San Miguel de Salinas
martes, 14 de enero de 2025
Primera caída de la cama del año. Menos mal que la cama es bajita. Estaba soñando y me he despertado de golpe —literalmente— en el suelo, con el hombro derecho y el brazo izquierdo magullados. Eran las dos y pico de la madrugada. No importa. He vuelto a dormirme. Bendito sea Dios.
Oficio de lectura: «Hijo mío: envejece en tu tarea». (Eclesiástico)
A las ocho y cuarto me avisan del tanatorio. Ha muerto María Luisa en Torremendo. La familia pide que el funeral sea a las once. Llamo al archidiácono. Él no puede hacerlo a esa hora. Lo haré yo a las doce. Descanse en paz.
Envío a Concepción el examen de conciencia para el retiro de hoy y la homilía del Papa en la misa de apertura del jubileo.
Concepción me pregunta que si podemos celebrar en el hospital la misa por Luciano y por Javier el viernes a la una. Que sí.
Misa de once: votiva de los ángeles porque es martes.
Doña Nati me ofrece una cama con barandilla que ella no necesita porque duerme muy quieta.
Me llaman del hospital. Un paciente quiere verme. No es urgente. Quedamos en que iré esta tarde, después del retiro.
Temperatura en la iglesia a las dos y media: 15ºC.
Mi amigo Walter —joven norteamericano fornido por dentro y por fuera— decide entregar su vida a Dios en la Compañía de Jesús y se ofrece para ir a evangelizar en la Unión Soviética. Nada más llegar allí lo detienen.
Pasa seis años en Moscú, aislado en una celda de la que solamente lo sacan de vez en cuando y por sorpresa para someterlo a larguísimos interrogatorios tras los cuales vuelven a encerrarlo.
Seis años en esa soledad dan de sobra para enfrentarse con Dios: ¿Es esto lo que tenías reservado para mí, querido Padre? ¿Es este infierno lo que quieres para un hijo que dejó casa, padre, madre y otras cosas para predicar el Evangelio a los amables comunistas?
Al cabo de los seis años la cosa cambia. Le comunican que ha sido condenado a quince años de trabajos forzados en Siberia.
¿Te dolía tu aislamiento forzoso? Ya no estarás solo ni un momento. Te van a llevar a Siberia hacinado en un vagón repleto de criminales que, para empezar, te despojarán te tu ropa. Vas a gozar de la compañía constante de unos guardias insensibles que, para animarte a trabajar, te darán un latigazo y vas a compartir tu miserable ración de alimentos con una turba de miserables que haría cualquier cosa por sobrevivir.
¿Te lamentabas por tu obligada ociosidad en la celda de Moscú? Ahora vas a trabajar a destajo en minas de carbón y en ríos helados. Embarrado, entumecido y triturado, te acostarás cada noche con el estómago vacío para despertar mañana con ganas de morirte.
Entre tanta tiniebla brilla una luz, y otra y otra. Entre tanta blasfemia, mi amigo Walter y otros alaban a Dios en Siberia.
Cada vez que abro Caminando por valles oscuros para leer otro capítulo, mi amigo Walter —hoy Siervo de Dios y camino a los altares— me habla de la verdadera libertad que no es esa de la que hablan los demagogos a los borregos sino aquella otra por la que luchó el Cristo que aprendió, sufriendo, a obedecer.
Si mi amigo Walter no hubiera podido volver a los EEUU en 1963, si no hubiera podido dejar por escrito su testimonio en Caminando por valles oscuros, ni yo ni nadie sabría nada de él. Pero no se enciende una luz para ponerla debajo del celemín y cuando Dios enciende una luz se las arregla para ponerla bien alta, en la Cruz, para que ilumine toda la casa.
«Hijo mío, envejece en tu tarea». (Eclesiástico)
A las cuatro y cuarto salgo para el hospital. Dos penitentes. Muy bien.
Al terminar el retiro voy a ver a Roque. Lo acompaña su hija Merche. Está consciente pero no puede hablar. Le doy la absolución y la unción y quedo en volver mañana para darle la comunión. Merche es muy simpática. Roque es arquitecto.
Luego me reúno con Carmen e Isabel que quieren hablar conmigo y hacerme algunos encargos que acepto de buena gana. Entonces me encuentro con mi vecino Pepe. Me cuenta que ayer ingresaron a Ana y que —mientras estaban en el hospital— unos bandidos entraron a su casa pasando por la azotea de la mía y la desvalijaron. También me dice que en el cuartel de la Guardia Civil había una gran cola de gente que iba a denunciar robos en sus casas. Carmen confirma que hay una oleada de robos en la Vega Baja. Prometo ir a ver a Ana mañana, si Dios quiere.
Cuando salgo del hospital, la luna está rellena.
Llego a la casa abadía a las ocho y, cumpliendo uno de los encargos que me han hecho Carmen e Isabel, llamo a don Jesús H. Charlamos. Cena ligera.
Completas. Cierro la iglesia.
Mañana haré el primer ensayo de abrir la iglesia y salir para el hospital a las siete menos diez. Para conseguirlo sin tener que madrugar más, dejo preparada la cafetera y una taza con la leche ya servida y cubierta con un posavasos. Dejo también preparada la ropa en mi elegante galán de noche y programo mi teléfono para que a las siete menos veinte me recuerde que no hay tiempo que perder.
Escribo esto.
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