lunes, 23 de septiembre de 2024

Diario. Lunes, 23 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

lunes, 23 de septiembre de 2024


Abrir la iglesia a las siete, ir al hospital, preparar el altar, rezar el oficio de lectura y las laudes, leer el evangelio de san Juan, celebrar la primera misa de la memoria de san Pío, recogerlo todo, sentarme ante el sagrario, subir los ochenta y un peldaños, volver a San Miguel…

Hasta ahí la primera parte del día. 

Ahora echarle un vistazo a X. Leo el diario de Elena M Tascón que anda, como yo, a vueltas con lo ordinario. Vacío la papelera, voy al banco y aprovecho  para tirar a la basura la bolsa en la que he vaciado la papelera, vuelvo al despacho y anoto en las cuentas parroquiales el ingreso de las colectas del fin de semana. 

A las 10:45 me siento en el confesonario. Tercia. 

La misa de once empieza justo cuando el reloj del campanario da las once, es decir, a las once y un minuto. Al final doy la bendición con una reliquia de san Pio y la congregación la venera. 

Rita Sala entra en la sacristía y comentamos mi comida en el chino con sus nietos. Se va contenta. 

Teresa acompaña a doña Nati a su casa y yo me despido de Joan. 

Escribo y envío una cartita al Consejo de Pastoral. 

El arcipreste me comunica que se va a Madrid y que mañana hay un entierro en su parroquia. Me pide que lo llame. Lo llamo. Anoto en mi agenda: «Misa en La Mata hoy y mañana a las ocho. Funeral en Los Montesinos mañana a las seis». 

Ángelus a las 12:15. 

Llamo a Yoli porque habíamos quedado en vernos hoy después de misa y no ha venido. No contesta. Entonces juzgo que ha llegado el momento de ponerme mi bata de faena para entregarme a la limpieza de la casa abadía. 

A la una empiezo la lectura del «Laques» de Platón. 

A la una y media leo el capítulo 25 de «Una escala humana». Se titula «Otoño». Muy apropiado para la estación que empezó ayer —cuando Perséfone volvió al inframundo— y «nos recuerda la condición caduca de todas las cosas». 

A continuación hay que leer «El significado del teatro» de Chesterton. Leo: «Antes y después y por encima de todo, el teatro es una fiesta». Y me acuerdo de Elena M Tascón que anda a vueltas con lo ordinario y que vuelve «a  Buero Vallejo y a su escalera» porque ha hecho el propósito de revisitar lo que la conforma. 

Antes de asearme un poco para ir a comer a casa de doña Nati, aún tengo tiempo para leer unas pocas páginas de «Mil ojos esconde la noche» que, a este paso, me va a durar hasta el otoño que viene. 



Empieza la tarde con la comida y la tertulia en casa de doña Nati. Visita al Santísimo, noticias en Antena 3, misterios dolorosos. 

A las cuatro y doce minutos del ensayo de Lewis titulado: «Hero y Leandro» y salgo para Torremendo. Voy con la intención de traer a San Migel vino de Misa y de hablar con el archidiácono y con su amable esposa. 

A las siete menos cuarto vuelvo a San Miguel. He conseguido todo lo que me había propuesto y, además, he barrido la sacristía, he puesto orden en un cajón, he sacado una bolsa de basura y me he tomado un café con leche, cortesía del archidiácono. 

La coral Alcores está ensayando para la fiesta. Si quiero encontrar un lugar para rezar, tengo que huir. Voy a la casa abadía, cojo el libro de Las Moradas, me bebo un vaso de agua y salgo para La Mata. 

Son las siete y cuarto, estoy pasando junto al cementerio de Torrevieja  y suena el teléfono. En la pantalla leo el nombre del arcipreste. «Dígame, oiga» —le digo. Yme dice que la misa en La Mata no es a las ocho sino a las siete. Así, de pronto, la tarde otoñal se acelera. Mi coche no, porque estoy en medio de un  atasco que, por fortuna, se transforma enseguida en tráfico lento y, poco despues en humo y en nada. 

Aparco donde siempre. Adiós al bucólico paseo entre acebuches etc. Adiós apacible lectura de Las Moradas entre mirtos y adelfas que —dicho sea de paso— no ofrecen ya el espectáculo formidable de flores rojas, blancas y rosadas que ofrecían antes de que Perséfone volviera al inframundo. 

Recorro el camino —que según el GPS es de siete minutos— en cinco minutos. 

La misa de siete empieza con media hora de retraso. Presento mis excusas:  «Siento el retraso. Estaba hablando con el Papa que me ha llamado para tratar algunos asuntos de extrema gravedad. Antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados». Algunos sonríen, otros ponen cara de incredulidad, la mayoría está recogida y reconociendo sus pecados. Nadie muestra impaciencia. 

Al terminar la misa, vuelvo a pedir disculpas y, en la puerta, al salir, varias señoras me dicen: «No pida perdón tantas veces. Todas  somos muy mayores y no  tenemos nada mejor que hacer». Sé que lo dicen porque son muy buenas y comprensivas. Se lo agradezco. 

Ahora sí, paseo hasta el coche sin  prisa, recitando vísperas y vuelvo a San Miguel. Me siento ante el sagrario y leo en Las Moradas que «el demonio es muy buen pintor». Dice santa Teresa que eso se lo dijo un letrado. Y también dice que el letrado le dijo que hay que venerar cualquier imagen de Nuestro Señor Jesucristo, aunque la haya pintado alguien muy malo o el mismo demonio. Y que eso la consoló mucho porque otro consejero no tan letrado le había dicho que, cuando se le apareciera la imagen del Salvador le hiciera una higa porque esas eran cosas  del dimoño. 

Cierro el libro y, muy consolado, me pongo a mirar fijamente al sagrario. 

A las nueve menos cuarto, estoy entrando en la casa abadía cuando suena el teléfono. Es el arcipreste. Me llama desde Madrid. Charlamos. Me preparo una cena ligera, la bendigo, me la zampo, lo recojo todo y me siento ante mi Mc para ir recordado y escribiendo el día. 


….


Recordar y  divagar un poco es una buena forma de acabar un día. Sobre todo si uno consigue no empeñarse en pensar mucho y, como recomienda santa Teresa, se emplea en escuchar y en amar. Hasta la cucaracha que uno arrojó por la maña a la basura puede acabar dándole pena a uno si uno se empeña en racionalizarlo todo a estas horas de la noche. ¿No ha sido Chesterton quien me ha advertido hoy mismo de que la locura acecha a las puertas de los racionalistas? ¿O fue ayer? Sí, debió de ser ayer. Recuerdo que hoy me ha dicho que las muchedumbres se congregan en el teatro para celebrar la vida y que yo he sonreído imaginando la muchedumbre que se congrega, desde la salida del sol hasta el ocaso, en torno al altar. 

Acabo de escribir esta página de mi diario cuando el reloj de la iglesia da  las diez. O sea, a las diez y un minuto.

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