San Miguel de Salinas
viernes, 31 de enero de 2025
Hoy también han venido a la misa de ocho en el hospital María José y su hijos Miguel y María. Y, otra vez, después de Misa hemos ido a la UCI para ver a Miguel Sr y para rezar un poco junto a él. Luego he invitado a María José y a sus churumbeles a tomar un café en la «cantina», como llama María José a la cafetería del hospital.
Llevan seis días durmiendo en la puerta de la UCI. Me he acordado de la lealtad que Urías demostró al rey David, no con palabras sino, precisamente, durmiendo como un perrito fiel a las puertas de su palacio.
Me han contado cosas bonitas de Miguel Sr y de todos los amigos que los están visitando estos días y que les llevan bollos, bizcochos, monas y otras cosas ricas. Y me ha dado alegría verlos sonreír mientras me hacían el cuento de tanto cariño.
Miguel Sr es estucador. María José trabaja en una fábrica de Redován donde hacen uniformes para la policía y me ha dado recuerdos para Ricardo, el jefe de la Policía Local de San Miguel. Miguel Jr estudia nutrición y me ha dado consejos para no engordar. María estudia periodismo y le gustaría dedicarse a la radio. Los dos andan siempre abrazando a su madre, haciéndole caricias y dándole besos para que no esté triste.
Los cafés, y una pulga que he pedido para mí, me han costado siete euros. Una ganga. He pagado con mi iPhone porque no tenía billetes ni monedas y me han dicho —poniéndome cara rara— que no aceptan cheques.
Luego he ido a ver a Anabela que se está apagando poco a poco. Le he dado la absolución otra vez y me he quedado charlando con su hija —que se llama Ana María— hasta que ha llegado la doctora.
A las once, segunda misa de la memoria de san Juan Bosco.
A las dos habíamos quedado a comer en casa de doña Nati con el arcipreste y los diáconos. Los diáconos no han venido. El arcipreste ha llegado a las dos y media. No le hemos reprochado nada porque tenía una excusa muy buena y porque, además, traía su propia comida. Está haciendo una dieta para adelgazar. He recordado un aforismo muy bueno que se me ocurrió hace años: «Dieta de acelgazar: acelga y azar».
A las cinco habíamos quedado en Los Montesinos para una reunión con los profesores de religión del arciprestazgo. He llegado a la cinco y media. Nadie me ha reprochado nada porque la reunión acababa de empezar. Me he comido una pasta de las que el buen arcipreste había repartido por las mesas. Él no las ha catado porque está a dieta. Éramos cuatro sacerdotes y seis profesores de religión: dos profesores y cuatro profesoras.
Lo que más me ha gustado de la reunión ha sido la sonrisa que me ha dedicado el buen arcipreste cuando me ha pillado absorto y mirando al techo.
De vuelta a San Miguel he oído una conferencia sobre cómo evangelizar en una sociedad líquida. Al parecer, los sabios sociólogos son unánimes: no hay nada sólido. La familia es un cadáver, todo es virtual, no hay proyectos comunes porque impera el narcisismo, el individualismo y todo eso. Yo me acordaba de María José, de su esposo, el estucador que está en la UCI, de sus hijos y de todos esos vecinos de Redován que los visitan a diario y les llevan cosas ricas. Y he caído en la cuenta de que, mientras desayunábamos en la cantina del hospital, me estaban evangelizando.
Acaban de dar las diez en el reloj de la iglesia y todavía no he llamado al jefe de la Policía Local para darle recuerdos de María José. Mañana será otro día y otro mes.
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