viernes, 20 de septiembre de 2024

Diario. Viernes, 20 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

viernes, 20 de septiembre de 2024


Abro la iglesia a las siete, como es mi costumbre los viernes, y salgo para el hospital. 

Preparo la misa. Como se me han olvidado las gafas en San Miguel, no puedo recitar la liturgia de las horas. Pongo en YouTube una sencilla y piadosa meditación sobre el evangelio del día y me siento ante el sagrario. Cuando empieza a congregarse la congregación, apago el teléfono y sigo en silencio. 

La misa de ocho empieza a las ocho. 

Luego lo recojo todo y dejo preparados los libros para el lunes, memoria de san Pío de Pietrelchina. 

Vuelvo a San Miguel y, por el camino, recuerdo que no he subido los ochenta y un escalones. 

Ayudo a Joan a prepararlo todo para el entierro de Amabilidad y, por fin, recuperadas mis gafas, puedo rezar el oficio de lectura y las laudes. 

Bajo entonces al garaje para sacar mi coche de modo que el arcipreste —que viene a celebrar el funeral— pueda aparcar. Pero un coche bloquea la salida: claxon. Nada. Claxon: nada. Claxon: nada. Viene un ser humano y se lleva el coche que bloqueaba la entrada. Una señora —que pasa por allí y me ve salir en mi Lamborghini, me grita: «¿Dónde va usted? ¡Que tiene entierro!». Y yo: «A aparcar en otro sitio porque viene el arcipreste». Y así, todo el pueblo se entera de que viene el arcipreste y de que yo voy a aparcar mi coche en otro sitio. 

Wasap al arcipreste: que puede aparcar en el garaje. Wasap del arcipreste: que ya viene. 

Le pido a Teresa que monte guardia en la puerta del garaje para que nadie aparque hasta que llegue el arcipreste. Llega el arcipreste y se reviste para la misa. Yo me pongo mi sotana y un roquete o sobrepelliz enorme porque voy a hacer de monaguillo. 

El funeral empieza a las once en punto y Andrés se ocupa del órgano. 

Termina a las doce menos cuarto. El arcipreste y yo vamos a los locales parroquiales y nos instalamos en el Salón de las Cucarachas para nuestra reunión de inicio de curso. 

A la una y media termina la reunión. Acompaño al arcipreste hasta el garaje y nos despedimos. 

Lectura de Las Moradas.

Lectura del Evangelio según San Juan. 

Nona.

Voy a comer a casa de doña Nati. 

Después paso por la iglesia para hacer la visita al Santísimo. 

A continuación veo la larga —una hora y cuarenta y cinco minutos— e interesante entrevista que le hacen a Miguel Ángel Quintana Paz en «Minuto CientoZero». Muy bien. 

«¡Cielos!»—exclamo. «¿Son las cinco y cuarto?». Sí son. Sago para iglesia con la intención de sentarme ante el sagrario pero, apenas he puesto un pie en El Paseo cuando veo que vienen hacia mí —sonrientes— Teresa, Delia y Mari Luz con otras dos personas a las que no conozco. Mari luz me recuerda que habíamos quedado a esta hora para preparar el rosario solemne del cinco de octubre. A continuación me presenta a los desconocidos: Víctor y su esposa, María Dolores. Ambos han emprendido la misión de fomentar la devoción al rosario en la Vega Baja —para empezar— y luego en el mundo entero. Son muy cordiales y extraordinariamente resolutivos. Los invito a pasar a los locales de la parroquia y nos instalamos en el Salón de las Cucarachas. Me explican lo que haremos el día cinco. Primero un taller con los niños para enseñarles a hacer un rosario con cuerdas y bolitas. Segundo, la misa. Tercero, una miniprocesión que llevará la imagen de la Virgen del Rosario hasta la puerta de la iglesia donde el pueblo, reunido, rezará y cantará el rosario ante nuestra copatrona. Como ya lo han hecho en otras parroquias, lo tienen todo muy bien pensado. Ellos se ocupan de la megafonía y de los demás detalles de organización. Contarán con la ayuda de Delia, Teresa y Mari Luz para ensayar con los niños y para convocar al pueblo. 

La reunión termina a las seis. Me invitan a tomar un café con ellos pero tengo que ir a La Mata. 

Aparco el coche en La Mata y aprovecho el paseo hasta la iglesia para leer en «Una escala humana» el capítulo titulado «Los paisajes que llevamos dentro». Cita don Carlos a Melville y dice que le pedimos al verano que «nos libere de los agravios de la rutina». Me detengo para observar un viejo acebuche y me digo: «Yo no». Y oigo —son las seis y veinticinco, no he bebido y jamás, que yo sepa, he tenido una alucinación— la voz del viejo acebuche que me dice: «Yo tampoco». Entonces reparo en que ya no hay chicharras porque el verano toca a su fin. Muy contento, reanudo mi paseo y la lectura. Dice don Carlos que, en efecto, los que esperan del verano una especie de liberación suelen acabar decepcionados. Y sugiere que no es el sitio en el que estamos sino la mirada que lanzamos sobre las  cosas lo que puede liberarnos. Él lo dice mejor. Dice que todo se salva «por la intensidad de aquella primera mirada» con la que vimos las cosas cuando éramos niños. 

En la parroquia está expuesto el Santísimo. Me arrodillo para adorar un poco y luego me siento para mirar sin pensar en nada. Y aún tengo tiempo para sentarme en el confesonario y atender a un penitente. 

La misa de siete empieza a las siete. Me emociono un poco cuando vuelvo a proclamar ese evangelio cortito que nos presenta a Jesús y su rutina: pasear por aldeas y ciudades acompañado por doce amigos y no pocas mujeres interesantísimas. Pero no predico. Temo ponerme a hablar de lo que me ha dicho el acebuche y liarlo todo y dejar perpleja a la congregación. 

Termina la misa y me despido de Mateo en la sacristía. Mi plan es volver hasta el aparcamiento paseando y leyendo «La biblioteca del cuarto de los niños», de Chesterton. Pero en la puerta me espera Josefina Campuzano  y Talavera. Me acompaña hasta el aparcamiento. Me cuenta que el lunes —día de San Pietralchina— presentará en Murcia su libro «Palpita mi corazón en vosotros». Me cuenta otras cosas y, antes de despedirnos, intercambiamos nuestros números de teléfono. 

Cuando se va, abro «Lectura y locura» de Chesterton. Es un libro pequeñito y precioso de «Ediciones de espuela de plata». Fue Doñana Rodríguez de Agüero quien me lo regaló. Paseando por el aparcamiento, al aire  libre, leo el capitulito intitulado «La biblioteca del cuarto de los niños». Me hago cruces porque, allí, Chesterton parece estar charlando con don Carlos Marín-Blázquez de la mirada de los niños que no necesitan libros para asombrarse ante el sintentido del que hablan los sesudos filósofos porque para ellos cada cosa es inexplicable y maravillosa. Como don Carlos, tampoco Chesterton idealiza la infancia pero alaba su ingenuidad como un tesoro que hay que recuperar. «Nosotros hemos ido continuamente en busca de nuevos mundos estéticos y la última de nuestras conquistas ha sido el descubrimiento de este mundo del sinsentido pero él (el niño) ha logrado advertir ese mundo de un solo vistazo,  y el primer vistazo es siempre el mejor». 

Miro hacia el Poniente y veo el sol rosado, etc. Revuelvo las paginas de «Lectura y locura» y encuentro lo que buscaba. «Para él (el niño) el mundo no es monotonía; por eso no necesita los libros». Sonrío al sol de poniente que parece burlarse  de la pedagogía moderna —tan viejuna— y de su salmodia moralizante: «Si lees y viajas mucho —sobre todo si lo haces con El Corte Inglés— verás qué bien aunque te quedes ciego». 

Vuelvo a San Miguel en mi Lamborghini. Y el paisaje, que va por dentro, dice: «Si no os hacéis como niños…»

Son las 22:29 cuando acabo de escribir esto.

1 comentario:

  1. Muy bueno su texto! El año pasado escribí esto sobre volver a ser como niños, gran saludo!:
    https://chesterton.es/firma-invitada/la-virgen-maria-arca-de-la-nueva-alianza-i/

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Es usted muy amable. No lo olvide.