San Miguel de Salinas
lunes, 23 de diciembre de 2024
5:59
Me despierto. Cojo el teléfono de la mesilla de noche con la esperanza de que sean la cuatro de la madrugada para poder seguir durmiendo durante dos horas.
6:00
Veo cómo el reloj pasa de las 5:59 a las 6:00 y oigo el sonido del despertador. «No importa —me miento— estaba deseando levantarme: serviam».
Se ha ido la luz y la casa está helada. Colijo que Iván —el Belga— ha encendido una estufa o algo en lo locales parroquiales y ha debido de saltar el automático. En vuelto en mi bata polar voy hasta el cajetín eléctrico. Sí, ha saltado el automático. «No importa: ¿Acaso no soy un experto en electricidad?». Subo el interruptor y vuelve la luz. Me felicito.
De vuelta hacia el cuarto de baño, paso por la cocina y me pregunto: «¿Qué me impide hacer y tomarme un café antes de la ducha?». Nada me lo impide y, además, envuelto en mi bata polar estoy muy bien.
6:50
Abro la iglesia, enciendo las luces y salgo para el hospital.
7:15
Empieza la rutina de los lunes en el hospital. Es la amable rutina que consiste en preparar el altar para la misa —cosa que se me da muy bien— y en rezar el oficio de lectura y los laudes antes de la misa, tranquilamente.
8:00
Primera misa de hoy.
8:30
Recojo todo, preparo los libros para el miércoles siguiente a la Epifanía y me siento ante el sagrario para considerar la unanimidad de Isabel y de Zacarías en la ceremonia de la circuncisión del niño Juan. Isabel ha dicho que se llamará Juan pero, como suele pasar a la hora de elegir nombre para un neonato, todo el mundo se siente obligado a opinar. Los opinadores opinan que Isabel yerra porque nadie entre la parentela se llama ni se ha llamado así jamás. Corren a preguntarle al pobre Zacarías que sigue mudo. El venerable sacerdote toma una tablilla y escribe: «¿Estáis sordos?». Los opinadores responden: «No». Entonces Zacarías escribe en su tablilla: «Pues ya habéis oído lo que ha dicho mi amable esposa: su nombre es Juan». Y todos los opinadores nos quedamos admirados mirado al niño Juan.
9:10
Subo por las escaleras a la habitación de Nieves. Le están cambiando las sábanas. Me quedo en el pasillo trasteando en las RR SS.
9:20
Llegan el doctor S con una enfermera para visitar a Nieves. Me saludan. Les digo que estoy esperando a que terminen de cambiar las sábanas de la cama de Nieves, charlamos un poco y me dicen que volverán más tarde. Sigo trasteando en las RR SS.
9:30
Las auxiliares que estaban cambiando las sábanas salen de la habitación de Nieves cerrando la puerta suavemente. Hago ademán de llamar a la puerta y me advierten: «Nieves se está aseando».
Tercia en el pasillo.
9:40
La puerta de Nieves sigue cerrada. Se me hace tarde.Vuelvo a la capilla, dejo el portaviático en el sagrario y salgo para San Miguel.
Atascazo en Torrevieja.
10:10
Aparco en San Miguel y voy a desayunar al JJ porque mi estómago me hace este reproche: «El café sin azúcar ni nada que me diste esta mañana puede engañar a un niño, no a mí». Joaquín me sirve un café con leches y un sandwich de jamón y quesos y se muestra muy compresivo conmigo.
10:30
Saludo a Joan y me siento en el confesonario.
11:00
Segunda misa del día. Tranquilamente.
11:40
La sacristía está helada. Estornudo cinco o seis veces. Recojo las colectas del fin de semana y voy al banco. Dejo allí las monedas y voy a la casa abadía porque he olvidado allí la libreta de ahorrillos. El cajero humano —uno de los tipos más amables y eficientes que he conocido entre los de su gremio— se muestra comprensivo conmigo.
12:15
Vuelvo al banco con la libreta. Hay cola.
Ángelus.
Trasteo en las RR SS.
Saludo a F. Charlamos un poco sobre el tiempo. Él opina que hace frío. Le doy la razón, porque la tiene y le pregunto si piensa que se debe al cambio climático o al Adviento.
Por fortuna me llega el turno y entrego la libreta al cajero humano y hago el ingreso.
Luego voy al cajero automático y tecleo cifras misteriosas para transferir a la cuenta del obispado los donativos que dejaron para los afectados por la DANA los que fueron antier al concierto benéfico de la Coral Alcores: 75 dólares con treinta y tantos centavos.
12:50
Vuelvo a la casa abadía.
Tengo cincuenta mensajes en WhatsApp. Doña Nati me ruega que, si es posible, vaya a comer a las 13:45.
Actualizo las cuentas parroquiales y me sobra tiempo para leer el Evangelio tranquilamente y para hacer otras lecturas misteriosas.
13.45
Llego a casa de doña Nati tranquilamente. Están con ella Eva, Mari Carmen, Tomás, Marcos y una especie de demonio que tienen ellos por mascota. Se trata del más malhumorado de los perros que he conocido en mi vida. No diré a quién me recuerda por no faltar a la caridad pero lo describiré con la ayuda de Dios.
Es un bicho raro, pequeñísimo, blanco, mimado y viejo. Te recibe con ladridos, te gruñe si te mueves, ha mordido a doña Nati y ha intentado morderme a mí. Todos lo queremos mucho porque nos recuerda al cura de San Miguel. Y todos sabemos que no hay que hacerle mucho caso ni —por ningún concepto— tratar de acariciarlo.
14:30
Nos despedimos y la tarde echa a correr.
Visita al Santísmo. Sentada ante el sagrario. La iglesia está helada. «No importa —me miento— soy un tipo recio y acostumbrado a las temperaturas de Siberia». No es verdad.
14:45
Voy a la casa abadía para terminar allí mi oración de la tarde.
15:05
Misterios gozosos.
Luego me pongo a leer Mil ojos esconde la noche.
16:00
Salgo para Torremendo.
Terminadas las gestiones en Torremendo con el archidiácono tranquilo y sonriente, voy a llevar la comunión a M.
17:28
Wasap al arcipreste: «Tengo que celebrar en tu parroquia o celebras tú».
17:32
Wasap del arcipreste. Que celebra él, que no me preocupe.
17:45
Salgo para San Miguel.
18:15
Llego a San Miguel. Tengo que ir a Más y Más y la farmacia.
18:45
Dejo las compras en la casa abadía.
Vísperas.
19:15
Imposible dar alcance a la tarde que ha echado a correr. Ya es de noche. Tengo unos ochenta mensajes de WhatsApp.
Un sacerdote no debe andar correteando tras la tarde. Me siento en el despacho y releo despacito seis felicitaciones navideñas que me han llegado por correo ordinario en tarjetones navideños de toda la vida. Hay que contestar a cada una de esas delicadas felicitaciones.
20:00
Dejo sobre la mesa del despacho las seis tarjetas de felicitación en sus sobres con las direcciones de los seis amables felicitantes.
Me esperan doña Nati, Mari Carmen, Tomás, Marcos y su amable perro que es mi vivo retrato pero, antes de ir a enfrentarme con el bicho, escribo esto.
Gracias Padre...
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