San Miguel de Salinas
martes, 10 de diciembre de 2024
Después de comer con doña Nati y Samira he pasado por la iglesia para hacer la visita al Santísimo. Acto seguido he llamado a Analía. Mi coche está en el taller. ¿Podrá dejarme ella el suyo para ir al hospital?
Eran las tres menos cuarto cuando Analía —¡qué amable!— me entregaba las llaves de su coche.
A las tres estaba yo, otra vez, en la iglesia dispuesto a hacer un rato de oración con las notas que había tomado por la mañana para preparar el retiro de la tarde en el hospital.
A las tres y media —la oración fecha— he consultado mi agenda de la tarde y, sospechando que podría ir algo apretado de tiempo he decidido rezar vísperas a la hora de nona.
En la casa abadía, después de asearme un poco, he revisado el correo y el WhatsApp y he cogido mi Mac.
Eran las cuatro y cuarto cuando recogía a doña Nati en su casa y salíamos para el hospital.
A las cinco empezaba el mini retiro en el hospital. Como las llaves de la sacristía estaban con las llaves de mi coche y las llaves de mi coche estaban en el taller de Bruno, no he podido entrar en la sacristía y he tenido que predicar con mi elegante chaleco de plumas. No importa. Ha venido Carmen que se va a casar en febrero. Me ha presentado a su amiga Isabel que ha venido con ella. Me ha alegrado verlas.
A las seis y diez, doña Nati y yo salíamos para Los Montesinos. Ha sido doña Nati —¡qué amable!— la que me ha sugerido que no la llevara de vuelta a su casa y que fuéramos directamente a Los Montesinos.
Aún así, la misa de las seis y media en Los Montesinos ha empezado con cinco minutos de retraso: «En el nombre de Padre… El Señor esté con vosotros… Perdón por el retraso. Antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados».
Terminada la misa, he vuelto a San Miguel con doña Nati. Tenía que poner gasolina al coche de Analía y ha sido doña Nati —¡qué amable!— la que me ha insistido en que fuéramos a la gasolinera antes de llevarla a casa.
La aplicación de Waylet ha empezado a pedirme claves y explicaciones. Siempre funciona muy bien pero, por alguna razón, hoy se ha empeñado en complicarlo todo. Repostar me ha llevado unos cinco minutos, pero entenderme con la aplicación de Waylet, cambiar la contraseña y acabar pagando en caja nos ha tenido allí como veinte minutos. He pedido disculpas a doña Nati por tanto retraso y me ha dicho: «No importa, lo estamos pasando bien».
Eran las ocho menos cuarto cuando he dejado a doña Nati en su casa y he llamado a Analía que no ha contestado a mi llamada. Entonces he vuelto a la casa abadía y he dejado allí mi Mc y una barra de pan que había comprado en la gasolinera.
Estaba en la casa abadía juntando el dinero para pagar a Bruno cuando me ha llamado Analía.
Eran las ocho y diez cuando he devuelto a Analía las llaves de su coche y le he dicho dónde lo había aparcado y le he dado las gracias como mil veces. Y me ha parecido que ella —tan amable— casi se avergonzaba de que yo le diera las gracias. Y me ha recordado —con su dulce acento argentino— que el sábado es su cumpleaños y que estoy invitado a celebrarlo en su casa. Y yo, otra vez, dándole las gracias y la gracias.
Luego —con los bolsillos repletos de dineros para pagar la factura de la revisión la ITV de mi coche— he echado a andar hacia el taller de Bruno. Como ya eran las ocho y media, el taller de Bruno estaba cerrado. He llamado a la puerta de su casa y me ha invitado a entrar. He agradecido la invitación y el cálido ambiente de su casa.
Le he pedido disculpas por las horas y me ha dicho: «No importa».
Le he entregado cincuenta y cinco mil ciento cincuenta y cinco pesetas con veintinueve céntimos. En euros, una ganga: 331,49.
Hemos charlado un poco y, cuando me iba a despedir me ha rogado que esperase un poco porque tenía un regalo para mí. Se ha ausentado durante unos segundos y ha vuelto con mi regalo.
Bruno no solamente es un mecánico que hace magia. Además es una de las personas más delicadas que he conocido en mi vida. Hace cosa de un mes o dos, lo llamé porque se me había pinchado una rueda del coche y no era yo capaz de aflojar las tuercas de la rueda. Se ve que, desde entonces, andaba preocupado por mí. Me ha regalado una llave mágica que puede aflojar las tuercas de cualquier rueda facilísimamente.
Eran las nueve menos cuarto cuando he vuelto con mi coche al garaje. Pero la puerta del garaje estaba bloqueada por otro coche.
Claxon. Claxon. Claxon. Varias veces. Como ya era muy tarde para atormentar al vecindario, he decidido llamar a la Policía Local. No contestaban. No me ha importado porque el dueño del coche que bloqueaba mi garaje ha aparecido y me ha hecho una reverencia con la manos juntas y bajando su frente hasta el suelo y se ha llevado el coche.
Estaba yo aparcando mi coche en el garaje cuando me han devuelto la llamada los de la Policía Local. ¡Qué amables!
Son las diez y cuarto. Ya he cenado. Tengo que que cerrar la iglesia y rezar completas. Me alegro de haber rezado vísperas a la hora de nona. Ya he escrito esto.
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