martes, 12 de noviembre de 2024

Diario. Martes, 12 de noviembre de 2024

 San Miguel de Salinas

martes, 12 de noviembre de 2024


8:50

Abro la iglesia.

Oficio de lectura y laudes. 

Me siento para mirar fijamente al sagrario. 

9:55

Voy al despacho y envío a CB el examen y la lectura para el retiro. 

Trasteo en X. 

Voy a sacar la vajilla del lavaplatos pero ha quedado mal. Vuelvo a poner el lavaplatos. 

10:30

Me siento en el confesonario. 

Tercia. 

11:00

Misa. 

11:45

Voy al hospital porque don Jesús H me ha dicho que han vuelto a ingresar a FSL.

12:15

En la sacristía rezo el ángelus con quince minutos de retraso. No importa. Me pongo mi bata blanca, cojo el portaviático y subo por las escaleras a la habitación de FSL. Hay dos enfermeras atendiéndolo. Una lleva velo islámico, o algo así. Decido pasar a ver a Dulce que está en la habitación de al lado. No puede comulgar ni tomar nada porque la van a operar —sin anestesia— esta tarde. Le propongo que hagamos una comunión espiritual. Ella cierra los ojos mientras recito la comunión espiritual y se queda así —con los ojos cerrados— un buen rato. Luego empieza a hablar e iniciamos una conversación. De pronto comprendo que tiene más ganas de hablar que de conversar y dejo que hable. Y de pronto comprendo que está haciendo oración —y muy buena oración— en voz alta y que no le importa que yo oiga lo que dice porque me ha dicho —y es verdad— que ya somos amigos. Y allí estoy yo callado, tranquilo y contento de poder escuchar todo lo que ella anda diciéndole al Cielo: que cree y que no cree, que espera y que no espera, que ha recibido en la tierra todo el mal que merece por sus pecados y todo el bien que cabe esperar, que no tiene nada que perdonar porque para perdonar está Él, que no guarda rencor aunque sienta rabia, que si sentir rabia es pecado lo siente, pero que no puede evitarlo y que no sabe si quiere evitarlo, que su marido y sus hijos son muy buenos y que si están enfadados con Él, ella no los culpa porque la quieren mucho y no entienden que esté así, y que ella tampoco lo entiende y que, aunque a veces quiere morirse algo le dice que aún tiene que sufrir más y que solamente le pide que pare un poco…

Voy a ver a FSL. Está sentado en una butaca. Tiene noventa años y yo, por eso, lo llamo don F. El me llama don Javier porque soy cura. Se alegra de verme y se le nota. Charlamos un poco y aún se alegra más cuando le digo que le he traído al Señor. Cierro la puerta. Empezamos a rezar. Comulga y se queda como dormido, pero no está dormido, está haciendo su acción de gracias. Una acción de gracias bastante larga. Cuando le pregunto si quiere algo más, abre los ojos, me sonríe y dice: «¿Algo más? ¿Qué más puedo querer? Salude a don Jesús H». Comprendo que estoy de más allí y salgo dejando la puerta entreabierta. 

Bajo a la sacristía por las escaleras, dejo el portaviático en el sagrario, me quito mi bata de capellán y voy al aparcamiento subiendo por las escaleras, pero no subo a la azotea. 

12:50

Salgo para San Miguel. 

13:15

Aparco en el garaje y subo a la sacristía. Sobre la mesa está la bolsa con los purificadores que ha lavado Joan y que he olvidado llevar al hospital. Los bajo al coche para que no se me vuelvan a olvidar. 

13:30

Llego a la casa abadía.

Lectura del capítulo 17 de san Mateo. 

Me aseo un poco y voy a casa de doña Nati. 

13:50

Saludo a doña Nati, a Samira y al archidiácono que ha llegado antes que yo y se ha zampado ya una buena porción de aceitunas y de salchichas pequeñitas, de esas de aperitivo. Me sirve una copa de vino y charlamos. Veinte minutos después llega el diácono C,que también es venezolano. Diez minutos después llega el arcipreste y nadie le dice que llega tarde porque todos saben que los arciprestes, como Gandalf, nunca llegan tarde: llegan y, justo entonces, es la hora. El archidiácono sirve otra ronda, bendigo la mesa, brindamos por doña Nati y empieza la reunión de arciprestazgo con un cocido y pelotas. Charlamos y proyectamos un montón de cosas muy interesantes. 

15:45

Me pongo en pie y anuncio: «Doña Nati y yo tenemos que salir para el hospital dentro de media hora y yo necesito asearme un poco y hacer el silencio en mi cabeza. Me voy». 

Me despido y me voy. 

En la casa abadía me aseo un poco. Me siento en una butaca y cierro los ojos. Intento recordar los puntos de la meditación que he preparado pero todo me parece muy confuso. No me importa, siempre me pasa igual. Sé que, cuando empiece la meditación, aunque tenga delante lo que he escrito —¡tan confuso!— la meditación saldrá por sí sola e irá por donde Dios quiera. 

16:20

Recojo a doña Nati en su casa y salimos para el hospital. Doña Nati lleva el paraguas porque ha oído que iba a llover a las cuatro. El cielo está despejadísmo. Apenas algunas nubes muy altas, de esas que no llueven. 

16:45

Llegamos a la capilla del hospital. Ya ha llegado Collette que me ayuda a sacar la mesa de la sacristía que uso para dirigir la meditación. 

Me revisto y me siento en el confesonario. Seis penitentes. Muy bien. 

17:45

Me avisan: «Hay que empezar la meditación».

18:15

Termina la meditación. 

Collette me ayuda a meter la mesa en la sacristía. Nos despedimos. 

Me quito los ornamentos, recojo todo, dejo los purificadores limpios en la caja de los purificadores limpios y subo con doña Nati —en el ascensor— hasta la puerta de salida. 

Se ha hecho de noche y el cielo relampaguea, pero no llueve aunque hace fresco. 

19:00

Dejo a doña Nati en su casa y voy a la iglesia. 

Vísperas. 

19:30

Voy a la casa abadía, me quito la chaqueta elegante y me pongo una de punto, elegantísima, para andar por casa. 

Termino la lectura de «La felicidad donde no se espera» y tomo algunas notas. 

Trasteo en la cocina para ver qué hay. No hay nada. Ni pan. Saco la vajilla del lavaplatos. Esta vez ha quedado bastante bien. 

20:00

Voy a la tienda de Isabel. Empieza a llover, a tronar y a relampaguear. Cae una gota gorda por aquí y una gota gorda por allá. Parece como si lloviera sin ganas, perezosamente, pero quien sepa de tormentas sabe la que se avecina. 

20:15

Salgo de la tienda de Isabel y me encuentro con Tere. Le digo que si puede llevarle unas flores a doña Nati. Me dice que solamente tiene rosas blancas. Le digo que no puedo imaginar nada más feliz y que si puede decirle que las manda el arciprestazgo. Me dice que si puedo mandarle por WhatsApp esa palabra. Le digo que le diga que las manda el cura. Me dice que se las llevará mañana sin falta. 

20:20

Llego a la casa abadía empapado. Me cambio de chaqueta, me aseo un poco y me preparo una tostada con queso de Burgos y pimienta. La bendigo, me la zampo, recojo todo y me siento tranquilamente ante mi Mc. 

21:20

Termino de escribir todo esto, me pongo mi poncho impermeable —uno de esos que usan los turistas que van a Canadá para ver la cataratas del Niágara— y voy a la iglesia. 

He hecho el propósito de tenerla abierta hasta las nueve y media de la noche porque no me parece bien que la iglesia cierre antes que Más y Más.

Ayer, cuando me despedí en Crevillente de Mar, de Manolo, de sus hijos y de Ramón serían las diez de la noche y Ricardo estaba estudiando. Me asomé a su habitación para decirle «adiós» y luego cerré la puerta. Luego sus padres, conteniendo la risa y susurrando, me dijeron: «Pensamos que se ha dado un golpe en la cabeza porque hasta ahora era imposible hacerlo estudiar y ahora no hace otra cosa y está sacando unas notas muy buenas». No les dije nada pero los felicité por dentro porque son unos padres excelentes y están educando a sus hijos como si nada. Y tomé nota: ¿qué hace un cura cómodamente envuelto en su retirado silencio a las ocho de la noche y con la iglesia cerrada mientras Más y Más está abierto, Ricardo está estudiando, Samael está en la Escuela de Música y Dios se empeña en hacer sus mejores milagros?

Completas. 

21:45

Entro en la sacristía para apagar las luces. La inspecciono cuidadosamente. Aunque todas las ventanas están cerradas, por la del rincón de San Miguel se filtra un poco de agua. Cierro la persiana del sacellum por si las moscas. 

Apago las luces, cierro la iglesia y vuelvo a la casa abadía. Diluvia. El agua corre por El Paseo, cae en cascada por las escaleras que dan al atrio y empieza a entrar en la iglesia. No importa, esto no es Venecia. Hubo un año en que llovió un poco más y las aguas llegaron hasta las gradas del altar pero no pasaron de allí. 

21:50

Dejo mi poncho impermeable en las escaleras de la casa abadía para que escurra el agua. Entro en la casa abadía y me quito los Fluchos que están empapados. Me pongo unas babuchas de seda para andar por casa y me siento ante mi Mc. 

Comento un tuit de Javier Barrientos.

Ha dejado de llover. Es como si Dios me estuviera diciendo: «No ves cómo dejo mis mejores milagros para el final». 

22:15

Acabo de escribir, sonriendo, esta página de mi diario. Se la dedico a doña Elena Tascón que dice que a veces no escribe porque no le da la gana y nos deja en ayunas.

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