viernes, 13 de septiembre de 2024

Diario. Viernes, 13 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

viernes, 13 de septiembre de 2024


A las siete empezaba esa rutina de abrir la iglesia, ir a la panadería, pedir a los policías que interrumpan su desayuno para dejar libre la salida del garaje, conducir hasta el hospital, mirar fijamente al sagrario, celebrar la misa, rezar el oficio de lectura y laudes, subir los ochenta y cinco escalones y conducir de vuelta a San Miguel. 

Lo del WhatsApp me parece un invento maravilloso. Gran parte del trabajo de despacho parroquial se hace ahora por ese medio. A las nueve y media ya estaba leyendo y contestando mensajitos. El más largo, una minicarta pastoral que he dirigido a los chicos y las chicas del coro y que he enviado a las diez. 

¿Qué más? Después de enviar la minicarta pastoral, he ido a la iglesia. Joan había preparado los ornamentos rojos sin reparar en que hoy celebramos a san Juan Crisóstomo. La he ayudado a cambiar el velo del sagario y a ordenar el altar cara al pueblo porque hoy celebraba aquí el arcipreste. 

A eso de las diez y media ya estaba yo en el confesonario. He salido un momento a las once para recibir al arcipreste y he vuelto enseguida. A las once y media pasaditas, acababa la misa y mi sesión de confesonario que ha sido una sesión de oración —tercia— y de lectura: Evangelio de San Lucas y Las Moradas. 

Estaba hablando con el arcipreste en la sacristía cuando ha entrado una señora preguntando: «¿Quién es el Padre Javier?». El arcipreste me ha señalado a mí y yo no he hecho nada por desmentirlo. La señora se ha presentado: «Soy Gema, de Torrevieja, habíamos quedado para hablar hoy después de Misa. Le he presentado al arcipreste y la he invitado a pasar al  rincón de San Miguel. Me he despedido del arcipreste y me he sentado con Gema —cada uno en su butaca— para charlar con ella. La sesión ha durado una hora aunque ha habido una interrupción. Mari Carmen, la señora guapa y elegante de la pintura azul cielo venía a decirme que iba a pedir a los del ayuntamiento que trajeran a la parroquia el barniz —un barniz muy bueno— que había comprado para la puerta por si servía para algo. No he podido resistirme y le he besado las dos manos y ha sonreído un poco. Está guapa llorando, está guapa sonriendo y tiene un corazón muy inocente que no puede entender la brutal reacción que ha provocado en algunos su buena acción. Además usa un perfume que me recuerda un montón al que usaba mi madre. La he acompañado hasta la puerta y he vuelto al rincón de San Miguel. 

Terminada la charla con Gema, ella se ha ido al Collie con su madre y un su primo. Yo he vuelto a la casa abadía y, con mi bata de faenar, me he dedicado a la limpieza mirando de vez en cuando mi teléfono para ir contestando mensajes y eso. 

A la una y media me he puesto a leer las dos catequeis de Benedicto XVI sobre san Juan Crisóstomo. Antes de ir a casa de doña Nati para comer, aún he tenido tiempo de leer, en «Una escala humana», el escalofriante capítulo titulado «Escenas en un centro comercial». Allí Carlos Marín-Blazquez, con un estilo impecable, muestra cómo se puede hablar de los crimenes más abyectos con la frialdad de un dementor y de como se puede manipular la indignación del personal para que no se dirija contra esos crímenes sino, por ejemplo —y esto es de mi cosecha— contra la pesca de las ballenas o las corridas de toros y eso. 

A las dos y diez comenzaba la rutina de la tarde: comida en casa de doña Nati, visita al Santísimo, noticias en Antena 3 y misterios dolorosos. 

A las cuatro he bajado al patio de los locales parroquiales para limpiar las hojas del ficus, descucarachizar la zona y despejarme un poco. Se ve que Iván, el belga, lo ha fregado. Muy bien. 

Dieciocho minutos después estaba oyendo en YouTube un comentario a las lecturas del domingo XXIV. Iba terminando de tomar algunas notas cuando el reloj del campanario ha dado las cuatro y media. Entonces me he puesto a leer, en «Jesús de Nazaret» de BXVI, el capítulo sobre la confesión de Pedro. No ha sido una lectura fácil, pero ha sido fecunda. 

A las cinco he empezado a preparar el retiro que predicaré el martes, si Dios quiere, en el hospital. Estaba en ello cuando ha llegado Teresa con unos papeles que yo debía firmar. Los he firmado, claro. Entonces ha aparecido Iván, el Belga, y le he pedido que investigue cuánto cuesta un  billete de ida y vuelta Alicante, Bruselas, Alicante. Luego he vuelto a mi cubil para enviarle a Concepción el examen de conciencia y la lectura para el retiro del martes. En la meditación comentaré el texto de Lucas 19, 1-10. Pero antes de ponerme a prepararla he programado en mi teléfono un aviso a 17:25 para ir a mirar fijamente el sagrario. 

A la hora programada, el teléfono ha dado el aviso programado y he ido a la iglesia para mirar fijamente el sagrario. Terminada la oración me he acercado al sagrario, le he quitado el conopeo blanco y, con una gamuza, lo he limpiado por fuera. Estaba en eso cuando el reloj del campanario ha dado las seis. He vuelto a cubrir el sagrario y —de camino a la casa abadía— me he cruzado con Iván, el belga, que iba a tirar la basura y me ha dicho: «Hasta mañana, Padre, nos veremos en misa». Siempre viene a misa el sábado por la mañana —porque no trabaja los sábados— y el domingo porque es domingo. 

En la casa abadía me he preparado un refrigerio. ¿Refrigerio? Sí, refrigerio: cantidad pequeña de alimento que se toma para reparar las fuerzas. Gracias. De nada. A continuación —ya reparadas mis fuerzas—  me he empleado durante media hora en la lectura de «Palabra e imagen en la literatura infantil» de Ana Rodríguez de Agüero y Delgado. Estoy encontrando allí títulos muy apetecibles como «Lectura y locura», una colección de artículos que incluye «La biblioteca del cuarto de los niños» de Chesterton. Pasada la media hora he ido a «La casa de los santos» para leer la página dedicada a san Juan Crisóstomo. Entonces han dado las siete y he vuelto a la iglesia para rezar vísperas. Allí había un grupo de señoras rezando el rosario por el alma de Milagros. 

Tras las vísperas, he salido Para Los Monesinos. El arcipreste me mandaba un recordatorio de la misa de hoy en su parroquia y añadía: «Hoy es el quinto dolor de María». Habiéndole preguntado yo que si había que predicar, me ha contestado que sí. De modo que he hecho el trayecto hasta la parroquia de Nuestra Señora del Pilar tratando de hilvanar algo con san Juan Crisóstomo, lo de la viga en el ojo y la escena misteriosa de una Madre que está, firme, al pie de la Cruz. Y me venía a la cabeza, como una distracción o quizá como una inspiración, lo que he leído hoy en Las Moradas. Y es que santa Teresa decía de sí misma: «No soy nada tierna, antes bien, tengo un corazón tan recio que a veces me da pena». 

Después de la tercera misa del día, salía yo de la iglesia y empezaba la rutina que suele rematar estos mis viernes. A saber: conducir hasta San Miguel entre huertos de limoneros bañados por la luz crepuscular, no cerrar la iglesia porque va a ensayar el coro, prepararme una cena ligera y escribir mi diario. 

Hoy he cenado dos filetes de arenques (150 g) con tomate. Al momento de terminar de escribir mi diario son las diez menos cuarto y, en El Paseo, hay un bingo organizado por la cofradía de la Virgen de los Dolores.

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