viernes, 11 de octubre de 2024

Diario. Viernes, 11 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

viernes, 11 de octubre de 2024


7:00

Abro la iglesia y salgo para el hospital. 

7:20

Preparo el altar para la memoria de santa María Soledad Torres Acosta. 

Oficio de lectura y laudes. 

El doctor S me pide que ofrezcamos la misa por S, una doctora que murió hace unos días. 

8:00

Misa por S y por Pascual. 

8:30

Recojo todo y me siento ante el sagrario. 

9:10

Subo hasta la azotea (hoy he contado solamente ochenta escalones). 

Bajo hasta la salida y salgo para San Miguel. 

9:40

En la casa abadía recojo la ropa que tendí anoche —la que ya está seca— y me pongo a leer la lista de wasaps no leídos que no para de aumentar. Contesto a algunos. 

10:30

Voy a la iglesia con «La casa de los santos» y leo la entrada del día. 

Joan me da un billete de veinte euros y me cuenta que lo ha traído un inglés con esta explicación: perdió, con su cartera, toda su documentación; rezó a san Antonio, recuperó su cartera y los veinte euros son una ofrenda de gratitud. Muy bien. 

11:00

Segunda misa de la memoria de santa María Soledad Torres Acosta. Tercia. 

11:30

Hablo con Teresa. Hay que pedirle a Tatono que vuelva a poner la imagen del la Virgen del Rosario en su sitio y a Iván, el Belga, que venga a poner un poco de orden antes de la misa de mañana con la Guardia Civil. 

11:45

Me aplico a la reconstrucción de las «Meditaciones sobre el Evangelio de San Juan». 

Jill pregunta que si puede traer el perro el día del bautizo de su hija porque no puede dejarlo en casa. Respondo a algunas consultas sobre los horarios de misa. 

Lectura del Evangelio de San Juan. 

12:45

Repaso mi librito de Patrología. 

13:30

Hago una versión rimada en castellano del poema Cap d’any. La mando al grupo de WhatsApp de la parentela. 

Me llama el arcipreste. Charlamos. 

14.05

Voy a comer a casa de doña Nati. 

14:45

Visita al Santísimo. 

15:00

Noticias en Antena 3. 

15:30

Misterios dolorosos. 

15:50

Más wasaps. 

16:00

Lectura de «La felicidad donde no se espera». 

Hago un esquemita para la homilía del sábado por la tarde. 

Correo: del obispado mandan el programa nº 4 de «De Par en Par». Lo pongo en el muro de Fbk de la parroquia. Leo el Boletin de sacerdotes nº 15. 

Recojo todo y me dispongo a ir a la iglesia. Tres niñas salen corriendo de los locales parroquiales. Me intereso por el fenómeno. Encuentro a Alfredo en un aula. Me dice que ha estado dando catequesis pero que las niñas corredoras solamente han entrado para explorar. 

Voy a la iglesia. Teresa está con los niños del primer curso de catequesis. Les pregunto sus nombres: Oliver, Marco, Lara, Mía, Lucía… los demás se me han olvidado. Hay una niña inglesa. Les hablo de Jesús, de la Virgen y de San José y les hago algunas preguntas dificilísimas. Entonces se nos unen los del segundo curso. Cantamos un poco y los dejo a todos con Teresa. 

17:45

En la puerta de la iglesia encuentro a la madre de la niña inglesa. Charlamos. 

18:00

Vuelvo a la casa abadía. Vísperas. 

Recojo el resto de la ropa que tendí anoche. La que esta mañana aún no se había secado. 

Sigo con interés los mensajes que se cruzan en el grupo del coro y me felicito al saber que, finalmente, algunos podrán venir mañana a cantar en la misa con la Guardia Civil. 

Leo en «Omnes» un artículo titulado «¿Música en la liturgia o música litúrgica». En resumen, viene a recordar que no se canta en la liturgia sino que se canta la liturgia. Pienso que conseguir que esto se entienda en nuestras parroquias va a costar mucho y temo que yo no veré el cambio. 

Leo en Aceprensa un artículo de AZV titulado «Solos, sin educación y desconectados: los hombres de la clase obrera no están bien». 

Veo, a cámara rápida, el programa «De Par en Par». 

Barro el despacho, saco la basura y me voy a la iglesia.  

19:00

Voy a la iglesia, rocío mis tobillos con repelente de insectos y me siento ante el sagrario. 

19:35

Apago las luces y cierro la iglesia. 

Que las farolas de la plaza estén encendidas a estas horas y que apenas se adivine sobre ellas, en el cielo, una mortecina luz crepuscular, es algo perfectamente normal en esta época del año. ¿Por qué me sorprende entonces? Creo que es porque la memoria —que también siente— recuerda aún los paseos septembrinos por Torrevieja entre las adelfas y los  cantos de las chicharras. Antes de que acabe el mes de octubre me habré acostumbrado al cambio y, cuando se celebre el concierto de Adviento en la parroquia, la memoria empezará a sentir nostalgia del invierno. Poco después, el invierno curará esa nostalgia, y así todo. 

Veo que tengo varias llamadas perdidas. Voy devolviéndolas. La última, la de Patricia, es la más interesante. Mañana, si Dios quiere, nos veremos en La Torre. 

20:00

Hay que preparar una cena ligera. Desde hace tiempo me he propuesto —en cuanto esté en mi mano— no comer carne los viernes. ¿Por ritualismo, formalista y farisaico? Sí, muy bien, yo no lo habría dicho mejor. Hay dos problemas. Uno es mi memoria y el otro es mi rutina. Al primero le achaco mis frecuentes olvidos de ese santo propósito y del día en que vivo. Mi rutina incluye comer en casa de doña Nati a quien no quiero cargar co otro pesado fardo, aunque sé muy bien que bastaría con hablarle de mi intento para que, tanto ella como Samira se unieran con entusiasmo a la abstinencia Quizá mañana, si me acuerdo, se lo diga. (Y aquí divago y recuerdo —mientras me preparo una bandeja de quesos— que la madre de la niña inglesa me ha dicho que está aprendiendo español y que le cuesta un tantico el uso del subjuntivo). 

20:30

Recogida y barrida la cocina, me siento ante mi nuevo Mc. Ya no es tan nuevo. La memoria sentiente ha empezado a acostumbrarse a él y ha empezado a curar la nostalgia del viejo. Cuando lo tire a la basura no quedará un recuerdo de él ni de los secretos que guarda. 

Pero… ¿Hola? ¿No está al alcance de mi mano esa joya de «Ediciones espuela de plata»? Ahí está, tentadora, «Lectura y locura», cabe mi nuevo Mc. 

Caigo en la tentación sin lucha y me meto en el artículo intitulado —¡oh!— «El camino a las estrellas». Aunque parezca una crítica de la lóbrega ciudad escocesa tal como la vio el poeta antes de que la convirtieran en un cromo del Disney World, es, en realidad, un elogio a Edimburgo y a su lema: sic itur ad astra: así se va a las estrellas. «La naturaleza de la belleza urbana es extremadamente mal entendida en nuestra época». 

Un poco más adelante leo: «No todas las ciudades son como Birmingham, un hogar de acogida para causas perdidas». Lo leo y enloquezco y divago recordando a Sarah y a Matthew cuya hospitalidad me acogió en Birmingham —ahora lo sé— como se acoge una causa perdida. 

Divago. Me doy cuenta y rezo un poco y escribo esto. 

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