martes, 23 de julio de 2024

Diario. Martes, 23 de julio de 2024

 San Miguel de Salinas

martes, 23 de julio de 2024


A las seis suena el despertador. ¿Dónde estoy? El canto de ciertas avecillas en el olivar me dice que estoy en La Torre. Apago el despertador y vuelvo a quedarme frito. 

A las ocho voy a desayunar y me encuentro con Carla y con Bea. Carla me cuenta su viaje de ayer en tren. Tenían que salir a las siete y llegar a las nueve y media, salieron a las ocho y llegaron a las once y media. Muy bien. Luego contamos chistes de marcianos. Muy bien. 

Dedico la mañana a dehacerme de papeles viejos: más de doce kilos en tres bolsas y una caja. Las cartas que he ido recibiendo a lo largo de los años las conservo. Muchas felicitaciones navideñas. Tiro una colección de programas de fiestas, montones de homilías de cuando las imprimía, folletos de museos, hojas de cantos… Lo dicho, doce kilos. 

Encuentro Capitanes intrépidos, de Kipling y me pregunto si seré capaz de volevre a disfrutar con ese género de novela. Me siento en la butaca de la abuela Paquita y me zampo los cuatro primeros capítulos de un tirón. Sí, disfruto. 

A las doce y media me aseo un poco, voy a la ermita y preparo la misa. A la una y media, misa. La ofrecemos por la salud de F, A, MCAV e IGdL. 

Como en La Torre.  Primero comen los niños —ocho— y luego Fátima, Alejandra y yo. Me  preparan una cesta de Caperucita co las sobras para la cena. Muy bien. 

A las cuatro salgo para Torrevieja.

Retiro en el hospital. Seis penitentes, muy bien. Entre las asistentes está Teresa. Muy bien. 

Voy a San Miguel, me aseo un poco y a las siete y media salgo para Los Montesinos. En la puerta me encuentro con Sergio, el maestro relojero. Como quiere hablar conmigo y no tiene nada que hacer, me acompaña a Los Montesinos. Me dice que su hija no le deja usar el teléfono. Voy a ofrecerle el mío para que pueda hablar con su hremana, pero el mío no tiene batería. 

A las ocho celebro en Los Montesinos. Me ayuda José Antonio. Beve homilía sobre santa Brígida. 

A la vuelta pregunto a Sergio, el maestro relojero, que si le apetece tomar un sandwich en el Collie. Sí, le apetece. Aparco en el garaje y, en ese momento, llega la hija de Sergio que ha salido a pasear a los perritos y a buscar a su padre.  Dice que lo ha estado buscando en la iglesia y que ha ido a la policía. Le digo que  lo de la policía me parece una idea excelente. Lo toma de la mano y se lo lleva a casa. 

Yo voy a la casa abadía para prepararme una cena no ligera con los restos de la comida que Fátima y Alejandra me han puesto en la cesta de Caperucita. 

A las nueve y veinte voy a la iglesia para rezar  completas, apagar la luces y cerrar las puertas. 

Luego vuelvo a la casa abadía para escribir esta página de mi diario.

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