sábado, 10 de febrero de 2024
Hoy no ha ocurrido nada extraordinario, que yo sepa. La lluvia de ayer ha dejado paso a un cielo despejado, sin una nube, de un azul limpísimo. Supongo que, esto mismo, a uno de Oviedo le parecerá, más que extraordinario, milagroso y, por supuesto, digno de ser mencionado en un diario.
Tres misas.
A las once he celebrado un funeral en San Miguel. El difunto —me he enterado luego— era hermano de una señora encantadora y buenísima a la que visitaba en Torremendo hasta que Dios se la llevó.
A las seis de la tarde he celebrado la primera misa del domingo. San Marcos nos habla de un apóstol —el leproso curado— que, a pesar de la severa prohibición de Jesús, no puede contenerse y se pone a contar lo que le ha pasado. No parece que Jesús le reproche su desobediencia como no reprochó la del otro leproso que volvió a darle gracias cuando se vio limpio de la lepra a pesar de que —según la letra del mandato recibido— tenía que ir a presentarse al sacerdote.
A las siete he celebrado en Los Montesinos. Allí estaba otra vez el leproso desobediente acercándose a Jesús contra las prescripciones de la ley mosaica. Y allí estaba, otra vez, Jesús diciendo: «Quiero, queda limpio». Y ese «quiero» soberano expresa la voluntad amabilísima de Dios que hemos aprendido a amar: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No hay nada que temer de la voluntad de Dios.
Por lo demás, lo de siempre. La oración, doña Nati y Paco, el rosario…
Hay que dejar constancia aquí de otra cosa. Estamos celebrando los cinco domingos de san José. En san Miguel, desde tiempo inmemorial, lo hacemos asina: la imagen de san José sale de su pedestal el primer domingo para visitar el altar de la Inmaculada y allí se queda durante la primera semana, junto al amor de sus ojos y de su corazón, con un velón encendido a sus pies. La segunda semana —que ha empezado esta tarde— la imagen va a visitar el altar que está dedicado a santa Teresa de Lisieux y sobre el que se expone, en un lindo fanal, la imagen del Niño Jesús que besamos en Navidad. Allí la he llevado esta tarde antes de la misa de seis y allí la he dejado con dos velones encendidos. La semana que viene, laimagen del santo patriarca alegrará el altar de la Virgen del Carmen con tres velones encendidos. La siguiente irá a visitar a santa Rita. Y así, de altar en altar, hasta la gran fiesta del 19 de marzo, haciendo milagros extraordinarios de los que yo mismo no me enteraré y llenando de luz y de consuelo esta iglesia.
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