La Torre
domingo, 29 de diciembre de 2024
Oficio de lectura y laudes.
Oración con La bendición de la Navidad.
Desayuno con Fátima, con Jorge y con Borja. Los demás siguen durmiendo. Muy bien.
Salgo para Torremendo.
A las once, en Torremendo, la primera misa del día. Yoli y el archidiácono han preparado unos dulces para celebrar el día de la Sagrada Familia con la congregación. Un penitente pide confesión. Muy bien.
Dejo a la congregación endulzándose y salgo para San Miguel.
En la puerta de la iglesia hay una gran agitación. Me intereso por el fenómeno. Me informan de que el caballero legionario ha llegado con su silla de ruedas y, hallando los portones cerradas y no pudiendo entrar, ha empezado a gritar: «Abridme canallas, asesinos. Me halago en to, hijos de fruta». Me informan también de que, alguien le ha abierto el portón y ha entrado en la iglesia dando alaridos. Un par de hombres lo han animado a salir y después de derribar con gran violencia una de las lindas macetas que puso Carmen, se ha marchado jurando que quemará la iglesia y profiriendo otras jaculatorias navideñas.
En el interior de la iglesia hay ambiente de paz y amor. Teresa y Carmen —primero— y luego Joan y doña Nati confirman el relato y añaden otros sabrosos detalles.
A las 12:35 —con cinco minutos de retraso— comienza la segunda misa del día. Canta el coro.
Después de la misa salgo con Cristian para Torremendo. Recogemos los óleos y el archidiácono nos conduce hasta la casa de Carmen. Tiene 95 años y está agonizando. Rezamos juntos. Le doy la absolución y la unción.
A las dos y media llegamos a comer a casa de doña Nati.
Cristián me ha regalado una botella de sidra El gaitero, una colección de monedas colombianas y un billete de diez mil pesos. Es muy bueno.
Llamo al ambulatorio. Me dan cita para el jueves quince. Llamo a Íñigo. No coge el teléfono. Llamo a Antonio S. No coge el teléfono. ¿Estarán enfadados conmigo?
A las seis y cuarto salgo para La Torre.
A eso de las ocho y media, en La Torre, tercera Misa. La ofrecemos por los abuelos de todos los presentes. Asisten Fátima y Fátima Jr, Alejandra, Jacobo, Bea, Jorge, Borja, Ignacio, Carlota, Cristina, Toño, Javier, Carla y Gonzalo que me ayuda. Predico la cuarta homilía de la fiesta y esta vez le doy vueltas a la caridad de Jesús, José y María. Los tres son obedientes: primero a Dios, luego a los demás. Y concluyo que al fina, al final y de verdad de la buena, querer es olvidarse de los caprichos de uno y dejar de preguntarse «qué deseo» para preguntar al amado: «¿Que quieres?».
Al terminar recibo la triste noticia de la muerte de César en Mejorada. Mientras cenan los niños, llamo a Prado para darle el pésame.
Luego cenamos los mayores: Fátima y Fátima Jr, Cristina y Toño, Alejandra y Jacobo y Javier y yo. Hablamos de sueños, de pesadillas y eso.
Son las once, o así, cuando me despido.
Mañana ofreceré la misa por César. Nos conocimos en mis años de párroco en Mejorada del Campo. Aquella era una feligresía heroica que vivía su fe alegremente en un ambiente muy hostil. Un día la iglesia amaneció con una gran pintada que representaba a un tipo encapuchado arrojando una bomba con la siguiente leyenda: «esta es nuestra ofrenda». Otro día amaneció con todas las ventanas rotas. En el buzón de la casa parroquial, de vez en cuando, aparecían revistas pornográficas… y así. Había que arrimarse al sagrario y a los amigos: Paco y Maribel y sus hijos; Carlos y Lucía y sus hijos; Prado y César y sus hijos… Había más amigos, claro, pero César era el líder de esa banda de hermanos. Un hombre íntegro, director del coro y catequista, menudo, pequeño por fuera pero inabarcable por dentro. Había estudiado en un seminario donde, entre otras cosas, aprendió música latín. Amaba la poesía pero no le gustaba el cine porque, decía, era incapaz de creerse las cosas que se cuentan en las pelis. Jamás olvidaré las larguísimas tertulias en su casa, su paciencia, su humor socarrón, la delicadeza de su trato y su elegancia —incluso en el vestido— que contrastaban con el ambiente asilvestrado del barrio y que, a sus amigos, nos animaban a resistir.
Escribo estos recuerdos conmovido y cada recuerdo trae detrás una catarata de imágenes.
Nuestro primer encuentro no fue muy afortunado. O quizá fue el más afortunado de todos. Era la primera vez que me invitaban a cenar a su casa. Todo iba bien hasta que, por mis pecados, hice un comentario nada amable sobre una persona a la que, sin yo saberlo, César llamaba «amiga». Su rostro, de ordinario amable, se demudó. Habló durante un buen rato acerca de la amistad, de la caridad y de la lealtad. Cuando terminó me levanté de la mesa, pedí disculpas y me fui sin tomarme el postre. Al día siguiente vino a buscarme muy de mañana para decirme que lamentaba mucho haberme sermoneado y que tanto él como Prado se sentirían muy honrados en el caso de que yo quisiera seguir frecuentando su amistad. Nos dimos un abrazo muy fuerte. Fue el primer y el último abrazo que nos dimos. Seguí frecuentando su amistad y su casa pero nos saludábamos y nos despedíamos sacudiendo nuestras manos.
No se lo dije entonces pero lo pensé: alguien que defiende a sus amigos y que no permite que se hable mal de ellos y que está dispuesto a sermonear al cura —o al obispo— y madrugar al día siguiente para ofrecerle su amistad y la de su amable esposa y la de sus hijos, alguien así es un regalo de Dios. Y así fue.
Ha muerto en los brazos de Prado a eso de las doce de la mañana. Nunca habló mal de nadie, defendió a sus amigos, sermoneó vehemente y eficazmente a un cura estúpido, pasó haciendo el bien y cuando el Alzheimer se apoderó de él, él se entregó dócilmente a los cuidados de su amable esposa que me ha dicho por teléfono: «Era muy fácil estar con César. Hace doce días vino el párroco, le dio la unción y le preguntó que qué quería que le pidiera a la Virgen de su parte. Y César le respondió: «Que seamos buenos».
Desde los quince o los dieciséis años hasta lo del Alzheimer, César rezó el rosario todos los días de su vida. Quizá por eso la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Mejorada del Campo no solamente ha resistido a los amables orcos sino que ha convertido a no pocos de ellos a la fe católica que andan hoy dolidos por su muerte y alegres por haberlo conocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Es usted muy amable. No lo olvide.