martes, 7 de enero de 2025

Diario. Martes, 7 de enero de 2025

 San Miguel de Salinas

martes, 7 de enero de 2025


6:00

Suena el despertador y me hago un café en la cafetera mágica, regalo de Reyes encargado por Ana Isabel y Wilder. 

7:00

Abro la iglesia y me dispongo a salir para el hospital pero un coche bloquea la salida del garaje. Intento pasar por el estrecho espacio que queda libre. Nada. Justo entonces llega el amable conductor y remueve el obstáculo. 

7:20

Preparo todo para la misa. 

Oficio de lec… ¿Hola? ¿Hoy es martes? ¿Qué hago en el hospital? Da igual, ya estoy aquí. 

Oficio de lectura y laudes. 

Me siento ante el sagrario. 

8:25

Hago una foto del altar preparado para la misa que no he celebrado. Lo recojo todo y vuelvo a San Miguel. 

9:00

Voy al banco para ingresar las colectas de las fiestas y preparo el confesonario para pasar allí el tiempo que queda hasta la misa. 

Primero abro de par en par las lujosas puertas del siglo XVIII. Luego lo perfumo con Jasmin de Diptyque. No sé que pensará de eso el santo cura de Ars. 

Luego pongo en marcha la bomba de calor, enciendo un cirio en la entrada, saco una foto a todo y me instalo confortablemente en él con mi Mc y mi iPhone. No sé que pensará de todo esto el santo cura de Ars. A mis espaldas, san Vicente Ferrer me recuerda: TIMETE DEUM ET DATE ILLI HONOREM QUIA VENIT HORA IUDICII EIUS.


11:00

Misa. 

Al terminar la misa, Teresa me pone al día. La encargada de Cáritas de Los Montesinos la ha llamado porque ha acudido allí un vecino de aquí y lo ha remitido aquí. Se trata de Zakarías, informático argelino que ya vino hace meses solicitando ayuda y que me mandó un wasap hace poco. 

Estamos hablando cuando aparece Zakarías. Lo invito a sentarse en el rincón de San Miguel mientras termino de recogerlo todo y de despedirme de Teresa y de Joan. Luego me siento con él y charlamos largamente. ¿Será capaz, en su calidad de informático, de poner en marcha mi impresora y de conectarla a mis dos Mc y a mi iPhone? Asiente. 

¿Ha desayunado? Lleva dos días sin comer. La verdad, se lo ve muy flaco. Le preparo un café con leches, una tostada con queso y un pisto de bote —calentar y listo— porque solamente come verduras. Además está tiritando de frío porque lleva unos pantalones y una camiseta de verano. Le consigo una elegante chaqueta de lana con cremallera y un gorro también de lana, todo negro. En el despacho de Teresa encuentra una manta. 

Son las doce y cuarto cuando lo dejo en el despacho parroquial con mi viejo Mc y con la impresora. Es la una cuando me avisa: la impresora está en marcha y conectada al viejo Mc. Lo felicito. Me llevo mi viejo Mc y le dejo el nuevo. Es la una y media cuando me avisa: ya está. Entonces le dejo mi teléfono y le ofrezco un caramelo de violeta. El tío se lo zampa masticándolo. Son las dos cuando me anuncia que todo está conectado y funcionando. Me felicito. 

A las dos y cuarto, después de pagarle —no sin resistencia por su parte— el trabajo realizado, nos despedimos sacudiendo nuestras manos y quedamos en vernos a las cuatro y media. 

Entonces encuentro un mensaje en mi teléfono. Es doña Nati, que ya ha vuelto de Alicante y que me invita a comer. 


A las cuatro me llaman de VegaFibra: que están en la puerta de la iglesia. Vienen a arreglar la conexión a Internet. Después de echarle un vistazo a la cosa, el técnico concluye que no hay nada estropeado y que pasa algo peor: cuando quitaron las antenas de las viejas oficinas, la iglesia quedó como está,  sin conexión a Internet. Después de una exploración más atenta concluye que es posible que haya una solución, pero que tiene que consultarlo con los jefes. 

Estamos sacudiendo nuestras manos para despedirnos cuando llega Zakarías. Volvemos al despacho y me enseña algunos sortilegios para trasladar los documentos del viejo al nuevo Mac con AirDrop. 

Luego me ayuda a poner algo de orden en la torre del campanario. 

Son las cinco y media cuando, después de pagarle —no sin resistencia por su parte— el trabajo realizado, nos despedimos sacudiendo nuestras manos. 



En la oración me lleno de contento con la lectura de Isaías que trae el oficio de hoy. «El espíritu del Señor está sobre mí». Esto se entiende de Jesús que viene a buscar a los pobres y a los afligidos para convertirlos en alegres arquitectos, en reconstructores de ciudades. ¡Qué bien!



El mejor regalo de Reyes fue la noticia que nos dieron ayer Blanca y Enrique: esperan otro bebé para julio. Muy bien. Los felicito y felicito a los padres de Blanca. 

Hubo otros regalos muy buenos. Por ejemplo dos cargamentos de viandas exquisitas con las que podré prepararme en la casa abadía, y durante todo el mes, cenas ligeras que dejarán chiquitas a las que se zampaba en el Metropol el protagonista de Un caballero en Moscú. 

Otro ejemplo. Una botella de sidra que dejaron en la casa de Cristian y que trasegué ayer: media con los espaguetis de la comida y media con el revuelto de champiñones de la cena, antes de ir a casa de Ana Isabel y Wilder para ayudar a Camila con sus deberes. 



«Donde está tu tesoro, allí está tu corazón». Tal pienso mientras leo El paisaje total de Carlos Javier Morales, uno de los dos libros que me traje el 24 de diciembre de casa de Carmen y Darek. Por cierto, tengo que devolvérselos. 

Las raíces de los árboles se hunden en la tierra, las de los hombres, en cambio y por fortuna, se elevan hacia el cielo. Esto, para empezar, nos permite ir de un lado a otro sin desarraigarnos, y dar frutos lo mismo en Nueva York que en un desierto, en un pesquero, en un campo de concentración, en una sala de cine y en un salón de baile donde un alcornoque —arbol nobilísimo— se aburriría mucho. 

Y siempre que salimos por una ciudad nueva

nos gusta ver su iglesia más antigua:

allí donde más hombres, a lo largo del tiempo, 

han sentido los límites del mundo

y han llamado a las puertas de la gloria más alta. 

O sea, a la del cielo.

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