE NOCHE
Homilía de San Josemaría en la solemnidad de Cristo Rey.
VIII
POESÍA
He releído el poema de Ascensión Camarena que empieza así: «Ya cerradas las persianas…».
Por la tarde he escuchado la recitación —no muy buena— de Choruses from the Rock.
¡Ah! Y he recitado para un par de amigos el soneto de Quevedo que empieza así: «Llámanle rey y véndanle los ojos…».
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