domingo, 11 de febrero de 2024

Diaro. Domingo, 11 de febrero de 2024

 domingo, 11 de febrero de 2024


Ha vuelto a llover en San Miguel. Segundo día de lluvia en los cuarenta y dos que han pasado del año. 

Dos misas. 

Alas 10 he celebrado en Torremendo. Clelia ha regresado de Tailandia o de por ahí con su bebé que se llama, creo, Samuel, o algo así. Y él, el bebé, ha acaparado la atención de toda la asamblea. Mientras yo trataba de explicar a los niños la desobediencia del leproso que se acercó a Jesús —siendo así que los leprosos tenían prohibido acercarse a cualquier persona— y que salió a pregonar su curación —siendo así que Jesús acababa de prohibirle severamente que lo hiciera—, Samuel parloteaba incesantemente con su lengua de trapo y atraía las miradas de los niños. Si Jesús no reprochó su desobediencia al leproso, ¿puedo yo reprochar a los niños el hecho de que, pudiendo elegir, prefieran atender a un bebé rubio y simpático antes que atender a un párroco medio sordo y medio afónico? No. Por otra parte, con Clelia, ha vuelto la música a la misa. Ella y su hermana Clara forman un coro excelente. Luego, vuelto yo ad orientem, decía en voz baja las oraciones del ofertorio maravillado por el silencio de la asamblea. Hasta Samuel callaba mientras Clara y Clelia cantaban. 

A las 12:30 he celebrado en San Miguel. Delia y Belén habían preparado la liturgia con los niños de la catequesis de postcomunión. Luciana ha proclamado muy bien la segunda lectura. Ha habido procesión de ofrendas y todo eso. Me ayudaba Samael. Ha habido también homilía, claro. El lerposo desobediente estaba allí, de rodillas ante Jesús y suplicando. Y los niños, y los mayores y hasta el cura contemplaban la escena muy conmovidos. Luego, vuelto ad orientem, me llegaba desde el coro alto hasta el oído derecho —que aún funciona— el Sanctus cantado por el coro de San Miguel. Al terminar la misa hemos ido a cantar ante la imagen de san José que está en el altar de santa Teresa de Lisieux porque es el segundo de los siete domingos de san José. Samael, a mi lado, cantaba el himno a san José que él se sabe de memoria y yo no. Luego Samael y yo hemos salido a la puerta de la iglesia para desear un feliz domingo a los asistentes. Dos señoras, una ucraniana y otra de San Miguel, me han besado las manos dándome la oportunidad de besar las suyas. Wilder se ha atrevido a más y me ha abrazado. Un niño me ha preguntado que si es verdad que tengo 64 años. Le he dicho que los cumpliré en diciembre y le he preguntado: «¿Te parezco muy viejo?». A lo que que ha respondido con una sonrisa encantadora: «No eres viejo, eres el cura». 

¿Alegrías de hoy?  ¿Parece poco el abrazo de Wilder y el besamanos y la respuesta del niño sonriente?

¿Penas de hoy? Pues sí, claro. ¿Quién no se aflige al oír las noticias que nos hablan de guerras lejanas y de la plaga del aborto en Españita? ¿Quién no se aflige al leer que a un rabino de la Ingalaterra y a su mujer y a sus hijos los están amenzando de muerte? ¿Quien no se aflige por los guardias civiles de Barbate, y por sus amables esposas, —ahora viudas—  y por sus hijos? 

Con todo, hay que celebrar el milagro de esa vida nueva que nos regala Jesús. Yo, leproso desobediente, debo proclamar el Evangelio y volver a decir, antes de irme a la camita: Omnia in bonum. Todo es para el bien de los que aman a Dios. Y pido al Buen Dios que nada ni nadie me quite esta alegría que me han dado hoy el abrazo  de Wilder y esas manos de Cristo extendidas para abrazarnos a  todos. 

2 comentarios:

  1. Muy cierto, don Javier. Que no nos quiten la alegría, ni la esperanza. Pero a veces es tan tan difícil. Y si intentamos comprender a los que hacen tales barbaridades... ya ni le cuento. Que Dios tenga misericordia de todos.

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Es usted muy amable. No lo olvide.