sábado, 17 de febrero de 2024

Diario. Sábado, 17 de febrero de 2024

 San Miguel de Salinas

sábado, 17 de febrero de 2024


Hoy he oído 15 confesiones  —quince—. 

A las 10:30 me sentaba en el confesonario de San Miguel después de encomendar la pesca a San José. En el confesonario hay una reproducción de  un cuadro que está en el museo del Prado. Es un retrato se san Vicente Ferrer. También a él le he encomendado la pesca. Han venido dos penitentes. Muy bien. 

A las 13:00 estaba en un hotel de la Zenia donde un par de comunidades del Camino habían convocado a diez sacerdotes para una celebración penitencial. Los penitentes eran unos ciento cincuenta. A míse me han acercado trece. Muy bien. 

Fin de la pesca por hoy. A las 17:30 he vuelto a sentarme en el confesonario de San Miguel, y nada. 

La primera misa, la del día, la he celebrado en San Miguel a las 11:00. Como estamos en Cuaresma, he hecho una breve homilía sobre el evangelio: la vocación de Leví. Me he servido de un divertido poema inglés que me mandó Joan ayer. 

La segunda —también en San Miguel— la he celebrado a las seis. El ayuntamiento había organizado una especie de fiesta de carnaval justo en la puerta de la iglesia. Cuando he salido al presbiterio, la congregación, reunida para ofrecer la misa por un difunto, trataba de elevar su corazón al buen Dios al ritmo de Carnaval, carnaval. He observado que había más en la iglesia que en el Paseo. No ha habido homilía, claro. Al terminar la misa se me ha acercado un amable feligrés: «Qué pena, padre. Con todo el ruido del Paseo no he podido oír nada de la misa». Pero no venía solamente a solidarizarse. Resulta que su madre ha muerto esta tarde en Valladolid. Había venido a Misa para rezar por ella y estaba allí, hablando conmigo, porque mañana por la mañana se va a Valladolid y quería encargarme una misa por su querida madre: Eulalia A.G., de noventa y seis años. Me ha dado un generosísimo donativo y me ha ayudado  a salir para Los Montesinos moviendo las vallas que la policía local había puesto para cortar el paso del Paseo. Me conmueve esa atenta cortesía que uno encuentra a menudo en las personas buenas. Tomo nota.

La tercera la he celebrado —a las siete— en Los Montesinos. Allí se reúne siempre una congregación encantadora y alegre. Los de la parroquia de Los Montesinos se ríen mucho. Solamnete dejan de reír para sonreir. En la sacristía había una muchedumbre: Fina, X, y tres monaguillos. El mayor de los tres —Daniel— debe tener trece años y me saca una cabeza. Los otros dos —Fran y (se me ha olvidado el nombre del segundo)— andaban con la risa floja hasta que  ha empezado la Misa. Entonces se han puesto muy serios, sin dejar de sonreír. Cantaba un alegre coro de seres humanos muy jóvenes y, aparte del coro, no se oía una mosca. He predicado comentando las lecturas: el diluvio, nuestro basutismo, la misericordia y la fidelidad de Dios y esa llamada a la conversión que inaugura el ministerio público de Jesús recién llegado del desierto donde ha peleado con el diablo para enseñarnos a vencer las tentaciones. 

Ahora mismo son las 21:56. Los del Carnaval,carnaval —que han atronando el Paseo, la iglesia y la casa abadía durance cinco horas, acaban de terminar. ¡Qué paz!

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