miércoles, 18 de septiembre de 2024

Diario. Miércoles, 18 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

miércoles, 18 de septiembre de 2024


Aún es de noche cuando salgo de la casa abadía y abro la iglesia cuya puerta — barnizada ayer con el barniz buenísimo que regaló Mari Carmen— brilla como si estuviera plastificada. Debe de ser un barniz oscuro porque ahora la madera parece como de nogal.

Al llegar al hospital mando un mensaje a Antonio interesándome por su querida madre. 

Oficio de lectura y laudes. El doctor S ha vuelto de sus vacaciones y charlamos un poco. 

Primera misa del día, votiva de san José porque es miércoles. 

Después de la misa me siento para mirar fijamente al sagrario y luego voy a la UCI para ver a Amabilidad y hacer la recomendación del alma. 

Subo los ochenta y un escalones que van desde la sacristía hasta la azotea del hospital. 

De vuelta a San Miguel, encuentro a Bernando fumando junto a la entrada del garaje. Hace el papel de guardia urbano para facilitarme la entrada y me pide que rece por él porque hoy su sobrina lo va a llevar al médico. 

Saludo a doña Nati que me saluda desde la puerta de su casa, al otro lado de la calle. 

Son las diez cuando llego de vuelta a la casa abadía y me pongo a leer «La poesía de las ciudades» de Chesterton. 

Son  las diez y veinte cuando, depués de saludar a Joan y —otra vez— a Bernardo que ha venido a visitar a Jesús, me siento en el confesonario. 

Veamos qué pasa en WhatsApp. Mari Luz me dice que han quedado en en la iglesia el viernes a las cinco de la tarde para organizar el rezo del rosario del día 5 de octubre. Luis me manda el programa para el evento de oratoria que van a organizar en la parroquia. Inmaculada escribe en el grupo del coro para informar de que no se encuentra bien y se ausentará una temporada. Los demás le mandan cariñosos mensajes de ánimo. Belén nos cita en el chino el jueves 26 a las 20:30. 

Tercia.

Segunda misa del día, votiva de San José. 

Después de misa, Laura me informa de que la carcoma, que ya se ha zampado uno de los altares laterales, se ha engolosinado ahora con un lampadario. 

Son las once cuando voy al despacho parroquial, y, después de actualizar las cuentas parroquiales, rezo el Ángelus, busco —y no hallo— una oración contra la carcoma y voy al banco. 

Son las doce y veintiocho cuando vuelvo del banco, contento porque ha llegado uno de los ingresos que esperaba y porque traigo una oración contra la carcoma de mi propio caletre: «Amable san José: Tú sabes, por tu oficio, que la carcoma —criatura de Dios que, a su modo, le da gloria— cae sin distinción sobre buenos y malos. No me quejo. Laura va a comprar Carcomín. Te ruego que intercedas ante Dios para que el tratamiento sea eficaz y cese esta plaga si es su Voluntad. Amén». 

Desinsecto el despacho porque me ha picado un mosquito mientras escribía la oración anticarcoma. 

Anoto en las cuentas parroquiales los movimientos bancarios. LLaman a la puerta. Abro. Es un vendedor ambulante harto conocido por mí. 

—Buenos días, padre. 

—Buenos días. (Estrechamos nuestras manos). 

—Mire, traigo calcetines. 

—Verá, no necesito nada y estoy trabajando. Pero gracias. 

—Mire, traigo también calzoncillos muy buenos. (Me alarmo un poco pero me muestra unos que trae en una bolsa, no los que trae puestos).

—De verdad, no necesito nada. Muchas gracias. 

—Tienes la mirada sucia. (Lo dice lanzándome una mirada siniestra y dándome la espalda para irse). 

—Gracias. (No sé si esto último lo ha oído). 

Improviso una oración por todos los vendedores ambulantes del mundo. Que Dios los bendiga y que ellos sean buenos. 

Vuelvo a las cuentas. 

A la una y cuatro minutos, por fin, puedo repasar mi librito de patrología. 

A la una y media dejo mi librito de Patrología y me concentro en la lectura de «Las Moradas» y del «Evangelio de San Juan». Y aún tengo tiempo para poner una lavadora con un mantel de la sacristía, para contestar algún mensaje de WhatsApp y para quitarle el polvo a la mesa del despacho antes de irme a comer a casa de doña Nati. 



Vuelvo a la casa abadía a las tres y cinco. 

Ha muerto Amabilidad. D.e.p. 

Noticias en Antena 3. 

Misterios gloriosos. 

A las cuatro empiezo la lectura del «Hipias Mayor» de Platonix. Me llaman del tanatorio para organizar el funeral de Amabilidad. Me llama la hija de amabilidad. Me manda un wasap el arcipreste. Contesto. 

Reviso el correo y las RRSS. Comentarios en Fbk:

—«Pues a mí me gustaba más con el color azul cielo.

—«A mí también. El color claro iba mejor con el pastel de la fachada». 

Voy a la iglesia porque ya han dado las cinco hace un buen rato. Encuentro allí a Teresa que ha convocado una reunión. Me dispongo a huir inmediatamente en mi Lamborghini pero hay un coche aparcado en la puerta del garaje. El tiempo pasa. Lo quitan, Salgo. Atascazo en Torrevieja. Llego a  la capilla del hospital y me siento ante el sagrario.

Son las seis y cuarto cuando doy por terminada la sesión. Voy bien de tiempo para llegar a La Mata. Ya a bordo del Lamborghini, compruebo que el depósito de gasoil está vacío. Urge encontrar una gasolinera cercana. No importa, voy bien de tiempo. La encuentro y aparco el coche junto a un poste de combustible. Voy a pagar con mi Waylet: 1. Pagar. 2. En el surtidor. 3. Llenar el depósito. 4. Usar saldo de 20 euros. «Listo, ya puede repostar». Me bajo y, cuando voy a coger la  manguera de diesel e+ observo que está fuera de servicio. El tiempo pasa. ¿Qué hago? Entro en la tienda de Repsol y consulto con el cajero. Me pide el móvil, lo manipula un poco y nada. Finalmente me aconseja que espere un rato. El tiempo pasa. Waylet me avisa: «Ups, hemos detectado un error. Reposte y pague en caja». Aparco el coche junto a otro poste que sí funciona y repito la operación: 1. Pagar. 2. En el surtidor. 3. Llenar el depósito. 4. Usar saldo de 20 euros. «Listo, ya puede repostar». Lleno el depósito y voy a salir pitando pero encuentro un mensaje urgente del hijo de Amabilidad que me  dice que ya puedo dar el toque de difuntos. Mensaje a Teresa. Me llega un mensaje de la hija de Amabilidad rogándome que no de el toque todavía. Llamo a Teresa que está hablando con la hija de Amabilidad.  Todo aclarado. Salgo pitando.

Aparco en La Mata y llego a la iglesia cuando están dando las siete. La tercera misa del día empieza con cuatro minutos de retraso. Nadie da muestras de impaciencia. 

Terminada la misa salgo pitando para Los Montesinos por el camino que me indicó el arcipreste.

La cuarta misa del día empieza en Los Montesinos a las ocho en punto. 

De vuelta a San Miguel observo que la luna, por la parte de levante, está toda anaranjada. Poco antes, cuando iba a Los Montesinos, me daba en la cara el anaranjado sol de poniente y ahora avanzo yo en la dirección de la luna enorme de levante. Divago un poco: «Ex oriente, lux. En este caso luz de luna oriental». Y recuerdo estos versos: 

«es su presencia increíble

extraterrestre y cercana

un satélite terrible

y el farol de tu ventana».

(Nueva Luna Nueva, Rodrigo Manzuco, heterónimo de JG-M)

Hago una compra en Más y Más y voy a la iglesia. Llamo a Antonio y me dice que ya puedo dar el toque de difuntos para avisar de la muerte de su querida madre. Doy el toque. 

Vísperas. 

En la casa abadía me preparo una cena ligera: tres lonchas de cabeza de jabalí. Muy bien. ¿Con vino? Sí. 

Me siento ante mi Mc para escribir esto suspirando: «¡por fin!» Justo entonces observo que hay una cucaracha trepando por mi escritorio. Corro a buscar el descucarachizador y la descucarachizo. 

Escribo esto. Son las 22:12 cuando termino de escribirlo.

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