jueves, 25 de enero de 2024
Esta mañana, para hacer mi oración de la mañana, me he metido en La casa de los santos. Ayer, al volver de Madrid, encontré en casa de dN&P los dos ejemplares del libro de Carlos Pujol, lindamente editado en la ACdP por Ana Rodríguez de Agüero.
«En la casa de mi padre hay muchas moradas». Así habla Jesús del Cielo. Y nos dice, ¡oh maravilla de hospitalidad!, que Él mismo se encargará de preparar una habitación, para cada uno de nosotros, en esa casa.
Gracias a Carlos Pujol, y a la ACdP y a Ana Rodríguez Agüero me colaré muchas veces durante este año, casi nuevo, en las moradas de los santos.
La fiesta de la conversión de san Pablo, preparada durante ocho días, no ha podido traerme un regalo mejor. Carlos Pujol habla de un fanático llamado Saulo que se hace discípulo de Cristo. No es un cambio de chaqueta o de partido, o de equipo de fútbol sino ese cambio de corazón que se llama «conversión». Los fanáticos queremos meter a todo el mundo en vereda y, a menudo, ante la lógica resistencia delos demás, nos irritamos. Los discípulos de Cristo toman resueltamente un camino. San Pablo lo tomó —dice Carlos Pujol citando a Ernest Hello— «súbita y rápidamente», y no lo abandonó.
«He peleado el buen combate, he terminado mi carrera, he conservado la fe».
Amén.
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Jueves: eucaristía, sacerdocio, caridad.
Antes de la misa de once he expuesto el Santísimo. Allí estaban Andrés —tocando el órgano— Gloria, Rita, el polaco de nombre impronunciable, Teresa, Joan, Carmen… Silencio, paz. Media hora de adoración, de rodillas en un confortable reclinatorio, a los pies de Jesús.
Luego, en el mismo ambiente de recogimiento, la misa, esa maravilla diaria que uno quisiera prolongar durante todo el día.
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A eso de las 13:15 —media hora tarde— he llegado a la Lloseta. Dirigía el círculo don Iñaki Yarza. Hablaba sin gesticular, sonriendo, en voz muy baja. Todos los sacerdotes que lo escuchaban daban muestras de contento. Uno dormía plácidamente.
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He comido en Torrellano y luego he ido a La Torre que, por estas fechas, suele estar deshabitada y no pierde por ello su encanto.
Clásicos de La Torre en estas fechas: rezar el rosario paseando por el palmeral y recoger naranjas del huerto.
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He salido de La Torre, rumbo a Los Montesinos, para dar allí la bendición con el Santísimo y celebrar la misa.
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De vuelta a San Miguel, he ido a ver a dN&P.
Paco está cada vez más encorvado y más ausente. Ya no participa en las conversaciones. Es como si viviera en otro mundo. Ve cosas que los demás no podemos ver y dice cosas que los demás no podemos entender.
Solamente podemos llegar a él con la música —ponemos un aria de Verdi y empieza a dirigir la orquesta— o con las poesías que aprendió en su infancia.
Doña Nati, claro, no se aparta de él ni un momento. Por eso emociona más que, de pronto, Paco la mire y le diga: «Madre, acércate más a mí». Y que ella se le arrime diciendo con muchísmo cariño: «Marido, aquí estoy».
Jueves sacerdotal, eucaristía, caridad, conversión de san Pablo. A ver si aprendo en las casas de los santos.
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