jueves, 14 de septiembre de 2023
La Torre es un lugar estupendo para una mañana de asueto en estos últimos días del verano.
Después de desayunar con María, Paco y Pablo, nos despedimos. Ellos se vuelven a Madrid, yo me quedo.
Bebo a sorbitos los comentarios de Enrique García Máiquez al evangelio de San Marcos. Dicen los discípulos a Jesús: «todos te buscan». Y Él: «vámonos a predicar a otra parte, que para eso he venido». Como diciendo —concluye EGM— «si me buscan la cosa va bien, he venido para eso, para que me busquen. ¡Andando!».
Entre sorbito y sorbito hay que ordenar la biblioteca y hacer sitio a los libros que he traído de San Miguel.
Un paseo por el palmeral. Saludar a Araceli.
Veamos: hay que regar ese geranio citronela, y aquellos jazmineros, y el ficus que me trajo Nines de Tierra Santa.
¿Vamos al huerto de naranjos con La Gracia de Cristo? ¡Sí, sí, vamos! Repara EGM en que hay en Cristo ira y tristeza, porque es hombre. Pero «de modo que la tristeza no deja que la ira se desborde ni la ira permite que la tristeza se derrame». ¡Cielos! ¿No es maravilloso ese perfume de la higuera? Aún tiene higos. ¿Están dulces? Pregúntale a esa familia de avispas que se está dando un festín.
¿Dónde pondré este libro de poemas de Carmelo Guillén Acosta titulado En estado de gracia? Empiezo a releer algunos versos:
Y es que cuando uno cree haber logrado
por fin lo que pensaba decisivo,
advierte que, tal vez, nada resulte
tan útil, conveniente e imprescindible
como tener a alguien que te quiera
de todo corazón y esté dispuesto
a lo que haga falta por cuidarte;
a alguien que te quiera, capaz siempre
de mantenerte vivo y no le importe
renunciar a su vida por la tuya.
Bajo a la bodeguilla; el antiguo aljibe construido, quizá, por los árabes para almacenar el agua de la lluvia y reconvertido por almas cristianas —¡milagro de Caná!— en depósito de vinos. Coloco allí tres botellas de caldo de Almansa que me han regalado.
Hay que ir a la ermita de la Virgen del Carmen para rezar el Ángelus. Está toda perfumada. El fenómeno tiene lo que los científicos llaman «una explicación natural». Ayer María trajo un ramo enorme de nardos y lo pusimos aquí. Pido por la salud de A. y recuerdo que «jamás se ha oído decir» etc. Y sé que uno nunca sale de esta ermita sin un regalo.
Han cambiado de sitio el retrato de mamá. Me quedo mirándolo largo rato y pienso, porque es verdad: ¡qué guapa!
Toca irse. La mañana de asueto no termina sino que continúa en La Lloseta, una casa —no lejos de aquí— donde se reúne una especie de círculo sacerdotal.
Allí pido confesión y no me la niega la caridad amable de un hermano.
¡Qué bien!
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