jueves, 24 de octubre de 2024

Diario. Miércoles, 23 de octubre de 2024

 San Miguel de Salinas

miércoles, 23 de octubre de 2024


7:00

Ha llovido esta noche. Abro la iglesia y salgo para el hospital. Caen algunas gotas. 

7:25

Preparo el altar para la misa de san Juan de Capistrano.

Oficio de lectura y laudes. 

8:00

Primera misa de san Juan de Capistrano. 

8:35

Recojo todo, preparo los libros para la misa del viernes, por los cristianos perseguidos. 

Me siento ante el sagrario. 

9:25

Salgo para San Miguel. Ha salido el sol. 

Atascazo en Torrevieja. 

10:00

Wasap de Joan. No puede venir porque está lloviendo. Wasap de Teresa. No puede venir porque va al traumatólogo. 

Trasteo en X y encuentro un mensaje que me mandó Arquilatría a eso de las once de a noche de ayer: «Que descanse y sueñe con los angelitos». Más que un mensaje fue una bendición porque, justo entonces, estaba yo a punto de dormirme arrullado por esta, mi canción favorita, que me había mandado doña Aurora Pimentel. Vive uno rodeado de ángeles. 

Preparo el altar para la segunda misa de san Juan de Capistrano. 

10:30

Me siento en el confesonario. 

Un penitente. Muy bien

Tercia. 

Una señora cuyo nombre nunca recuerdo se interesa por unos floreros que compró y que le dio a Teresa. Aunque son suyos, no le importa que los usen otros. 

La acompaño a la sacristía. No están allí. La acompaño al garaje. Están allí. 

Me revisto para la misa. 

11:00

Segunda misa de san Juan de Capistrano. No han venido ni Joan ni David Penward ni Teresa, pero han venido la señora de los floreros, otra señora que no suele venir entre semana y Antonio que se nos ha unido hace unos días. 

11:35

Recojo todo.

12:00

Ángelus.

Estoy terminando de rezar el Ángelus cuando se me acerca un individuo de unos cuarenta y tantos años y me pregunta que si tengo prisa. Aunque tengo que estar en Bigastro a la una, le digo que no tengo ninguna prisa. Es verdad porque puedo plantarme en Bigastro en veinticinco minutos. El individuo, un ser humano muy cortés, empieza a contarme cosas. Estamos de pie ante la imagen de la Virgen del rosario. Cinco minutos después, como sigue contándome cosas, le propongo que nos sentemos en un banco. Cinco minutos después entran dos señoras en la iglesia y le propongo que pasemos al rincón de san Miguel. Acepta. De camino aprovecho para decirle que mi nombre es Javier. Es verdad porque, aunque mi nombre completo es Francisco Javier Nicolás, nadie, ni siquiera mis padres cuando se enfadaban conmigo, me llamado jamás Francisco Javier Nicolás. Entonces él me revela su nombre y estrechamos nuestras manos. Luego nos sentamos en el rincón de san Miguel. Diez minutos después me ha contado todo lo que quería contarme y me ha formulado dos preguntas: una fácil y otra difícil. Contesto a la fácil y me mira como emocionado. Le digo que la otra pregunta me parece difícil y que, aunque la pensaré más adelante, puedo darle una respuesta provisional. Se la doy. Se da por satisfecho. Le doy mi número de teléfono 

12:30

Nos despedimos. Empiezo a tener un poco de prisa pero no quiero reconocerlo porque me disgusta mucho andar con prisas. Voy despacito hasta la casa parroquial. Sé que andar con prisas por el Paseo cuando está mojado es muy peligroso y romperme una pierna me disgustaría más que andar con prisas. 

Cojo mi paraguas y vuelvo a la iglesia despacito. Bajo al garaje con pies de plomo porque la escalera es tan peligrosa como El Paseo cuando está mojado.

12:35

Salgo para Bigastro. Voy pensando en la pregunta difícil. «Ven Espíritu Santo». Divago un poco recordando que ayer celebramos la memoria de san JPII y que su padre le aconsejó invocar al Espíritu Santo cuando tuviera que resolver problemas, por ejemplo, de matemáticas. 


13:00

Llego a la casa parroquial de Bigastro a la hora convenida. Está allí, en la puerta, un venerable sacerdote de Murcia que pasó gran parte de su vida sacerdotal en el Perú y cuyo nombre —por mis pecados— nunca recuerdo. Nos saludamos cordialmente. Él me llama por mi nombre aproximado: «Hola Vicente». Me dice que la puerta de la casa parroquial está cerrada, que ha llamado a don Jesús Haya y que don Jesús Haya le ha dicho que está llegando. Poco después llega don Jesús Haya y, casi al mismo tiempo llega don Antonio que, hasta hace un mes, era el párroco de Bigastro. 

Don Jesús Haya le dice a don Antonio que le extraña que la puerta esté cerrada porque habló con el nuevo párroco —don José Antonio— y él —don José Antonio— le dijo que no podría venir pero que se ocuparía de alguien abriera la puerta de la casa. 

Don Antonio —con su humor sarcástico— me mira fugazmente y de reojo y dice, sacando su teléfono: «¡Qué ingenuos sois! ¡Que alguien abra la puerta! ¡Alguien! Mejor me callo. Sí, mejor me callo porque si digo lo que pienso luego me tengo que confesar». 

Si yo no conociera a don Antonio, me apresuraría a explicarle que no tengo nada que ver con el inconveniente que nos tiene reunidos en la plaza de Bigastro y —como me conozco— aprovecharía para observar que ha sido él quien ha llegado con cinco minutos de retraso a nuestra cita. Pero voy conociendo a don Antonio y, la verdad, me cae bien. Siempre me ha caído bien y creo que yo empiezo a caerle bien. 

Mientras divago así, don Antonio ha llamado por teléfono a la sacristana que lo conoce y lo adora y viene corriendo a abrirnos la puerta y nos explica que el nuevo párroco no le dijo que íbamos a venir pero que será porque se le ha olvidado y que ella está contenta de poder sernos de ayuda. 

13:15

Empezamos a estudiar un caso de moral que —¡oh!— tiene no poco que ver con la pregunta difícil que me ha planteado en San Miguel el individuo cortés. 

Don Jesús Haya nos había mandado el caso para que lo preparásemos. Yo lo había leído y así, leído, me había parecido muy fácil. Pero cuando, en el rincón de san Miguel, un individuo cortés me ha hecho una pregunta difícil, ni siquiera recordaba yo el caso de moral que nos había mandado don Jesús Haya. En cambio ahora, mientras don Jesús nos hablaba, veía yo, claramente, la respuesta que buscaba mi nuevo amigo, el cortés inquisidor. 

14:00

Vamos a comer  a La Esquina, el restaurante más recomendable de Bigastro. 

Se nos une don Fernando, otro venerable sacerdote de Murcia. Un sabio. 

15:30

Nos despedimos. 

16:00

Me siento ante el sagrario de San Miguel. 

16:30 

Trasteo en WhatsApp y estoy en ello cuando me llama la tía Janusa. Charlamos,

16:40

Salgo para Torremendo. 

17:55

Visita al Santísimo en Torremendo. 

Luego me pongo, manos a la obra, a sacar basura de la sacristía. 

18:15

Llegan en mi auxilio Ana Isabel y Wilder y, entonces sí, como por arte de magia, la sacristía de Torremendo deja de ser un almacén de escombros. 

Mientras la regentaba Nacho todo estaba siempre en orden. Pero Nacho se fue a Murcia y la pobre sacristía de Torremendo se convirtió en un basurero.

Wilder cuelga en la iglesia el Vía Crucis que alguien retiró para poner dos laminillas espantosas: una foto de san JPII y un horror de la Divina Misericordia con cartelito pegado encima que dice: «En Vos confío». Ana Isabel lleva las dos laminillas —piadosamente— al almacén de horrores. 

19:45

Nos despedimos. 

20:00

Vísperas en San Miguel. Luego cierro la iglesia y me retiro a la casa abadía para prepararme —muerto de sueño— una cena ligera. 

20:15

Wasap de Ana Isabel. Que si quiero cenar con ella, con su amable esposo y con las niñas en el Collie. No le digo que tengo sueño. Le digo que ardo en deseos de cenar con ellos en el Collie. Y es verdad. 

Ceno en el Collie con Ana Isabel, con Wilder y con las niñas. Nada más empezar, vemos que el Barsa le mete un gol a los alemanes. 

Camila nos está recitado dos párrafos de una obra de teatro que se está aprendiendo y nos perdemos el gol. Felicitamos a Camila que es una actriz estupenda y vemos la repetición del gol. Luego Camila confiesa que aún tiene que aprenderse otros dos párrafos para debutar como actriz. Todos la animamos a seguir estudiando y le auguramos un gran futuro en el teatro. Ella se está zampando una hamburguesa doble. ¡Mi princesa!

21:45

Nos despedimos y vuelvo a la casa abadía con una especie de lucha interior. Una voz me dice: «Vete a la cama ahora mismo». Otra voz: «¿Vas a irte a la cama sin recapitular el día?

Deambulo como alma en pena por la casa abadía y recojo con la fregona el agua de la lluvia que ha inundado la habitación de invitados que da al patio. 

Luego me siento ante mi nuevo Mc para recapitular el día.Y me voy despertando. 

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