jueves, 14 de noviembre de 2024

Diario. Jueves, 14 de noviembre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 14 de noviembre de 2024


10:30

Empieza la hora más plácida de cada semana.

Joan y Laura lo han preparado todo.

El sagrario está cubierto con un velo blanco que hizo Teresa quien, por cierto, ya no lleva el cabestrillo. 

A los lados del sagrario tres candelabros altos y dos candelabros bajos de tres brazos. Delante la lamparita roja. En total trece luces encendidas. 

Sobre el sagrario la base de metal plateado con dos ángeles que sostendrá el copón. 

Junto a las gradas un reclinatorio y, sobre él, el paño de hombros. Al lado, en un taburete, la cartela. 

Salgo al presbiterio revestido con el alba, el cíngulo y la estola blanca, hago una genuflexión ante el sagrario, lo abro. Está suavemente perfumado. 

Saco el copón cubierto con un conopeo y lo expongo sobre la base. 

Andrés incoa el Pange lingua. 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. Lo repetimos tres veces, sin prisa. 

Comunión espiritual. 

Silencio. 

Somos poquitos: Teresa, Carmen, doña Nati, Joan, Laura, Zvignev el polaco, un matrimonio de fuera, Andrés… No sé si han venido Gloria y Rita. 

Yo permanezco de rodillas, muy cerca del sagrario, si ver nada ni a nadie más. Y no hay prisa, ni presión, ni agenda ni otra tarea que esa, ligerísima de mantener el silencio por dentro para que Él hable, si quiere, como suele hacerlo, poniendo una inspiración o un afecto en el alma o sugiriendo un propósito. Mantener el silencio por dentro para que Él calle, si quiere, como suele hacerlo, y estar así, callado y quieto ante su Silencio que es tan hondo como su Palabra y que también consuela y acompaña. 

10:45

Joan se levanta, da el segundo toque anunciando la misa y se sienta otra vez. Y las campanas de la torre se unen a nuestras alabanzas y seguimos en silencio. 

10:50

Joan hace tintinear las campanillas. Es la señal de que toca empezar con las alabanzas de desagravio. Para que yo no tenga que estar pendiente del reloj, está pendiente ella. ¡Que buena! Ese tintineo de campanas a las once menos diez ya forma parte de la liturgia y de la paz de los jueves en San Miguel. 

Tras las alabanzas de desagravio Andrés incoa el Tantum ergo. No siempre el mismo —tiene un buen repertorio— pero siempre estupendo. 

Luego me pongo de pie y él me da el tono para que cante el Panem de caelo praestitìsti eis, al que responden todos: Omne delectaméntum in se habéntem. Aunque Andrés, que es a quien más se oye, suele inventarse una respuesta algo confusa que suena como «Onis diretamente minsebabente». No importa. 

Invito a la oración cantando el Oremus. 

Tras un breve silencio canto la oración:

Deus, qui nobis sub sacraménto mirábili pasiónis tuae memóriam reliquísti: 

tríbue, quáesumus, 

ita nos córporis et sánguinis tui sacra mystéria venerári, 

ut redemptiónis tuae fructum in nobis iúgiter sentiámus. 

Qui vivis et regnas in sáecula saeculórum.

En cada pausa, la bóveda devuelve la resonancia del canto y es como si el templo entero participase en la oración. 

Todos responden cantando el Amén. 

Entonces subo las gradas, tomo el copón, lo envuelvo en el paño de hombros y doy la bendición a la congregación que la recibe de rodillas. 

Acto seguido reservo el Santísimo en el sagrario hago una genuflexión, cierro el sagrario, bajo las gradas y hago otra genuflexión antes de dirigirme a la sacristía mientras Andrés ataca el último himno.

Joan y Laura lo recogen todo hábil, rápida y silenciosamente mientras me revisto para la misa. 

11:00

Salgo al presbiterio tocando la campana que está junto a la puerta de la sacristía. La congregación se pone en pie y Andrés inicia el canto de entrada. 

Hago una genuflexión despacito. Beso el altar poniendo sobre él mis dos manos como en un abrazo ritual. Sé que algunos de los presentes se unen de corazón a ese rito de veneración del altar. 

Subo a la sede: En el nombre del Padre… 

Toda la Misa, de principio a fin, es un prodigio de orden, de ritmo, de expresividad sin énfasis ni patetismo, de contención sublime. No solamente no tengo ninguna tentación de cambiar nada sino que, mi atención se concentra —cada día más fácilmente— en ejecutar los ritos con más precisión y delicadeza. 

Si yo fuera rico, quitaría los bancos de la iglesia y compraría cien o doscientos asientos tan confortables como la sede para que la sufrida congregación pudiera escuchar la palabra de Dios tan cómodamente como la escucho yo. 

En el momento del ofertorio, Joan enciende los focos del altar. Antes lo hacía desde su sitio, con un teléfono móvil. Pero el teléfono murió y ahora tiene que entrar en la sacristía para realizar esa operación. ¡Que buena!

Y sigue la misa con sus oraciones, sus pausas, sus cantos, sus silencios y su misterio. 

Ante las gradas del altar hay un gran comulgatorio que Joan ha cubierto con un mantel blanquísimo. Allí se acercan los que van a comulgar.

Corpus Christi.

—Amen. 

Como hay canto, la misa ha durado un poco más que los otros días pero a las once y media ya hemos terminado el último canto, vueltos todos hacia coro alto donde está la imagen de la Virgen del Carmen sacando almas del purgatorio. 

11:45

Como es jueves, me despido de todos y bajo al garaje. 

Hay un coche bloqueando la salida. No importa. Tiene un número de teléfono pintado en la chapa y, además, no he acabado de marcarlo cuando veo que viene corriendo y haciendo señas un ser humano que, colijo, es el conductor. 

Salgo para La Lloseta. Cuando salgo del garaje me viene a la memoria —no se por qué— la canción de «De quién teme al lobo feroz» y empiezo a silbar la melodía. Y me da la risa. 

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