La Torre
sábado, 28 de septiembre de 2024
A eso de las nueve y media —después de un desayuno de mesa y mantel, porque es sábado— salía de La Torre para San Miguel.
He llegado con tiempo de sobra para empezar la misa de once a las once en punto.
Una llamada y un mensaje de wasap me han alegrado la mañana.
Me ha llamado Ike T para invitarme a comer el lunes con otros dos viejos amigos del colegio —Fernando M y Jesús HC— y sus esposas. Muy bien.
Me ha mandado un wasap Yoli para decirme que ha reconsiderado su decisión de no seguir dando catequesis y que se pone a disposición de la parroquia. Bendito sea Dios. Empezó a dar catequesis en Venezuela a los dieciseis años. Años después, un sacerdote le encargó la preparación de un joven que no estaba bautizado. Hoy ese joven es su marido, el archidiácono. Ambos son unos excelentes catequistas.
He comido con doña Nati, Carmen y Tomás.
Me ha alegrado la tarde el vendedor de chucerías más bueno del mundo.
A eso de las cuatro de la tarde, un policía ha llamado a la puerta de lacasa paroquial y me ha rogado que moviera mi coche —aparcado en la calle— para que el vendedor de chucherías que suele venir por las fiestas pudiera instalar su puesto. Cuando he ido a mover mi coche, el vendedor se ha deshecho en muestras de pesar por las molestias que —según él— me estaba causando. Le he explicado que suelo aparcar en el garaje pero que no he podido hacerlo porque un coche de la policía bloqueaba la entrada. Nos hemos hecho amigos. Mientras montaba su tenderete se me hacía la boca agua y —pensando en que por la noche iba a encontrarme en La Torre con un montó de niños— le he comprado tres bolsas de palomitas, tres de almendras garrapiñadas, tres de gusanitos y tres de esos dulces que tienen forma de almendra y que están hechos de oblea rellena de mazapán o algo así. Entonces me ha contado que venía del hospital porque su hijita, que nació con un problema en una pierna, se está recuperando de la operación que le hicieron ayer. Luego me ha dicho que solamente me iba a cobrar diez euros por todo. Me ha alegrado la tarde.
A las seis y media llegaba a la parroquia de El Salvador. Me estaba esperando el profeta. Hemos hablado un rato y he acabado convencido de que es un santo atormentado. He tenido tiempo de atender a un penitente antes de la misa de siete y a otro penitente después.
A las ocho empezaba la misa de ocho en Nuestra Señora del Rosario que estaba llena porque los cofrades de la Virgen celebraban su fiesta. La homilía ha empezado así: «Querido alcalde pedáneo, concelajes, Rosario (Rosario es la Vicealcaldesa o algo así de Torrevieja), cofrades, amigos del coro (había un coro rociero), reinas de las fiestas, queridos todos: no tengáis miedo, este saludo ha sido largo, la homilía no durará tanto». Exageraba, pero no mucho. Dos minutos después acababa la homilía así: «Amén». Nadie daba señales de impaciencia.
A las nueve menos cuarto salía de La Mata hacia La Torre por la carretera de la costa que, si de día es muy hermosa, de noche es peligrosísima.
A las diez y piquito estaba en La Torre repartiendo chucherías entre los niños y recibiendo apalusos de los niños y de los mayores. Isa y Antón —maravillosos anfitriones— me presentaban a sus amigos. Había entre ellos un argentino que se ocupaba de la barbacoa. ¡Qué barbacoa! ¡Qué niños! ¡Cuántos amigos! Me han alegrado la noche.
…
Son las 0:15 del 29 de septiembre —ya es domingo— cuando, muy contento y soñoliento, termino de escribir mi día.
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