San Miguel de Salinas
jueves, 7 de noviembre de 2024
8:30
Abro la iglesia.
Oficio de lectura y laudes.
Me siento para mirar fijamente al sagrario.
9:30
Vuelvo a la casa abadía y escribo un comentario a la primera lectura del domingo: la viuda de Sarepta.
9:55
Vuelvo a la iglesia y saludo a Joan y a Laura. Laura ha terminado a tempo su trabajo sobre Chéspir para la Universidad. La felicito. Preparamos todo para la exposición del Santísimo y la misa.
10:10
Me siento en el confortabilísimo confesonario.
Tercia.
Viene un penitente.
10:25
Salgo del confesonario. Teresa me dice que me espera una señora. En realidad me esperan Damaris y Y. Siguen sin trabajo. Les explico que ahora no puedo atenderlos mientras voy hacia la sacristía. De camino estrecho la mano de Andrés y lo felicito porque es su cumpleaños. El día que nació era jueves eucarístico, como hoy.
Empiezo a revestirme pensando en Damaris y en Y y saco un alba del armario. Entra Joan en la sacristía y me recuerda que tengo los ornamentos preparados en la mesa. Vuelvo a colgar el alba en el armario y empiezo a revestirme en la mesa pensando en Damaris y en Y. Entre tanto, Joan me habla de unos paquetes de harina que están en una caja. Oigo sus palabras pero no entiendo nada. Entra Teresa que, al parecer, también quiere llamar mi atención acerca de esos paquetes de harina. Mi mente está en en D y en Y; mis manos están moviéndose automáticamente para revestirme los ornamentos y, como de otro planeta, me llegan las voces de Joan y de Teresa: «flour packets… ¿ya te lo ha contado?… I think it would be a good idea… llevarlos a Valencia…». Teresa se va y Joan sigue preguntándome cosas. Creo entender que quiere que yo tome una decisión acerca de algo relacionado con esos paquetes de harina. Le digo: «Time to expose de Blessed Sacrament». Ella sale de la sacristía y yo me pongo la casulla porque estoy pensando en D y Y. Justo antes de salir al presbiterio caigo en la cuenta de que me he puesto la casulla. Me la quito, la dejo sobre la mesa de la sacristía y salgo a exponer el Santísimo.
Tengo la impresión de que hay mucha crispación en el ambiente. Lo atribuyo a la DANA, al otoño y a otras causas mientras saco el copón del sagrario, lo pongo sobre el expositor y me arrodillo. Andrés ha empezado a cantar el Pange lingua. Poco a poco se van apagando los ruidos y las voces confusas, la mente se centra en lo que importa y empiezo a sentirme arropado por el silencio.
11:00
Misa Votiva de la Eucaristía con Andrés al órgano. ¡Qué paz!
11:40
Entro en la sacristía. Detrás e mi entra doña Nati que me da la colecta y cien euros para Valencia. Detrás entra Teresa con una demanda. Detrás entra Andrés con un alegato. Entre todos los presentes se mueven Laura y Joan que está recogiendo todo.
¡Adiós silencio! Vuelven a cernirse sobre la sacristía la presión de la DANA, el caos del otoño y el tumulto de las voces. Hago una brevísima declaración que termina así: «Me voy«. Y, en efecto, me voy.
Paso por la casa abadía para anotar los ingresos y las salidas en las cuentas parroquiales.
12:10
Estoy en el garaje dispuesto a salir para La Lloseta cuando suena el teléfono. Es el arcipreste. Si contesto ahora llegaré tarde. Salgo para La Lloseta.
Misterios luminosos.
12:55
Llego a la Lloseta con diez minutos de retraso.
13:50
Hago una visita al Santísimo y salgo para Torrellano.
14:20
Como en Torrelano.
15:15
Salgo para San Miguel.
Paro en El Realengo para tomar un café porque voy durmiéndome.
16:20
Me siento ante el sagrario de san Miguel. Silencio.
16:51
Aprovecho el silencio y la soledad de la iglesia para preparar los libros para la misa de mañana.
Lectura del capítulo 12 de san Mateo.
Reviso mi agenda del viernes, del sábado y del domingo.
Escribo un comentario a la segunda lectura del domingo.
Lectura de «La felicidad donde no se espera».
17:50
Entran unos ingleses que se interesan mucho en el altar de Casi Todos los Santos. Aprovecho para explicarles la doctrina católica sobre las indulgencias. Tal doctrina los admira aún más que el abigarrado altar de santos arracimados.
18:05
Vuelvo a la casa abadía para hacer una búsqueda en los libros parroquiales. De camino recuerdo algunas de las palabras de Teresa que esta mañana se perdieron en el tumulto de la DANA y el otoño. Teresa me dijo que Iván, el belga, está otra vez de baja porque ha vuelto a sangrar. Modifico ligeramente mis planes y mando un wasap a Iván. No quiero llamar a su puerta porque tiene las luces apagadas y es posible que esté descansando.
Voy a los locales. Veo los restos —muy descompuestos ya— de lo que fue una cucaracha viva. Los recojo y los tiro a la papelera. Desinsecto el local. De todas las partes del mundo me escriben preguntándome que cómo es posible que siga habiendo mosquitos en esta época del año. Yo lo achaco a la DANA, a la temperatura del Mediterráneo, al otoño y a otras causas.
Abro el correo para buscar los datos de la persona cuya partida de bautismo tengo que encontrar. Aunque hay muchísimos mensajes pendientes, no me aparto de mi objetivo. Encuentro los datos.
Busco el libro de bautismos de 1871. Es el nº 13 (1871-1876). Me felicito al ver que tiene índices, cosa que facilita mucho la búsqueda. No aparece. Busco en los índices de los años 1872, 73, 74, 75 y 76. Nada. Por si acaso, voy buscando, página a página, en todas las partidas del 71. Nada.
Contesto a la solicitante —cubana de Holguín— pidiendo disculpas por el retraso, lamentado que la partida de su bisabuelo no aparezca en los libros de esta parroquia y poniéndome a su disposición.
No puedo felicitarme porque he tardo diez días en contestar a su consulta. Me defiendo con un alegato en mi defensa, pero no me convenzo. No puedo felicitarme.
18:48
Visito y riego las plantas del patio que, después de las lluvias, está pidiendo a gritos una limpieza.
Al Ficus elastica y a la Dracaena fragrans se ha unido ahora la Amarillys belladona que me regaló Fina.
18:55
Me siento en el despacho para estudiar un poco con mi librito de Patrología.
19.30
Voy a la iglesia.
Vísperas.
Cierro la iglesia y apago las luces.
Voy a la tienda de Isabel.
20:00
Mientras me preparo una cena ligera voy cavilando. Interrumpo mis cavilaciones para bendecir la cena. Reanudo mis cavilaciones mientras me zampo los alimentos: «Aquí estoy yo, sacerdote de Cristo, envuelto en mi cómodo silencio mientras los niños del pueblo aún no han vuelto a casa porque están en la Escuela de Música o en otras actividades extraescolares. La tienda de Isabel y la Farmacia y Más y Más siguen abiertos. La iglesia está cerrada».
Hago un alegato en mi defensa. Empieza así: «Señoras y señores: Es cierto que me recojo antes que los niños pero ¿acaso no me levanto antes que ellos?».
Un clamor de voces se alza contra mí. Distingo entre ellas las más amables que son las de mis padres y las de todos los padres del mundo. Dicen asina: «Amable niño: Nosotros estábamos despiertos mucho antes de que tú te despertaras. Te habíamos preparado el desayuno y todo y, al terminar el día, cuando te ibas a la cama envuelto en el silencio, nosotros seguíamos en vela por ti». Distingo entre ellas, también, otras voces más ásperas pero no menos acusadoras. Son las voces de los niños que sufren en Valencia y en otras partes del mundo y piden ayuda con esa voz exasperante del llanto de los niños.
De postre me tomo un Almax. No es por las voces, es por el otoño y por otras causas.
20:30
Me siento ante mi Mc para recapitular el día.
Desde esta mañana en La Lloseta he estado dándole vueltas a una anécdota que he recordado allí. Se me han borrado los detalles El cuadro, sin embargo, lo tengo ante mí con sus colores y todo.
Dos sacerdotes santos van a comprar un melón. El más joven lo compra como solemos comprar los melones: expeditivamente.
—Me llevo este. ¿Cuánto es?
—Tanto.
—Tome.
—Gracias.
—De nada.
Luego, el mayor hace caer al más joven en la cuenta de que comprar un melón puede ser una ocasión estupenda para hacerse amigo del melonero interesándose por él más que por el melón.
A mí me hace caer en la cuenta de que ser expeditivo puede ser razonable al tratar con expedientes pero es una locura al tratar con personas. Y me hace caer en la cuenta de que el que trata expeditivamente los expedientes puede olvidar que detrás de esos expedientes hay personas.
Sigo acordándome a estas horas de la noche de D y de Y. Y sigue inquietándome un poco el trato expeditivo que les he dispensado esta mañana.
Tomo nota: llamar a Damaris y a la viuda de Sarepta mañana. Sin falta.
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